lunes, 17 de diciembre de 2012

TEMA 8 IFAP: LOS 4 PELDAÑOS DE LA LECTIO DIVINA

TEMA 8: LOS CUATRO PELDAÑOS DE LA LECTIO DIVINA: LECTURA, MEDITACIÓN, ORACIÓN, CONTEMPLACIÓN.

Los cuatro peldaños de la Lectio Divina son: lectura, meditación, oración y contemplación. ”Se trata de los cuatro pasos de la lectura de la Biblia, tanto individual como comunitaria. Son, sobre todo, cuatro actitudes permanentes que debemos tener ante la Palabra de Dios”[1]. Algunos prefieren hablar más que de pasos de “dimensiones, movimientos, grandes etapas de un camino que se recorre”[2]. La Lectio no es, por tanto, algo rígido, sino que permite una elasticidad tal que podemos adaptarla según las personas, circunstancias, de manera creativa y dinámica. Existe la dificultad de que no siempre se distingue el paso de un movimiento a otro. Se trata de cuatro actitudes. Las cuatro actúan a la vez durante todo el proceso de la Lectio, aunque con diferente intensidad.

Carlos Mesters, sugiere para cada uno de los tres primeros peldaños de la Lectio Divina las siguientes preguntas: ¿Qué dice el texto? ¿Qué me dice el texto? ¿Qué me hace decir el texto? A través de esta preguntas se va dando un proceso de apropiación del texto bíblico: de ser Palabra de Dios pasa a ser mi propia Palabra[3].

La Comisión Nacional de Pastoral Bíblica de Chile propone el siguiente esquema, en el cual podemos notar la coherencia del método al alcance de todos[4]:

Sagrada Escritura es…
Palabra de Dios escrita
Por inspiración del Espíritu Santo
Confiada a la Iglesia para la salvación
1
Leer
2
Meditar
3
Orar
4
Contemplar
¿Qué dice el texto bíblico?
¿Qué nos dice el Señor por su Palabra?
¿Qué le decimos al Señor motivados por su Palabra?
¿A qué conversión y acciones nos invita el Señor?
Comprender
la Palabra…

Para descubrir lo que Dios nos enseña mediante el autor inspirado.
          Actualizar
la Palabra…

Para interpelar la vida, conocer su sentido, mejorar nuestra misión y fortalecer la esperanza.
Orar
la Palabra…

Para dialogar con Dios y celebrar nuestra fe en familia
o comunidad.
Practicar
la Palabra…

Para conducir la vida (actuar) según los criterios de Dios (conversión).




Hay una frase de San Juan de la Cruz que sintetiza hermosamente lo que se refiere a la Lectio Divina y que corresponde muy bien con cada uno de los peldaños: “Busca leyendo y encontrarás meditando; llama orando y se te abrirá contemplando”[5].
8.1.- Lectura: “Busca leyendo…”

¿Qué dice el texto?

+ Léelo en voz alta.
+ Repásalo una o dos veces con la mirada.
+ Comprende lo que el texto dice.
+ Subraya o memoriza alguna frase que te llame la atención.

Si es muy importante saber orar, no lo es menos el saber leer. Decía Casiano que la auténtica lectura es la que nos hace comprender las Escrituras. Abrir la Palabra de Dios y leerla, es como “extender las velas al soplo del Espíritu sin saber a qué puerto nos conducirá”[6]. Se trata de leer con todo nuestro ser: con el cuerpo, con la memoria, con la inteligencia. Sólo así la lectura se hará experiencia.

Lo primero que hay que hacer es leer bien el texto bíblico. Tal vez nos parezca extraña esta recomendación pues todos o casi todos creemos saber leer. Pero leer bien es un ejercicio de humildad. La pregunta clave en este primer peldaño es “¿Qué dice el texto?”. Debemos estar atentos a no hacer decir a la Escritura lo que nos conviene, sino dejar que ella nos entregue su mensaje. Supone contemplar, detenerse, leer sin prisas, despacio, saboreando, porque es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo quienes nos hablan, es un coloquio con la misma Trinidad.  

Cuando se lee despacio la Palabra se apropia. No basta con una lectura. No importa que sea un texto ya conocido; siempre tendrá un nuevo regalo para mí. Santa Teresita decía: “Más me vale leer mil veces los mismos versículos porque cada vez les encuentro un sentido nuevo”. Conviene repetirla una y otra vez, incluso en voz alta, de manera que la Palabra entre en nuestro corazón no sólo por los ojos sino también por nuestros oídos. “Hay que leer mucho y pacientemente. Abrir los oídos del corazón y tratar de comprender lo que en realidad se dice, para que la <comunicación> sea perfecta”[7].

Para leer bien el texto y apropiárnoslo puede ayudar lo siguiente:

·         Subrayar la palabra o frase que durante la lectura nos va llamando la atención, nos va haciendo “guiños”, advirtiéndonos la presencia de un regalo que hay que descubrir. A algunos ayuda mucho subrayar sólo los verbos presentes en el texto.
·         En vez de subrayar, otros prefieren transcribir en un pequeño cuaderno personal la palabra o frase más significativa. Hay quienes transcriben el texto bíblico completo, como apropiándoselo, haciéndolo suyo.
·         Otra manera de adentrarnos en lo que dice el texto es imaginarnos la escena, tomar el lugar de Jesús o de alguno de los personajes como si fuéramos nosotros.
·         Podemos también hacerle preguntas al texto.
·         Otra sugerencia muy recomendable es la de memorizar el texto o parte del texto, de manera que se quede grabado en nuestro corazón.

En este primer momento de la Lectio puede suceder que algunos textos nos resulten oscuros, difíciles, “como quien, al adentrarse en la mar en una barquilla, se siente invadido por una enorme angustia al confiarse en un pequeño madero a la inmensidad de las olas, así sufrimos también nosotros al adentrarnos en tan vasto océano de misterio”[8], escribía Orígenes. Los Padres de la Iglesia recomiendan que estemos contentos por todo lo que podamos comprender y tratemos de ponerlo en práctica; lo que aún permanece oculto después se nos revelará.

Ante estas dificultades surge la tentación de querer leer antes que nada las notas que están al pie del texto con la intención de comprender mejor su significado. Nunca hay que tomar primero lo que otros dicen de la Palabra de Dios. Lo propio de la Lectio es creer en la fuerza de la Palabra y dejar que ella nos hable por sí sola. Después podemos tomar los comentarios o notas que nos ayuden a profundizar lo que el Señor nos va diciendo.

Podríamos quedarnos repitiendo internamente con el corazón la palabra o frase subrayada o memorizada, dejando simplemente que resuene dentro de nosotros con toda su fuerza, que ella nos diga lo que nos quiere decir. Una señal de que nos hemos apropiado del texto es que lo podemos repetir con nuestras propias palabras, podemos explicar de qué se trata sin cambiar su sentido.

Es así que el texto se va apropiando, va tocando nuestra mente y corazón y entonces comienza a cuestionarnos, nos confronta. Comienza a surgir la siguiente actitud que es la meditación.

Actividad: Ejercicio No. 6 (10 minutos)

+ Leer el texto de Mt 6,25-26 con las indicaciones dichas anteriormente. Cada uno puede elegir la forma que mejor le acomode para apropiarse el texto, es decir, puede subrayar, transcribir, imaginarse la escena, hacer alguna pregunta al texto o memorizar....
+ Invitar a compartir la palabra o frase que haya tocado el corazón y cuál fue la forma que se eligió para apropiarse el texto.



8.2.- Meditación: “Encontrarás meditando”

¿Qué me dice el texto?

+ Repite la palabra que más te ha tocado el corazón. Esto te ayudará a descubrir lo que el Espíritu Santo te quiere comunicar hoy.
+ Pregúntate:
         . ¿A qué me invita este texto que he leído?
         . ¿Qué es lo que Jesús me pide?
         . ¿Cómo fortalece mi amistad con Jesús?

Cuando aquello que estoy repitiendo empieza a decirle algo a mi vida, empieza a confrontarme, es cuando paso a la meditación. Meditar “no significa reflexionar sobre la palabra leída, sino hacerla penetrar en el corazón, intentar saborearla y degustarla”[9]. La pregunta que nos ayuda a entrar en la meditación es: “¿Qué me dice el texto?”. Los Padres de la Iglesia sugerían la repetición orante de la palabra memorizada o leída. Llamaban a esta repetición  “rumiar”, es decir, “masticar”, “darle vueltas” a la Palabra en el corazón. De esta manera voy asimilando la Palabra. Se trata de aquello que dice el Salmo: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”[10]. Rumiar es comer espiritualmente la Palabra. Guigo el Cartujo decía que el comienzo de la meditación inicia precisamente con la “masticatio” (masticación). 

San Lucas nos dice que María guardaba y meditaba en su corazón todo lo que iba viviendo[11], iba “rumiando”, relacionando un acontecimiento con otro, encontrando el hilo conductor que le iba dando sentido a su vida de cada día. María confronta la Palabra con lo que ella está viviendo. Como María podemos preguntarnos frente al texto, qué significan esas palabras[12] y guardarlas y meditarlas en el corazón.

Recordando el pasaje del Apocalipsis cuando el Ángel le dice a Juan que coma el librito, el cual será dulce en el paladar pero amargo en sus entrañas[13], advertimos que esto sucede cuando entramos en la meditación. La Palabra empieza a decirme algo, toca mi vida, ilumina mi realidad, se torna “amarga”. Esto produce muchas veces un cierto desasosiego, me comienza a incomodar, a “mover el piso”. La carta a los Hebreos nos dice también que “la Palabra de Dios es viva y eficaz más cortante que una espada de dos filos: penetra hasta la división del alma y del espíritu, hasta lo más profundo del ser y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”[14]. Decidirnos a ser orantes implica también la decisión de dejarnos confrontar por el Señor, de estar dispuestos a dejarnos modelar cada día por su Palabra, de manera que se vaya estrechando nuestra comunión con El.

Meditar consiste en hacer pasar la Palabra de Dios a nuestra vida. Es por eso que meditar implica un trabajo duro, constante. Por lo tanto no es hacer una poesía sobre el texto, sino dejar que el texto confronte mi vida. Esta Palabra orada es para mí, para iluminar lo que estoy viviendo. Durante la meditación puede surgir la tentación de comenzar a aplicar el texto al vecino, a los parientes, a todos menos a uno mismo, pensando que a los otros les vendría muy bien para que cambiaran determinadas actitudes. Debo aplicarlo primeramente a mí antes que a los demás, pues es a mí a quien el Señor me está hablando. Cuando hacemos la Lectio en comunidad, o para que Dios ilumine una situación concreta, es verdad que puedo decir una palabra de exhortación, o que ilumine a los demás, pero no sin que antes haya atravesado y confrontado mi corazón. Sólo así mi palabra podrá edificar y ser instrumento de Dios para mis hermanos.

Actividad: Ejercicio No. 7 (Este ejercicio es continuación del No.6) (15 minutos)
Se puede tomar el texto del Ejercicio No. 6 (Mt 6,25-26), sobre todo si en la misma sesión se dan los dos primeros peldaños de la Lectura y Meditación.
+ Se invita a invocar brevemente al Espíritu Santo diciendo en nuestro interior simplemente: “¡Ven!”, con mucha fe y amor.

+ Se lee de nuevo el texto en voz alta.

+ Retomar personalmente la frase que más nos ha llamado la atención durante la lectura o apropiación del texto.

+ Momento de silencio para “rumiar” la palabra o frase, mientras nos preguntamos:
- ¿A qué me invita Jesús en este texto? ¿Qué le dice a mi vida? ¿Cómo me ayuda a crecer en mi amistad con Jesús?

+ Si lo haces en grupo, invitar a compartir espontáneamente, aclarando que no se trata de dar un “discurso” sobre el texto, ni de instruir a los demás con mis reflexiones, y mucho menos aplicárselo a otras personas. El regalo encontrado en la meditación es para mí, para aplicarlo a mi vida. Por eso se recomienda que al compartir hablemos en primera persona, por ejemplo: “El Señor me invita a través de este texto a...”. Si lo haces personal, puedes anotar en tu libreta lo que te ha sugerido el texto. Pero no te prives del esfuerzo de compartirlo o escribirlo, para ayudar a “aterrizarlo”.

8.3.- Oración: “Llama orando”

¿Qué le digo a Dios con este Texto?

+ Después de escuchar su Palabra deja hablar a tu corazón. Puedes hacer una oración de arrepentimiento, de súplica, de gratitud, de alabanza, de entrega...
+ Ayúdate también de oraciones que ya existen: un Salmo, una frase bíblica, la oración del Padre Nuestro o del Ave María.
+ Te servirá escribir tu oración en algún cuaderno personal.

Todo lo que hemos dicho de la lectura y de la meditación es ya una forma de oración. Pero es en este tercer peldaño de la Lectio Divina cuando tomamos conciencia, más que nunca,  de nuestra actitud orante. La Lectura y la Meditación realizan el viaje a la oración.

Se dice que una buena meditación es semilla de oración. Quien sabe hacer la meditación sabe orar. La pregunta en este tercer peldaño es: “¿Qué me hace decir el texto?”. El primer signo de que la Palabra de Dios ha sido cultivada, acogida en el corazón, como tierra buena que acoge la semilla, es la oración. El amor se vuelve diálogo; o se expresa o muere[15]. La Palabra empieza a salir, a brotar en forma orante. Si no reaccionamos con la oración es porque la Lectio no ha sido bien hecha. En la medida que me voy dejando tocar por la Palabra, que descubro lo que el Señor me dice en ella, el Espíritu Santo va haciendo nacer en mí la oración, es decir, me dan deseos de orar, y se inicia entonces un diálogo de tú a Tú con Dios. Comienzo a dejar hablar al corazón, a escuchar a Dios y responderle[16]. “Cuando leo la Escritura Dios es <El>; pero si leo con fe y oro con ella Dios se transforma en un <Tú>”[17].

En realidad el principal protagonista en este tercer peldaño es Dios. El yo guarda silencio y presta atención a lo que el Espíritu Santo pone en el corazón. Él es quien va suscitando en nosotros las diversas respuestas a la Palabra de Dios. Es como una especie de “secuestro” al que libremente nos rendimos, y en donde el Espíritu Santo se apodera de nosotros y nos hace  hablarle a Dios con sus mismas palabras. 

Ante lo que el Señor me dice o me pide en su Palabra el Espíritu Santo hace surgir diversos tipos de oración, como los siguientes:

  • Compunción: Puede suceder que al meditar la Palabra de Dios nos sintamos sobrecogidos por su inmenso Amor, Bondad, Misericordia. Esto remece muchas veces nuestro corazón, lo “compunge”, nos hace sentir por dentro como una punzada. Sentimos el gran abismo entre la fidelidad de Dios y nuestra infidelidad, entre su ternura y nuestros despistes, entre ese Amor que lo ha dado todo por nosotros, incluso a su propio Hijo, y nuestra ingratitud, falta de correspondencia, en una palabra, nuestro pecado. Un signo de que esta compunción es suscitada por el Espíritu Santo es que al final nos deja con una inmensa alegría y la resolución de empezar una vida nueva.

  • Súplica: La Palabra de Dios nos sobrepasa y experimentamos que lo que Dios nos pide no podemos alcanzarlo por nuestras propias fuerzas, o sentimos resistencia para realizarlo. Surge entonces la oración de súplica o petición, mediante la cual, humildemente pedimos al Señor nos conceda aquello que nos pide. Es una oración muy agradable a Dios, quien nunca se cansa de darnos lo que más nos hace falta. Es la oración del publicano que en contraste con el fariseo que oraba jactándose de no ser como los demás, reconoce su limitación, su pecado y pide compasión a Dios. Si a través del texto bíblico el Señor me ha dicho, por ejemplo, que perdone al que me ha ofendido, mi súplica puede ser: “Señor, enséñame a perdonar”. O si a partir del texto del leproso, por ejemplo, el Señor me ha ayudado a ver alguna limitación, defecto o pecado, mi petición puede ser: “Sáname Señor”; “Si Tú quieres, puedes curarme”; o la oración del ciego Bartimeo: “¡Ten compasión de mí![18]”, etc…

  • Alabanza y Acción de Gracias: Muchas veces nos sentimos agradecidos por la luz que el Señor nos ha dado en su Palabra y surge de nuestro corazón la gratitud o la alabanza.  Jesús también tuvo esta experiencia cuando san Lucas nos dice que “el Espíritu Santo lo llenó de alegría y dijo: Yo te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos”[19]. La alabanza nace también al contemplar la acción de Dios en nuestra vida y que sólo Él puede realizar maravillas en nosotros, sólo Él puede sacarnos de nuestro pecado, sólo Él puede despertarnos a la verdadera vida.

  • Abandono: La Palabra del Señor nos habla muy claro, y como decíamos al principio, nos sobrepasa. Sin embargo, esta claridad a veces se torna oscura, y no comprendemos plenamente el por qué de lo que estamos viviendo. La luz que nos da el Señor en la Palabra orada no es la que esperábamos, no nos consuela del todo, sino más bien nos crucifica. Lo único que nos muestra es el rostro del Crucificado. Jesús vivió también la experiencia de la Palabra que calla y crucifica, la Palabra-Silencio del Padre. En Getsemaní se abandona a esta Palabra: “Padre, que no se haga mi voluntad sino la Tuya”. En la Cruz, después de expresar su sentimiento de abandono: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”, termina con la expresión confiada: “En tus manos encomiendo mi espíritu”. Esta oración de abandono es una de las más perfectas oraciones, porque supone un amor a toda prueba, una confianza sin límites, un reconocer que no hay mejores manos que las de Dios para poner en ellas nuestra vida. Es esta oración de abandono la que nos lleva a entregarlo todo, a dejar caer los brazos después de tantas resistencias y decirle al Señor: “Señor, Tú sabes los caminos que más me convienen, porque Tú conoces mi corazón. <Me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias>”. 

En la medida que perseveramos en este camino de oración vienen las arideces, las dificultades, y no sabemos qué decirle a Dios, de qué manera responder a su Palabra que me ha hablado. Esto no significa que el Espíritu Santo no esté orando en nosotros. ¿Por qué no dejamos que Él le diga al Padre lo que más nos conviene? Y si confiamos plenamente en Él, nuestra oración puede cifrarse en un: “¡Sí Padre! a todo lo que el Espíritu te esté pidiendo para mí”.

Lo que hace el Espíritu Santo durante la oración es introducirnos en el Corazón de Cristo, en su misma oración. Oramos al Padre en la medida que nos dejamos introducir en la oración del Hijo. Decía san Pablo que tuviéramos entre nosotros “los sentimientos que corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús”[20]. Un texto bíblico no sólo ilumina mi vida, sino también me lleva a ver la realidad, la historia, los acontecimientos con los sentimientos de Jesús. Me saca de mi mismo para interesarme por mis hermanos, por sus gozos y sus penas: “Nos duele la humanidad: sus alegrías y sus pesares son también los nuestros”[21]. Mi oración se ensancha, se vuelve sacerdotal, es decir, puente, mediación, ofrenda en favor de otros, pero siempre en unión con Jesús, nuestro Único Sacerdote. En toda Lectio Divina debería haber siempre un espacio para orar en favor de otros. La oración de los santos es así: llega a estar tan unida a la de Cristo que como Él, lo único que piden, es la salvación de sus hermanos.

Guigo no se cansa de subrayar que los cuatro peldaños están íntimamente relacionados. “Sin meditatio la Lectio se marchitaría, sin Lectio la meditatio estaría equivocada. La oración es temerosa sin meditatio y la meditatio es estéril sin la oración. Sin embargo el fin es la contemplatio como superación de todos los sentidos y de toda actividad, como unión con Dios en lo más hondo del alma”[22].

Actividad: Ejercicio No. 8 (20 minutos)

+ Leer pausadamente el texto bíblico: Lc 1,26-38

+ Momento breve de silencio para retomar personalmente el texto y apropiárselo.

+ Quedarme un momento saboreando, rumiando la palabra o frase que me llamó la atención.

+ Preguntarme interiormente: (no para compartir en este momento)  

¿A qué me invita el Señor a través del texto?
                   ¿Qué me enseña la Virgen María en este pasaje?
                   ¿Qué actitud de la Virgen quisiera imitar en mi vida?

+ Decirle al Señor en silencio, lo que su Palabra ha despertado en mi corazón. Puede ser una alabanza, acción de gracias, súplica, etc... Si me ayuda puedo escribir esta oración en un cuaderno personal.

+ Invitar a participar en voz alta la oración, aclarando que lo que vamos a compartir es nuestro diálogo con el Señor, no nuestras reflexiones sobre el texto. (Poner atención a que lo que se exprese no sea una reflexión, sino verdaderamente una oración dirigida al Señor).


8.4.- Contemplación: “…y se te abrirá contemplando”

+ Gusta a Dios internamente en tu corazón.
+ Saborea el regalo que el Señor te ha hecho en esta oración.
+ Te puede servir una imagen o frase que contemples en silencio para aumentar tu amor a Jesús.
+ Deja que Dios ilumine tu vida y que tu vida se ilumine a la luz de la Palabra.

De la oración se pasa a la contemplación. Este paso se realiza cuando la fe se une estrechamente al amor, “...el amor que nos libera del esfuerzo de pensar mucho y, por el contrario, nos hace desear mucho, amar mucho”[23]. En este peldaño ya no hay preguntas porque hemos entrado en el mundo de Dios, estamos frente a Dios. “Me mira y lo miro, ¡eso me basta!”[24]. Contemplar es cuestión de mirar, de estar amorosamente en presencia del Amado.

Aquello que hemos buscado al adentrarnos en el texto bíblico, lo hemos encontrado. Por un instante perdemos la noción del tiempo y una profunda alegría nos inunda. Es el momento en que caigo de rodillas y adoro. Es el momento del silencio: “No son palabras lo que Dios espera de ti, sino tu corazón”[25] dice san Agustín. Cierro mi Biblia, y después de haberla leído, meditado y orado me quedo en presencia del Señor, saboreando, gozando y adorando. Puede ayudarme el cerrar los ojos, el contemplar a Jesús en el Sagrario o una imagen de su Rostro.

Puede surgir en nosotros la inquietud de pensar que llegar a la contemplación es muy difícil, que sólo a algunos Dios se las concede. Es bueno aclarar que la contemplación puede ser adquirida o infusa. La adquirida es la propia de este cuarto peldaño y aunque nunca deja de ser don de Dios, implica una disposición activa de nuestra parte. Es por eso que para ella nos valemos de gestos, signos, palabras y hasta de la misma respiración o del ritmo del corazón para contemplar. La contemplación infusa, en cambio, implica una disposición pasiva. Se da sin que uno ponga nada de su parte más que el estar amoroso. Sin embargo, el consuelo, la paz, el gozo que experimentamos intensamente por algunos momentos cuando hacemos la Lectio, puede corresponder a esta gracia. Es también un don del Espíritu y hay que pedirlo con la seguridad de que el Señor está dispuesto a regalárnoslo, cuando quiera y como quiera. Entonces nuestro único ejercicio será el amar. 


Actividad: Ejercicio No. 9 (5 minutos)

+ Recordar en este momento alguna frase bíblica que sea muy querida para nosotros y adaptarla al ritmo de la respiración. Tomar en cuenta que conviene que la frase no contenga muchas palabras, para que pueda repetirse con un ritmo sereno, de lo contrario, en vez de ayudarnos nos estorbaría en la oración.

+ Repetirla conscientemente, con fe y amor, mientras respiramos, tratando de que nos ayude a ponernos en presencia de Dios.

+ Invitar a compartir la frase y la experiencia.

Para devolver al facilitador

Después de hacer lo ejercicios pedidos:

1.     ¿Qué paso de la lectio divina se te hizo más fácil? (leer, meditar, orar, contemplar) ¿Por qué?

2.    ¿Cuál te pidió más esfuerzo? ¿Por qué?


3.    ¿Pudiste llevar a cabo los cuatro pasos?

4.    ¿Qué fruto te regaló el Señor?

5.    ¿Qué dificultades experimentaste?

6.    ¿Te das cuenta como el mal espíritu nos tienta para evitar que la Palabra de fruto en nosotros? ¿Cómo te diste cuenta?