sábado, 29 de septiembre de 2012

IFAP TEMA 2.- ESCUCHAR LA PALABRA SE CONVIERTE EN UN DIÁLOGO.

TEMA 2.- ESCUCHAR LA PALABRA SE CONVIERTE EN UN DIÁLOGO.

Objetivo:
·         “Disponer nuestra capacidad de escucha”
·         “Captar y valorar que el encuentro con la Palabra es un diálogo entre Dios y nosotros”

Iluminación[1]:

Los sujetos del diálogo son Dios que anuncia su Palabra, y el destinatario, persona o comunidad. Dios habla, pero sin la escucha del creyente la Palabra se muestra pronunciada, pero no recibida. Por ello se puede decir que la revelación bíblica es el encuentro entre Dios y el pueblo, en la experiencia de la única Palabra, y que entre ambos hacen eficaz la Palabra. La fe obra, la Palabra crea.

Hay textos que afirman la inefable eficacia de la Palabra de Dios.

Hebreos 4, 12-13:
“Pues, viva es la palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta la división entre alma y espíritu, articulaciones y médulas; y discierne sentimientos y pensamientos del corazón. No hay criatura invisible para ella: todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta”.

Isaías 55, 9-11:
“Como desciende la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca que no tornará a mí de vacío sin que haya realizado lo que me plugo”.

¿Cómo entender tal eficacia? La palabra de Dios no actúa de manera mágica sino que despliega su eficacia, como afirma el sembrador (Cf Mc 4, 1-20), cuando se quitan los obstáculos y se ponen las condiciones para que la semilla de la Palabra de frutos. En cuanto al tipo de eficacia propio de la Palabra de Dios, es iluminador otro texto evangélico, que utiliza la imagen de la semilla que debe morir para dar fruto: Cristo habla de la necesidad de su muerte para cumplir el plan de salvación. La cruz es directamente potencia y sabiduría de Dios; el Evangelio es la “predicación de la Cruz”  (1 Cor 1, 18). La eficacia de la Palabra es, por lo tanto, del orden de la cruz. Palabra y cruz son dos realidades que se colocan en el mismo nivel. En ellas toda la potencia está en el dinamismo del amor divino que las atraviesa: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito” (Jn 3, 16; Rm 5,8). Encuentra el fruto de la Palabra quien cree en el amor de Dios que la pronuncia. Entonces la potencialidad de la Palabra de Dios se hace concreta, se realiza, se hace verdaderamente personal.

El creyente es aquel que escucha la Palabra de Dios en la fe. “Cuando Dios se revela, el hombre tiene que someterse con la fe”. A Él, que hablando se dona, el hombre escuchándolo se “entrega entera y libremente” (DV 5). El hombre que, también en virtud de la íntima estructura de la persona es oyente de la Palabra, recibe de Dios la gracia de responder en la fe. Ello implica, de parte de la comunidad y de cada creyente, una actitud de plena adhesión a una propuesta de total comunión con Dios y de entrega a su voluntad (Cf DV2).

Esta actitud de fe comunional se manifestará en cada encuentro con la Palabra de Dios, en la predicación viva y en la lectura de la Biblia. No es casual que la Dei Verbum aplique al Libro Sagrado cuanto afirma globalmente de la Palabra de Dios: “Dios invisible (Cf Col 1,15; 1Tim 1, 17), movido por amor, habla a los hombres como amigos (Cf Ex 33,11; Jn 15, 14-15), trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía” (DV2). La Revelación es comunión de amor, que la Escritura frecuentemente expresa con el término de alianza.

En síntesis, se trata de una actitud de oración: “diálogo de Dios con el hombre, pues “a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras” (S. Ambrosio, DV25).

La palabra de Dios transforma la vida de aquellos que se acercan a ella con fe. La Palabra no se extingue nunca, es nueva cada día. La Escritura atestigua en varias ocasiones que la escucha es lo que hace de Israel el Pueblo de Dios: “Si de veras me obedecen y guardan mi alianza, serán mi propiedad personal entre todos los pueblos” (Ex 19, 5; Cf. Jr 11,4). La escucha crea una pertenencia, un vínculo, hace entrar en la alianza. En el Nuevo testamento la escucha es directa con respecto a la persona de Jesús, el Hijo de Dios: “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escúchenlo” (Mt 17,5).

El creyente es uno que escucha. El que escucha confiesa la presencia de Aquél que habla y desea comprometerse con él; quien escucha busca en sí mismo un espacio para que el otro pueda habitar en él; aquel que escucha se abre con confianza al otro que habla. Por ello, los Evangelios piden el discernimiento de aquello que se escucha (Cf. Mc 4, 24) y llaman la tención sobre cómo se escucha (Cf. Lc 8, 18); en efecto: ¡Nosotros somos aquellos que escuchamos! La figura antropológica que la Biblia desea construir es aquella del hombre capaz de escuchar, dotado de un corazón que escucha (Cf 1 Re 3, 9). Siendo esta escucha no una mera audición de frases bíblicas sino un discernimiento pneumático de la Palabra de Dios, esto exige la fe y debe acontecer en el Espíritu Santo.

María, modelo de recepción de la Palabra para el creyente.

En la historia de la salvación emergen grandes figuras de oyentes y de evangelizadores de la Palabra de Dios: Abraham, Moisés, los Profetas, los Santos Pedro y Pablo, los otros Apóstoles, los  Evangelistas. Ellos escuchando fielmente la Palabra del Señor y comunicándola han hecho espacio al Reino de Dios.
En esta perspectiva, un papel central asume la figura de la Virgen María, la cual ha vivido en modo incomparable el encuentro con la Palabra de Dios, que es el mismo Jesús. Por este motivo, Ella es un modelo de toda escucha y anuncio.

Educada en la familiaridad con la Palabra de Dios en la experiencia intensa de las Escrituras del pueblo al cual Ella pertenecía, María de Nazaret, desde el evento de la Anunciación hasta la Cruz, y aún hasta Pentecostés, recibe la Palabra en la fe, la medita, la interioriza y la vive intensamente (Cf Lc 1, 38; 2, 19.51; Hch 17,11). En virtud de su “sí”, dado inicialmente, y nunca interrumpido, a la Palabra de Dios, Ella sabe observar en torno a sí y vive las urgencias de lo cotidiano, siendo consciente que lo que recibe como don del Hijo es don para todos: en el servicio a Isabel, en Caná y junto a la Cruz (Cf Lc 1, 39; Jn 2, 1-12; 19,25-27). Por lo tanto, a Ella se aplica cuanto ha dicho Jesús en su presencia “Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21). “Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios puede convertirse en madre de la Palabra encarnada.

En particular, debe considerarse su modo de escuchar la Palabra. El texto evangélico: “María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 19) significa que Ella escuchaba y conocía las Escrituras, las meditaba en su corazón a través de un proceso interior de maduración, buscaba el sentido espiritual de la Escritura y lo encontraba relacionándolo con las palabras, con la vida de Jesús y con los acontecimientos que Ella iba descubriendo en la historia personal. María es nuestro modelo tanto para acoger la fe, la Palabra, como para estudiarla.


Actividad:
  • De la lectura del texto comentar lo más significativo y los aprendizajes.

  • Hacer un ejercicio de escucha tanto de los propios sentimientos como de otra persona. Ejercicio de empatía simple y avanzada.

  • Hacer un ejercicio de “escucha de la Palabra”. Elegir un texto, por ejemplo: Lc 24, 19-36


Con la realidad concreta





Con Dios, en su Palabra
Con uno mismo, lo que pienso, siento, deseo
Una triple escucha y un triple diálogo:CON DIOS, EN SU PALABRA --> CON UNO MISMO, LO QUE PIENSO, SIENTO Y DESEO, --> CON LA REALIDAD CONCRETA-









Para devolver al facilitador:

1.     ¿Qué obstáculos consideras más importantes para escuchar la palabra de Dios? Externos e internos (dentro del mismo corazón)

2.    ¿Por qué sin la cruz la Palabra no puede dar fruto? ¿Cómo traduces esto en nuestra vida cotidiana?

3.    Leer la constitución Dei Verbum (DV). De los números 1-6 y 21-26, hacer una síntesis de una página destacando en cursiva los elementos que más te hallan llamado la atención, y en otra media página aplícalo a tu vida y de tu comunidad.

Puedes encontrarla en:

4. ¿Qué te hace más falta de la actitud de María ante la Palabra?



[1] El texto que se cita a continuación está tomado fundamentalmente de: “LA PALABRA DE DIOS EN LA VIDA Y EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA” InstrumentumLaboris, CEM, 39-42

lunes, 17 de septiembre de 2012

TERCER BLOQUE . COMO PERDONAR?

TERCER BLOQUE


¿Cómo perdonar?
Cristo, en su Palabra, nos deja muy claro lo que es el perdón evangélico:

ü  Perdonamos siempre
ü  Perdonamos por amor
ü  Perdonamos en forma total
ü  Perdonamos como queremos ser perdonados.

El perdonar a alguien no me obliga a tratar con esa persona si la relación es muy compleja pero si me lleva a:
ü  No guardarle rencor.
ü  Saludarle con cortesía
ü  Desearle lo mejor
ü  Ayudarle si es posible hacerlo.

Si creemos que podemos avanzar en la vida espiritual y a la vez guardar rencores estamos equivocados: los rencores y resentimientos no solo nos paralizan sino que nos retroceden en nuestro avance espiritual.
Perdonar es un proceso que no se da en un abrir y cerrar de ojos.  Cuesta trabajo al principio pero no hay que desanimarnos ya que el éxito es seguro porque es Dios mismo el que nos jala y nos ayuda. Sólo tenemos que quitar el pie del freno y dejarnos mover....El resto lo hará Él.

Algunas ayudas para avanzar por el camino del perdón son:

1.    RECONOCER
            Nos es muy fácil justificar nuestros sentimientos o fingir que son lo que no son.
            Debemos dejar de inventar excusas y enfrentarnos con nuestros problemas: asumir nuestro rencor, reconocerlo, aceptar que está ahí, a pesar de todos nuestros esfuerzos por disimularlo.
           
2.    DECIDIRSE.
            Una vez que has reconocido que albergas resentimientos, grandes o chiquitos, en tu corazón, te enfrentas a una decisión: la de perdonar o la de no perdonar.
            Para tomar esta decisión no tienes que esperar a “sentir bonito” o a que ya no te importe lo que te hicieron.  Tampoco cuenta si el que te ofendió merece o no tu perdón.
            Debes decidir perdonar – por encima de cualquier consideración – por cuatro  poderosas razones:
a)    Porque el Señor te ha perdonado
b)    Porque te pide que perdones
c)    Porque los demás necesitan de tu perdón.
d)    Porque si no perdonas el resentimiento acabará tarde o temprano contigo.

3.    ORAR
            Por orar se entiende entrar en un diálogo con Dios, reconocer frente a Él tus sentimientos heridos, tus lastimaduras, tu resentimiento, tus dificultades para decidirte a perdonar, tu indiferencia ante la situación y pedirle que te ayude a sanar.
            Cuando nos lastiman descubrimos que no es posible para un ser humano perdonar a otro, a menos que cuente con la gracia de Dios.
            La oración es la mejor arma contra el resentimiento.

4.               NO JUZGAR NI CONDENAR  (Lc 6, 36-37)
            Como no sabemos leer la mente de las personas no podemos saber sus necesidades o problemas. Así hacemos juicios basados en apariencias, no en hechos.
            Frente a las fallas de los demás no cabe el juicio, puesto que para juzgar necesitaríamos tener todas las evidencias en la mano, y ésas sólo puede tenerlas Dios. Lo único que cabe, cristianamente hablando, es la misericordia, es decir, poner el corazón en las miserias del otro, apiadarnos de él.


5.    COMPRENDER
            Trata de colocarte en la situación de la otra persona. Considera qué motivos pudo tener para lastimarte.  Quizá ni cuenta se dio, o se encegueció por alguna razón que ignoras; quizá creció en medio de carencias afectivas, económicas, espirituales; quizá actuó motivado por el miedo o el enojo momentáneo, o creyendo que hacía bien...
                Para poder perdonar al que nos hace el  mal, es necesario comprenderlo, ponernos en sus zapatos, tratar de ver las cosas desde su punto de vista, encontrar las posibles razones.
            Cuando empezamos a ver a las otras personas como Jesús las ve, con todas sus heridas, inseguridades y limitaciones, encontramos que sí es posible amar a todos, incluso a aquellos que no nos aman o ni siquiera les caemos bien.

            6. RENUNCIAR A DESQUITARSE.      
            La venganza puede producir en quien la practica, la momentánea satisfacción de haberse “desquitado” de lo que le hicieron, pero a la larga sólo conduce a una nueva ola de violencia, de resentimiento y de más deseos de venganza.  Esto no tiene fin.
                Renunciar a desquitarse significa no sólo renunciar a hacerle al otro lo mismo que nos hizo, sino renunciar incluso a las “pequeñas vengancitas”.
            No todos demostramos nuestro anhelo de venganza.  Algunos empleamos un estilo muy discreto. Algunos nos enorgullecemos de que no estamos contestando la agresión directamente, pero al mismo tiempo nos encanta ver que esa persona quede mal ante los demás.
            En nuestra vida cotidiana solemos practicar con singular perfección lo que podría llamarse “el arte de desquitarse disimuladamente”:
            Cada vez que creas situaciones que hagan al otro sentirse incómodo y no le permitan olvidar que te ha ofendido, estás cayendo en la venganza, que por disimulada que esté o por insignificante que te parezca, no deja de ser una conducta que atenta directamente contra lo que el Señor espera de ti: un perdón verdadero que incluya “bajar las armas”, las grandes y las chiquitas.


            7. NO DIFAMAR
            Difamar es un pecado muy practicado y rara vez reconocido como tal.  Mucha gente confunde difamación con calumnia y creen que lo que no les está permitido es contar mentiras sobre la vida de la otra persona, pero que si se vale hablar mal, siempre y cuando sea cierto lo que se cuenta.  Están en un error.
            Decir mentiras de otros es calumniar. Contar información que dañará la “buena fama” de alguien es difamar: “Es que mi marido se fue con otra” ¿Es cierto? Si, pero no había necesidad de divulgarlol
            Difamar es aislar: Es un pecado grave porque al contarle a los demás las miserias de alguien, lo estamos privando de la posibilidad de que ellos se acerquen a él y le ofrezcan su amistad o ayuda, quizá justamente la ayuda que necesitaba para salir adelante y cambiar. 
            Difamar es exhibir lo negativo del otro: Cuando nos enojamos con alguien y no le hemos perdonado, surge la tentación de exhibirlo, de contarle a los demás lo que nos ha hecho, de hacerlo quedar mal, de buscar cómplices que escuchen nuestra versión del asunto y se pongan de nuestro lado.
             

            8. RECONSTRUIR Y HACER CONCRETAMENTE ALGO BUENO POR
            EL OTRO.
            Cuando se responde al mal con otro mal, el intercambio de males no termina, sino que va en aumento.
            Cuando se responde al mal sin hacer nada, se deja abierta la posibilidad de que ese mal se repita y crezca.
            En cambio, cuando se responde al mal con bien, y con un bien proporcionalmente mayor al mal recibido, entonces se derrota al mal.
            El que perdona está llamado a ayudar en la reconstrucción de aquel que lo ha ofendido. ¿Y en qué consiste esa reconstrucción?
            Reconstruir es hacer algo concreto por el bien del otro.
            Como cristianos no podemos responder al mal con mal, ni podemos tampoco cruzarnos de brazos (y decir muy ufanos: “yo no hago mal a nadie”, “conste que no le hice nada a fulanito”).
            Estamos llamados a responder al mal con bien, porque la luz derrota siempre a las tinieblas.

9. DISPONERTE A OLVIDAR
            Muchas personas se rigen por esta manera de pensar. Dicen: “ya te perdoné, pero no se me olvida lo que me hiciste”. Lo cual significa que, en realidad, no han perdonado.  Por eso, un paso importantísimo para el perdón es el olvido.
            Ahora bien ¿qué entendemos por olvido? Porque hay heridas tan dolorosas o de tales consecuencias, que resultan casi imposibles de olvidar (un divorcio, una violación, un hecho violento que deja lastimado de por vida a alguien?
            El olvido, en el camino del perdón, no es sinónimo de amnesia total y repentina. Es, como todo en este proceso, una decisión. Es decidir no estar recordando y cada vez que los recuerdos vienen a la mente, desecharlos de inmediato. No admitirlos, ni consentirlos. Pensar en otra cosa.  Desviar la atención.
           
            10. PREPARARNOS A PERDONAR UNA Y OTRA VEZ (Mt 18, 21-22)
            Al hablar de 70 veces siete, Jesús en el Evangelio está invitándonos a perdonar con una capacidad que supera los límites de lo humano.  En ese pasaje Jesús hace notar a Pedro que no basta con conformarse con lo que uno es capaz de dar, que siempre se puede ir más allá.
            Para ser capaces de lograrlo necesitamos estar concientes de que vamos de la mano del Señor para sobreponernos al orgullo, al coraje, a la timidez, a los deseos de desquitarnos.  Se trata de entender que no puede haber límites para el perdón. Perdonar setenta veces siete no sólo se refiere a las innumerables veces que debemos perdonar, o a las innumerables heridas, sino también a las innumerables veces que debemos perdonar la misma herida.

11. CUESTIÓNATE TU PRIMERO
            Necesitas preguntarte: ¿Por qué esta persona me “pone” de malas?
            A veces porque nos molesta algo que en ella que en realidad tenemos nosotros “si me choca, me checa”. ¿En qué he contribuido yo a la actual situación o actitud de esta persona? 
            Es increíble lo ciegos que somos en relación a lo que hacemos a los demás y luego hasta resulta que nosotros somos los “indignados”: un gesto inoportuno, una palabra hosca, una broma muuuuy pesada que disculpamos diciendo “ay es que yo soy así, me encanta moler”, “no es para tanto, si así nos llevamos...”.
            Todo esto puede abrir heridas que ni siquiera imaginamos y de las cuales tarde o temprano sufriremos consecuencias.  Entonces cuando aquella persona nos haga algo que no nos guste diremos, llenos de asombro, “¿pero que le pasa? ¡Uy que carácter! ¡Si yo no le he hecho nada!.
            Tenemos que aprender a preguntarnos con valor y honestidad si hemos empinado a otros al resentimiento, a la frustración, a la amargura.
            Es cierto que en ocasiones, la gente se ofende sin que hayamos contribuido para ello, pero en todo caso, hay que estar siempre dispuestos a realizar un cuidadoso examen de conciencia y actuar en consecuencia.

  1. APRENDE A PEDIR PERDÓN
            A veces decir “me equivoqué” se nos atora en la garganta. Nos cuesta trabajo pedir perdón quizá por miedo a que nos den “el cortón”, a lo mejor por miedo a quedar como débiles o a lo mejor porque no sabemos cómo hacerlo.
            Para pedir perdón es necesario:
a)    Reconocer que tú has hecho algo que ha ofendido al otro.  No importa si el otro contribuyó y qué tanto.   El hecho es que tú participaste.
b)    Pídele al Señor que te acompañe y te de fuerzas para ir al encuentro de tu hermano ofendido. Visualiza a Jesús junto a ti.
c)    Busca al otro y hazle saber que estás arrepentido de haberlo lastimado.
d)    No contraataques si el otro empieza a sermonearte o reclamarte: cuando los ánimos se calmen posiblemente tú puedas explicar las razones que tuviste para actuar de determinada manera.


            REFLEXIÓN PERSONAL PARA EL TERCER BLOQUE

ü  ¿Cuáles de estas ayudas te cuesta trabajo poner en práctica?

ü  Con la luz de la Palabra has descubierto que vivir de esta manera no sólo es
necesario sino indispensable....¿Por cuál de ellas empezarás? ¿De qué manera?


LECTIO DIVINA  JUAN 8, 1-11.


1er bloque retiro EL PERDON

EL PERDON

PRIMERA PARTE

*      INTRODUCCION
ü  Dios soñó con cada uno de nosotros desde la eternidad, tiene un plan para cada uno de nosotros.
ü  ¿Relacionarse bien con los demás siempre es fácil? La realidad es que no.
ü  ¿Resultados? A veces o muchas veces,  lastimamos a los demás o permitimos que ellos nos lastimen. ¿Dios querrá esto? ¡No! Dios nos soñó libres, plenos, armónicos, solidarios, felices, justos, honestos, corresponsables unos de otros y nos dio su gracia para lograrlo.
ü  Con la luz de la Palabra descubriremos la curación para estas heridas: el perdón cristiano.
ü  No estamos solos: Jesús nos acompaña siempre (Mateo 28,20)
ü  ¡Vive este retiro como si fuera el primero, el único o el último de tu vida!


     I.    LO QUE NO ES EL PERDON...
1.    No es una varita mágica, no es ritual, no es un sentimiento.
2.    No es renunciar a que se haga justicia: se otorga el perdón pero no se evita que la persona asuma las consecuencias. (Juan Pablo II y su agresor).
3.    No es tolerar que te lastimen: Puedes dar el perdón y a la vez poner “las cartas sobre la mesa”.
4.    No es justificar comportamientos inaceptables o abusivos.
5.    No es hacer “como que no pasa nada”
6.    No es tener una relación cercana con la persona que te lastimó.
7.    No es forzosamente tener que dialogar si hay demasiadas heridas: se perdona y se cambia de actitud.
8.    No es tener una actitud de “perdona vidas” sintiéndote superior a los demás como si tú nunca les fallaras o lastimaras.


   II.    LO QUE SI ES EL PERDON:
1)    Es un don de Dios que se recibe, se vive y se comunica.
2)    Es una decisión: para perdonar es necesario querer hacerlo. Eso de “no puedo perdonar” es falso.
3)    Un favor, un bien que te haces a ti mismo: salud corporal, mental y espiritual.
4)    Es la manera concreta de conseguir la paz y aprender realmente a amar: ves de otra manera a las personas y a las circunstancias que te han causado dolor y problemas.  Eres capaz de ver lo malo pero también lo bueno que cada persona y circunstancia tienen.
5)    Un proceso que lleva diferentes etapas: negación, dolor, rabia, aceptación, perdón y aprendizaje: un duelo en donde es importante vivir cada etapa sin saltarla.
6)    Es mirar de frente al mal, reconocerlo y enfrentarlo con amor.
7)    Una forma, un estilo de vida: puedes estar en desacuerdo con alguien sin retirarle tu cariño: una cosa es la conducta y otra la persona.  Ya no eres “juez” y comprendes cada vez más la fragilidad humana, incluida la tuya.
8)    Es el reconocimiento tranquilo de que somos iguales: capaces de odiar y lastimar a los demás.
9)    Es liberarte del pasado: Declarar que la historia ya no tiene el mismo poder sobre ti, que las he aceptado y perdonado.
10) Es crecer y vivir en libertad: No siempre podrás controlar los acontecimientos externos ni la conducta de los demás, pero si puedes responder de mejor manera a lo que te pasa en la vida.  Responder de tal modo que no vivas como “víctima” sino como alguien  que desde tu libertad, decides perdonar a la vida, a los demás y a ti mismo.


  III.    ¿POR QUÉ PERDONAR?
    
1.     Porque Dios te perdona: lectura personal Salmo 103, 1-5 . 8-17. 13-14
Cuando se habla del perdón de Dios necesitamos antes que nada desterrar tres malentendidos:

a) Creer que Dios no tiene nada que perdonarte: si analizas tu vida desde el amor que Dios espera de ti te darás cuenta de que estás muy lejos de ser el cristiano ejemplar que pensabas: ¿Cuánto amas a los demás? ¿De qué manera concreta vives el amor a través de la tolerancia, la comprensión, el perdón, el servicio, tu entrega a otros, etcétera? ¡Y aún así el Señor te sigue amando y perdonando! 
Ya no puedes preguntar lleno de soberbia “¿Y a mí que me tiene que perdonar Dios?”....No te queda mas que estar muy agradecido y dispuesto a gritar “a los cuatro vientos” que Su misericordia es infinita.

b) Creer que Dios no perdona sino castiga.
“Te va a castigar Dios” “Pero hay un Dios que todo lo ve y todo lo juzga...” ¿eso oíste? Pues no has oído “últimamente” a Jesús que nos dice que Dios es un padre todo cariñoso que siempre te espera y siempre te acoge (Lc 15, 11-24). ¡Ya es tiempo de que “cambies de canal”!

c) Creer que como Dios ama y perdona “todo se vale”.
Hay quienes creen en un Dios taaaaan misericordioso que es “manga ancha” y les pasa todo porque los quiere mucho.  ¡Cuidado! Dios no pasa todo: sus caminos son caminos de amor, donación, servicio, perdón y paz.  Todo el que va por otros caminos se aleja de Dios y aunque crea que es “muy feliz” la realidad es otra.
Jesús nos habla de que Dios siempre nos perdona.  Y este perdón gratuito, liberador, maravilloso, inesperado y total, colma el anhelo de todo ser humano.  No hay nada más consolador que el bálsamo del perdón ¡Dios nos conoce y sabía que lo íbamos a necesitar!


  1. Porque Dios te pide que perdones.
El perdón es un don que Dios da al hombre: pero el hombre perdonado es llamado a hacer lo mismo con los demás.  Los dones que Dios te da a manos llenas, como el perdón, no son para acumularlos y disfrutarlos tu solito.  Es necesario donarlos también a los demás. 


  1. Porque los demás necesitan tu perdón.
Dios al crearnos cuenta con nosotros: nos ha situado en medio de una gran familia humana y espera que lo ayudemos en la tarea de conducirla a la plenitud.
Dios nos ha dado vocación de “puentes”: ¿qué función realiza el puente? La de unir dos extremos: Dios necesita de ti y de mí para hacer llegar a otros Su amor, perdón, ayuda, comprensión porque esas cualidades suyas no andan flotando en el aire.
Nadie de nosotros dice “¡Mira! ¡Pasó una nube de bondad divina por aquí!.  La bondad de Dios se palpa a través de las personas buenas, la fidelidad de Dios a través de las personas fieles, el perdón de Dios a través de quienes perdonan.









 IV.    ¿PARA QUÉ PERDONAR?

Para sanarte.
Se terminan los corajes, la úlcera, la boca amarga, los pleitos, el sentirte incómodo cada vez que ves a esa persona.  Se acaba tu rigidez, “el voltearte para otra parte”, la angustia, la tensión, toda la descarga de sustancias químicas que dañan tu cuerpo, bloquean tu mente y dañan a tu alma.

Para liberarte.
El rencor te ata a una situación, a un momento determinado, a una persona determinada. No te permite avanzar. Te detiene recordando todo aquello, reviviéndolo, viviendo en el pasado y muchas veces en un pasado tan lejano que ya es francamente absurdo cargarlo.

Para liberar a otros.
Cuando alguien nos daña automáticamente corremos el riesgo de “etiquetarlo” como alguien que “siempre” hace esto, que “nunca” hace lo otro.  Lo archivamos en nuestra mente y “cerramos el cajón”.
Lo convertimos en nuestro prisionero. Lo inmovilizamos.  No dejamos que avance porque no le concedemos la oportunidad de cambiar. “Cría fama y échate a dormir”, dice el refrán. ¡No! Si tú puedes cambiar....¡los otros también!
Tu perdón no rescata a un desconocido, sino a un hermano, a otro hijo de Dios.
Puedes creer que no necesitas al otro, pero ¿No has pensado que él si necesita de ti? ¿Qué le haces mucha falta?
Dios no admite una relación vertical con Él solamente.  La cruz tiene dos maderos: uno vertical, pero también uno horizontal, que nos lanza al encuentro de los demás.


  V.     ¿A QUIÉN PERDONAR?

A ti mismo.
Para poder perdonar a alguien primero debes saber perdonarte a ti mismo, porque lo que no resuelva en tí,  fácilmente lo proyectarás en los demás.  Necesitas perdonarte en tu

*      “Yo pecador”: si no te aceptas como pecador vivirás en continua lucha interna porque te darás cuenta de la maldad de la que eres capaz empeñándote a la vez en no reconocerla. “Yo no soy capaz de hacer esto.....”

*      “Yo limitado e imperfecto”: No siempre sabes todo  y no siempre puedes todo.

A tus  papás.
No hay en el mundo padres perfectos, sólo hay padres humanos con sus propias carencias y capacidades, con la capacidad de amar y de dañar.  Iguales a nosotros.

Nuestros padres normalmente no nos lastimaron de manera voluntaria pero su educación deficiente, las heridas de su infancia en el trato con sus propios padres, y otras causas hicieron que no nos atendieran suficiente ni adecuadamente.
Si no hemos sanado esa relación tenemos que pasar por otro proceso de parto.  En lugar de cortar cordón umbilical, hemos de cortar cordón psicológico y el perdón es el bisturí misericordioso que puede lograrlo.
Muchas personas temen perdonar a sus padres porque creen que al hacerlo volverán a ser vulnerables y estarán expuestos a malos tratos y heridas.  ¡No! se puede perdonar y a la vez poner límites.

A tu esposo (a).
Ninguna relación adulta promete más fricciones ni ofrece tantas situaciones difíciles como la relación humana del matrimonio pues nos enfrentamos cada día con la historia, las heridas, las necesidades, los deseos y las expectativas de la otra persona las cuales preferimos desconocer cuando nos empeñamos en que la persona sea y actúe como no es en realidad ¿Consecuencias? frustración y  decepción.
Un matrimonio en donde no hay ejercicios de perdón continuos seguramente vivenciará mucho dolor emocional porque cada uno se refugiará en si mismo y aprenderá a convivir alejado.
El perdón nos capacita para relacionarnos con alguien real a través de un amor maduro que acepta al otro como es, con cualidades y defectos, con sombras y luces.
Es una aceptación global de la persona y de la realidad.
Nuestra familia de origen nos moldea de tal forma que tendemos a repetir lo que vivimos. Por eso, como adultos,  hay que sanar primero a nuestros niños interiores, que a veces vienen lastimados o carentes de algo, resolviendo nuestras relaciones con nuestros padres y hermanos.    Lo que no se resuelve se repite > cadenas de dolor generacionales.

A Dios.
En la vida diaria es común  encontrar personas que viven convencidas de que Dios es el culpable de la muerte de un ser querido, de un accidente, de una enfermedad terminal, de una separación, de un fracaso económico o profesional.   
Hay dos maneras de entrar en conflicto con la imagen de Dios: Si tenemos la imagen de un Dios todopoderoso que todo lo puede, existe la dificultad de reconciliar esa imagen con las cosas horrorosas que pasan todos los días. ¿Cómo perdonarle a Dios que permita que pasen todas esas cosas aún a la gente buena?
Por otro lado si creemos que Dios es un mago que controlará las circunstancias externas, que nos evitará las pruebas terribles y nos evitará la muerte, el dolor, la enfermedad, es inevitable enojarnos con Él en cuanto tengamos problemas.
En el fondo el coraje no es contra Dios sino contra las imágenes que nos hemos fabricado de Él y de lo  que suponemos es “su trabajo” y “su responsabilidad”.


REFLEXIÓN PERSONAL PARA EL PRIMER BLOQUE

ü  Define con tus palabras qué es el perdón.

ü  ¿Por qué necesitas aprender a perdonar?

ü  ¿Para qué necesitas aprender a perdonar?

ü  ¿A quien(es)  descubres que necesitas perdonar?

ü  ¿Qué imagen tienes de Dios? ¿La de un director de escuela siempre pendiente de tus equivocaciones para reprobarte, o la de un Padre amoroso que te ama incondicionalmente?


LECTIO DIVINA Lucas 15, 11-32