martes, 19 de febrero de 2013

MISIONEROS DEL ESPIRITU SANTO

MISIONEROS DEL ESPÍRITU SANTORicardo Zimbrón Levy, M.Sp.S.


PRESENTACIÓN

La Congregación de Misioneros del Espíritu Santo se inició en torno a una persona: su fundador, el padre Félix de Jesús Rougier.

Por eso, primeramente presentaremos al padre Félix, tal co­mo fue: un ser humano con sus limitaciones y defectos, pero que decidió elegir una sola meta para la totalidad de su existencia: HACER LA VOLUNTAD DEL PADRE DE LOS CIELOS.

Y no por eso le salieron alas de ángel y voló sobre los demás; por el contrario, realizó su ideal en medio de luchas internas y externas, en la oscuridad de una Fe puesta a prueba, esperando contra toda esperanza, cargando con la incomprensión de no pocos hermanos, y ganándose el amor de muchos más a fuerza de mansedumbre y de bondad.

Su vida no se distinguió por hechos extraordinarios, ni tuvo en su oración las experiencias privilegiadas de los místicos. Fue un "santo muy normal", es decir, un modelo al alcance de todos, ya que todos podemos cumplir la voluntad del Padre Celestial aunque nos pese el barro del que estamos hechos. Y la santidad no consiste en otra cosa, es solo eso, nada más.

Estudiaremos también la espiritualidad, simple y unitaria, del padre Félix: seguir a Cristo como el Sacerdote del Padre Celestial, cuyo culto es la ofrenda total de sí mismo, por la salvación de todos. Esta espiritualidad es la médula del Evangelio; y el modo concreto como la vivió el padre Félix resulta un modelo excelente para todos, y perfecto para los Misioneros del Espíritu Santo.

Por estos caminos de la historia, estudiaremos las raíces de la esencia de los Misioneros del Espíritu Santo, su función en la Iglesia, el sentido de su vida consagrada. Por último, presentaremos un resumen de las normas que rigen su vida desde el inicio de su formación.

Este libro está destinado principalmente a los jóvenes o adultos que tienen interés por ingresar a nuestra Congregación, pero también a nuestros amigos y benefactores, a nuestros novicios y religiosos, y a todos los que desean saber más a fondo qué es la Congregación de los Misioneros del Espíritu Santo.



INTRODUCCIÓN
UN ENCUENTRO SORPRENDENTE


4 de febrero de 1903.

Son las diez de la mañana en la ciudad de México.

El padre Félix de Jesús Rougier, Superior de los padres Maristas, que están en la iglesia de Nuestra Señora de Lourdes, desea salir para atender ciertos asuntos, pero algo extraño lo está deteniendo.

En esto, el sacristán le avisa que una señora desea confesarse con él.

Se confesó brevemente y, enseguida, comenzó a hablar de algo muy inesperado. El padre Félix lo cuenta así en una carta a su superior general:

"Me descubrió todos los pliegues y repliegues de mi alma. Me reveló mis pensamientos, y me dijo que era necesario que saliera yo del letargo espiritual en que me encontraba, y que me entregara con más decisión al servicio de Dios; que emprendiera una nueva vida.

Yo estaba estupefacto, conmovido, y agradecido con Dios, cuyos llamados había desoído tantas veces, y que, repentinamente, me estaba tendiendo la mano"

En sus Memorias, el P. Félix relata este mismo hecho, y di­ce:

"Esa señora desconocida, me habló de cosas de mi vida que es imposible que ella hubiera podido conocer naturalmente".

Aquella extraña penitente era la Sra. Concepción Cabrera de Armida, una mujer extraordinariamente carismática y extraordinariamente santa. Todos sus amigos la llamaban Conchita, y nosotros la llamaremos así porque nos consideramos sus amigos.

Ella cuenta en su diario que, esa mañana, yendo a casa de su mamá, algo inexplicable la hizo bajarse del tranvía, dirigirse a la iglesia de Lourdes y pedir confesarse con el P. Félix, a quien no conocía. Luego añade:

"Como obligada por un impulso extraordinario, comencé a hablarle de las Obras de la Cruz, y de su espíritu. Yo sentía que las palabras no eran mías, pues hablaba con un fuego, con una facilidad, con algo que no podía ser sino del Espíritu Santo.

Y, no sé cómo, vi el fondo del corazón del P. Félix, la mella que en él hacían esas palabras. Sentí claro que en él se obraba una transformación, que se le comunicaba una luz, que se le mostraba un camino y se le daba una gran fuerza para seguirlo".

Luego Conchita siguió hablando acerca de las Obras de la Cruz, y cuando el P. Félix oyó lo referente a las religiosas de la Cruz, fundadas desde hacía seis años, y de cómo era su espiritualidad, preguntó si había una congregación de sacerdotes con ese mismo espíritu. Conchita respondió lacónicamente:

"No, pero la habrá".

Esta entrevista se prolongó dos horas. De ella tenemos también una relación escrita por Conchita en su Cuenta de Conciencia.

El diálogo termina así:

--Ya lo habré cansado, padre; ya me voy.

--A mí no me cansa nunca hablar de Dios.

Enseguida Conchita prometió al Padre Félix regalarle un libro sobre el Apostolado de la Cruz, y se despidieron.

El P. Félix comenta en su diario:
"En esta conversación mi vida se orientó hacia nuevos horizontes".

Un mes después, el 2 de marzo, el Señor le habló a Conchita para decirle que era su voluntad que el P. Félix fundara la nueva congregación de los Religiosos de la Cruz (que después se llamaron Misioneros del Espíritu Santo).

Pero Conchita no le comunicó nada de esto al P. Félix, sino que primero consultó por carta a su director espiritual, que residía en Oaxaca y era por entonces el padre Alberto Cusco y Mir de la Compañía de Jesús.

Hasta el 9 de abril Conchita habló con el P. Félix sobre este delicado asunto.

"Y desde ese día no he tenido la menor duda de que Dios me llama a esto" (carta del P. Félix al Superior General).

El 10 de abril, el Señor volvió a decirle a Conchita:

"Quiero que el Padre Félix sea el fundador de la Congregación de hombres. Lo quiero para las Obras de la Cruz" (Cuenta de Conciencia).

Pero la situación real no era sencilla para el pobre padre Félix.  Llevaba 25 años de vida religiosa en la Sociedad de María y amaba mucho a su Congregación.  ¿Debería pedir la dispensa de sus votos y salir de su comunidad para fundar el nuevo instituto?

El 13 de abril, el P. Félix y Conchita conversaron largamente sobre estas cosas y Conchita le dijo estas palabras que resultaron proféticas:

"Cuando llegue la hora, usted verá a su Superior General, y con su autorización, y sin salir de su Congregación, usted comenzará esta obra. Así se evitará que Ud. sea motivo de escándalo para sus hermanos y para otras personas. Después se hará la separación, pero sin ruido".

Las cosas sucedieron tal como Conchita las había anunciado, pero no tan pronto como hubieran querido ella y el padre Félix. Dios tiene sus caminos, y a veces nos resultan muy desconcertantes.

CAPÍTULO I

QUIEN FUE EL PADRE FÉLIX



Cuando sucedió aquel encuentro inesperado, el P. Félix era un sacerdote de 43 años. Había nacido en Francia, en la provincia de Auvernia, en el pueblo de Meilhaud, el 17 de diciembre de 1859. Sus padres, Benedicto Rougier y Luisa Olanier, fueron cam­pesinos de clase media, muy trabajadores y religiosos. Félix fue el primero de sus hijos. Cuando terminó sus estudios de primaria lo enviaron como interno a un colegio que había en Le Puy. Le llamaban "La Cartuja" porque el edificio que ocupaba había sido un convento de cartujos. Allí estudió durante 5 años (1874 a 1878). Fue simplemente uno de tantos: mediocre en sus estudios, con amigos buenos y no tan buenos, y los pecadillos de todo adolescente. Esto es lo que, en resumen, cuenta él mismo en sus "Memorias".

Un día, hacia el final de su último año de colegio, reunieron a todos los alumnos en el patio principal (eran unos 400), porque un obispo quería dirigirles la palabra. Era un viejo misionero. Venía de las Islas Samoa (Oceanía).

Contó muchas cosas de aquellas islas salvajes, de aquellas tribus paganas, de sus constantes guerras, de su canibalismo y de los muchos leprosos que vagaban como bestias, sin que nadie se compadeciera de ellos. Les contó esta historia:

"Con muchos trabajos construí unos cobertizos destinados a ser un improvisado leprosorio. Luego reuní a los sacerdotes de la misión y les pregunté si alguno quería ofrecerse como voluntario para atender a los leprosos. Todos se pusieron de pie como movidos por un resorte, menos dos. Eran los más ancianos. Estaban casi sordos y no habían entendido nada. Cuando les explicamos de qué se trataba, no sólo se ofrecieron como los demás, sino que alegaron que siendo los más antiguos, tenían derecho a ser preferidos. Y allí están ellos dos, evangelizando a los leprosos con su palabra y con su amor. Viviendo en aquellos cobertizos, esperando contagiarse de la lepra y morir leprosos con sus hermanos leprosos".

El anciano obispo les contó muchos hechos heroicos y terminó diciéndoles:

"La mies es demasiado abundante y los trabajadores somos muy pocos. Yo he venido a tocar a las puertas de su fe de su generosidad.

¿Hay entre ustedes alguno que me quiera acompañar a las misiones de Oceanía? Que levante la mano".

En su Diario, el P. Félix dice:

"Yo miré en torno mío. No se levantó ninguna mano. Entonces sentí interiormente un movimiento irresistible. Me determiné en un segundo a irme con el obispo misionero y levanté la mano, sin duda por inspiración de Dios".

El 21 de septiembre de 1878, Félix, que tenía 18 años, se despidió de sus padres: y el 24 empezó su noviciado en la Congregación de los padres Maristas que atendían las misiones de Oceanía.

Se conservan aún los informes escritos que su maestro de novicios (el P. David), pasaba cada trimestre a los superiores. Son bastante buenos los que se refieren al hermano Félix. Pero en los del segundo trimestre aparece esta observación: "Su salud es buena pero sufre de artritis en la muñeca derecha". Y en los del tercer trimestre se lee: "Dudamos de su vocación a causa de su artritis". Los del último trimestre dicen: "Su adhesión a la Sociedad de María no sólo es sincera, sino entusiasta. Sin em­bargo, su vocación sigue dudosa a causa de su salud".

La artritis deformante abarcaba ya la mano y todo el brazo derecho. El hermano Félix aprendió a escribir y a comer con la mano izquierda.

A pesar de su enfermedad, el novicio fue admitido a sus primeros votos el 24 de septiembre de 1879, y el 7 de octubre ingresó al escolasticado para estudiar filosofía.

Pasaron dos años. Su brazo estaba en condiciones desastrosas, ya con atrofia muscular. Las operaciones y medicinas no sirvieron de nada. Además, la enfermedad invadió también la pierna izquierda. Su vocación estaba en peligro y esto hacia sufrir mucho al buen hermano Félix.

Por aquellos días llegó a la ciudad de Tolón Don Bosco (ahora san Juan Bosco), el fundador de los Padres Salesianos, cuya fama de santidad se extendía ya por toda Europa. La mamá del hermano Félix era cooperadora salesiana, y a instancias de ella Don Bosco recibió al estudiante Marista del brazo enfermo. Oró por él imponiéndole las manos sobre la cabeza.  Oró por su salud y por su vocación.

La artritis de la pierna sanó en pocos días. La del brazo se detuvo de inmediato y aunque fue desapareciendo muy lentamente, no volvió a ser un obstáculo para su vocación. Al cabo de un tiempo, quedó completamente sano.

La gratitud por esta curación perduró en el padre Félix, y también su confianza en la intercesión de Don Bosco.

Contaré aquí un hecho extraordinario que sucedió muchos años después (1 de marzo de 1932), lo relato tal como lo escuché de labios de mi padre:

"Cuando tú tenías 2 semanas de nacido te enfermaste de enterocolitis, y ninguna medicina pudo detener la enfermedad. Te agravaste rápidamente, hasta que, cuando cumplías 20 días, vino la agonía y la muerte. El Dr. Escondria, que te estuvo atendiendo con mucho esmero, fue a tramitar el certificado de defunción, y el Dr. Alejandro Velazco confirmó también que habías muerto.

Dos horas después, llegó el Padre Félix a darnos el pésame. Nunca supe quien lo había llamado. Pidió hacer oración por el ni­ño y lo pasamos al cuarto donde estaba el pequeño cadáver, tendido en una cama, frío y amoratado, esperando su cajita blanca.

El padre Félix se arrodilló. Comenzó a orar en silencio. Y prolongó tanto su oración que nos cansamos y nos fuimos saliendo del cuarto, uno a uno, todo el grupito de familiares que había llegado a la casa. El padre Félix, siguió allí solo...

Había transcurrido ya más de una hora y el P. Félix seguía orando... De pronto, se oyó claramente el llanto de un niño en aquel cuarto. Todos nos acercamos de inmediato y vimos salir al P. Félix muy impresionado, tenía la cara enrojecida por la emoción, y gritaba: ¡Se lo encomendé a Don Bosco! ¡Se lo encomendé a Don Bosco!

Enseguida tomó su sombrero y se dirigió rápidamente a la puerta de salida. Solo nos dijo: ¡Denle de comer a ese niño!

Pero sigamos nuestra historia:

En 1882, cuando el hermano Félix tenía 21 años fue enviado al Instituto Santa María, un colegio que atendían los padres Maristas, cerca de Tolón. Allí lo nombraron prefecto de disciplina de la división de los medianos.

Los muchachos lo apodaron "Pionbete”, que significa: vi­gilante tonto. El hermano Félix escribió en su diario:

"La prefectura de los medianos me repugna muchísimo. Me la han encargado por un año más. No reclamaré y apareceré siempre contento. La Divina Providencia ha velado demasiado por mí para que yo dude de que la prefectura de los medianos es un bien para mí, a lo menos espiritualmente"

En los años que siguieron, el hermano Félix terminó sus estudios de filosofía y de teología; y por fin, el 24 de septiembre de 1887 recibió la ordenación sacerdotal:

"Mons. Gonindard, Arzobispo de Rehns, me ordenó sacerdote en la capilla de las religiosas franciscanas.    Mi papá, mi mamá, y mi hermano Estanislao asistieron a mi ordenación” (Diario).

Desde ese día, el padre Félix pidió a Dios la gracia de celebrar santamente la Eucaristía. Y cada día de su vida celebró el santo sacrificio con tanta unción que impresionaba a cuantos lo veían en el altar. Una de las advertencias que le hizo su superior fue esta: "Procure usted no tardar tanto al celebrar la Misa".

El recién ordenado padre Félix fue destinado a dar clases de Sagrada Escritura en el escolasticado de Barcelona, España; porque desde novicio le apasionaba el estudio de la Biblia. Había aprendido el hebreo para leer el antiguo Testamento en su idioma original, y hasta publicó una gramática hebrea.

En una carta dirigida a su superior general leemos: "Encuentro un especial atractivo en la vida de los seminarios mayores: vida de ocultamiento, de oración, de estudio. Me estoy aplicando con todo el corazón a los queridos estudios de la Sagrada Escritura que, ahora más que nunca, constituyen mis delicias”.

Durante 8 años (1887 a 1895), enseñó Sagrada Escritura, hebreo e historia de la Iglesia. Su anhelo había sido ir a las misiones de Oceanía, pero, como siempre, vio la voluntad de Dios en los mandatos de sus superiores y obedeció alegremente.

Un rasgo muy característico de la personalidad del padre Félix fue su alegría y su constante buen humor.  En una carta de su superior encontramos este consejo:

"No debe Ud. bromear tanto con sus alumnos. Sea amable con ellos, pero sin tanta familiaridad".

En sus "Memorias" el padre Félix escribió años después:

"Siempre he considerado como una de las más grandes gracias de mi vida el haber sido destinado durante 8 años a la enseñanza de la Sagrada Escritura, esa "carta de Dios a los hombres", como la llama San Jerónimo.   ¡Cuántas luces insospechadas recibí en ese estudio, durante la preparación de mi querida clase! ¡Cuántas lecturas llenas de Dios! ¡Qué gracias de luz para mi alma!   Al estudiar a fondo el Evangelio, encontraba allí el alma de Jesús, su corazón, sus pensamientos, su amor al Padre, sus enseñanzas, su vida interior, ¡Qué suerte haber podido dedicar todo mi tiempo a la meditación de esas divinas páginas durante un período tan largo!".

El padre Félix insistió, durante toda su vida, en la necesidad del estudio constante de las Santas Escrituras:

"Si descuidan la lectura de las Divinas Escrituras, su religiosidad se volverá superficial", decía con frecuencia.

Un día hizo esta confidencia a sus novicios: "Desde mis estudios bíblicos se me grabó en el corazón un constante recuerdo de Jesús".

Al terminar el curso escolar de 1895, el padre Félix recibió una carta de su Superior General con la orden de irse a Colombia para fundar dos colegios en la provincia de Tolima, uno en el pue­blo de Neiva, y otro en el pueblo de Ibagué. En su diario escribe:

"Yo estaba feliz con esta vida retirada, y esta orden me dejó como aturdido pues, aunque uno sea religioso, no se puede permanecer insensible en vísperas de dejar una casa donde se han pasado largos años entre hermanos y alumnos muy queridos, y entre libros muy amados.

Pero bajé a la capilla y, al hacer oración, la alegría me inundo por completo, ¡A Colombia!... El sueño misionero que había nacido en mí a los 18 años, y que había llenado de entusiasmo mi noviciado se iba a realizar... Estaba por partir hacia un país nuevo, a 2.500 leguas de mis seres queridos y... tal vez para siempre. Sentí que esto era una gracia inmensa e inmerecida, y esto me conmovió profundamente".

El padre Félix hizo una semana de retiro espiritual, y una confesión general. Y después de los preparativos para el viaje y de muchas afectuosas despedidas, se embarcó en Burdeos, el 26 de octubre (1895), acompañado de dos sacerdotes más: los pa­dres José Gauven y Francisco Gañid.

Después de 23 días de navegación, desembarcaron en Puer­to Colombia. Se trasladaron a Barranquilla y allí se embarcaron en un barquito de vapor que transportaba de todo a lo largo del caudaloso río Magdalena.

Muchas veces tuvo que viajar el padre Félix en aquellos vaporcitos desmantelados. En su diario consigna recuerdos no muy gratos, de esas travesías pero en estos relatos se ve que nunca perdía su buen humor.

"Había un desorden horrible: murallas de leña para las máquinas, montones de baúles, animales, la tripulación y los pasajeros. La comida era terrible. No bastaba tener apetito, era necesaria mucha voluntad y abstenerse de pasar por aquella cocina... Las goteras eran incontables. Al primer aguacero había que salirse del camarote a buscar un rincón seco, a menos que uno fuera partidario empedernido de la hidroterapia. Si la lluvia era muy continua, podían considerarse felices los que no dormían con la cara debajo de una gotera. El agua terrosa del río es lo único que se bebe a bordo. Si tenemos suerte, la pasan por un filtro".

El padre Félix y sus compañeros tomaron con tanto entusiasmo su trabajo de misioneros que al poco tiempo era ya excesivo. En una carta fechada el 25 de mayo de 1897, el Asistente General de la Sociedad de María, le escribe al padre Félix, que era el superior de la pequeña comunidad:

".... Ha obrado con mucha decisión, y sin esperar a que las cosas se hagan solas. Pero no sé cómo ha podido soportar tantas fatigas y atender a tantas ocupaciones y preocupaciones, y agregar a todo esto la predicación de retiros.

Cuídese, querido padre. Porque los esfuerzos desmedidos, si son continuos, acaban con las mejores constituciones. La obra que se le ha encomendado no se debe poner en peligro con esos trabajos agotadores que pueden llevárselo al cielo demasiado pronto. Por favor, ahorre sus fuerzas" (P. Leterrier, Asistente General).

El padre Félix contesta así esta carta:
"... Y le agradezco mucho sus paternales consejos, que orientan mi inexperiencia. Yo estoy muy bien, mejor que nunca, lo mismo que el padre Halliet; pero ambos comprendemos que Ud. tiene razón, y que si hasta ahora no hemos enfermado, sí estamos muy cansados. Le prometo reducir un tanto el trabajo".

El 24 de abril de 1899 el padre Félix recibió una carta de su Superior General, comunicándole que el día 12 de ese mes había muerto su mamá... El padre Félix contestó así esta carta:

"... ¡Ah padre mío, qué golpe tan terrible! ¡Qué días tan dolorosos he pasado! Yo creo que no hay pena más amarga que el de la muerte de una madre. Al pensar en muchos recuerdos dulces de mamá, me he sumergido en un abatimiento profundo.

Hace doce días que recibí la noticia, y aún estoy tan nervioso que el toque de la campana me hace saltar. Física y moralmente la prueba ha sido muy fuerte”.

En la noche del 18 de octubre de ese año (1899), estalló en Colombia la guerra civil, que duró tres años. Los colegios fueron convertidos en cuarteles y hospitales. Los padres Maristas se dedicaron a auxiliar a los heridos, no sólo en los hospitales, sino también en los campos de batalla. El padre Félix fue nombrado capellán militar de la primera división de Tolima y después administrador y capellán del hospital militar de Ibagué, con sueldo y grado de coronel.

Las cárceles estaban atestadas de prisioneros. El padre Félix se preocupó mucho por mejorar su situación. Habló en su fa­vor con el gobernador, y consiguió constantemente medicinas, ropa y alimento para estos infelices.

La guerra se intensificó cada vez más. La vida de los misioneros estaba siempre en peligro, y por eso el Superior General de la Sociedad de María, decidió retirar a todo su personal de Co­lombia. El 30 de noviembre de 1900 llegó la orden de abandonar la misión. Poco a poco los padres Maristas salían a otros destinos. El padre Félix fue el último en salir. Las dificultades económicas para pagar su viaje y los peligros de la guerra no se lo permitieron sino hasta el 1º. de febrero de 1902. Ese día se embarcó en Panamá, que entonces pertenecía a Colombia, con destino a México. Había vivido seis años como misionero en aquellas tierras. Su corazón había echado raíces. Sentía dejar todo lo que había sembrado en aquellos campos:

"Yo no entré a mi camarote sino ya muy noche, para ver todavía un poco más mi querida Colombia" (Diario).

El padre Félix fue nombrado superior y párroco de la iglesia de Nuestra Señora de Lourdes, que atendían los padres Maristas en la ciudad de México. Llegó allí el 17 de febrero (1902).

"Me recibió el padre Lejeune que formaba parte de aquella comunidad y, mientras me mostraba la casa, se animó a decirme algo que le preocupaba:

--Padre Félix... me han dicho que usted es muy severo...

--Ya verá que no: seremos los mejores amigos.

Y, nuevamente, le tendí la mano".

Esta iglesia era la parroquia destinada a los inmigrantes franceses que vivían en la ciudad de México, unos seis mil por entonces.

Con el entusiasmo que le era característico, el padre Félix se dio a la tarea de organizar lo mejor posible su nuevo campo de acción.   Así que visitó a las familias francesas para tener un censo completo; organizó la instrucción religiosa, sin descuidar a las sirvientas y a los empleados. Atendía a los enfermos del Hos­pital francés; fundó las asociaciones del Pan de los Pobres y de las Hijas de María, y organizó un grupo de acólitos y otro de cantores. Luego comenzó a imprimir una hoja parroquial que sirvió mucho como instrumento de información y de unión entre sus parroquianos. Después trajo de Francia a las religiosas de San José de Lyon para que abrieran un colegio destinado principalmente a las niñas de la colonia francesa, y dio los primeros pasos para la fundación de otro colegio para niños dirigido por los pa­dres Maristas, pero éste no se abrió sino tres años más tarde. Además de todo esto, el padre Félix era el confesor de los hermanos Maristas y de los alumnos de sus colegios.

Por entonces el padre Félix tenía 43 años. Era un hombre lleno de vigor y de experiencia. Un excelente sacerdote de alma misionera. Tenía muchas cualidades humanas y sólidas virtudes cristianas, pero no era todavía lo que llamamos un santo.

En su diario, nos dice que sentía la necesidad de un cambio profundo en su vida, de una mayor entrega a Dios, y que, por eso, a principios de febrero, comenzó una novena al Espíritu Santo, pidiéndole "que se dignara llamarlo a un campo de mayor perfección".

Como una respuesta de Dios a ese anhelo y a esa oración, el 4 de febrero tuvo lugar aquel encuentro sorprendente con la Sra. Conchita Cabrera. Y a partir de esa fecha, comenzó una etapa nueva en su vida espiritual, y un caminar apresurado hacia la santidad.


CAPÍTULO II

QUIÉN FUE CONCHITA CABRERA


Era una señora de carácter jovial, sencilla y accesible. Su personalidad era fruto de una vida mitad ranchera y mitad citadina.

Había nacido en San Luis Potosí, México, el 8 de diciembre de 1862. Su instrucción escolar fue muy escasa, porque pasó su niñez en las haciendas de su familia. Estudió lo equivalente a tercer año de primaria y le dieron clases de piano y de bordado. Lo demás se lo enseñó su madre: la cocina, la costura, montar a caballo, ordenar las vacas, hacer los quesos, enseñar el catecismo a las hijas de los peones...

Su adolescencia fue simple y común, pero sentía un fuerte llamado interior a la vida de oración. En su diario leemos:

"De los 16 a los 20 años, crucé por una época de bailes, teatros, paseos, vanidades y deseos de agradar, aunque solo a Pancho (su novio), porque los demás no me importaban.

Pero en medio de este mar de vanidades y de fiestas, mi al­ma sentía un deseo vehemente de saber hacer oración".

A los 22 años se casó con el único novio que tuvo (Francisco Armida) y fue madre de 9 hijos, 7 varones y 2 niñas.

Cuando llevaba poco tiempo de casada, hubo un cambio asombroso en su vida espiritual. Ella nos lo dice en su diario:

"Cuando contaba año y medio de casada, comenzó el Señor a llamarme con mucha fuerza a la perfección. Desde entonces comenzaron las cosas extraordinarias”.

Podemos distinguir dos clases de gracias extraordinarias en la vida de Conchita: unas fueron las gracias que obraron su santificación personal; fueron gracias de purificación, de iluminación, y de unión muy íntima con Dios. Las otras gracias extraordinarias fueron las que hicieron de Conchita un instrumento de Dios para realizar en su iglesia determinadas obras externas. Estas gracias se reducen al carisma de "profecía". Este carisma no consiste siempre en el anuncio de cosas futuras, sino sobre todo en recibir mensajes de Dios por medio de palabras o de visiones. Unos mensajes fueron para enriquecer a la Iglesia con enseñanzas sublimes acerca de los misterios de Dios, de los caminos de la oración y de las virtudes cristianas. Otros mensajes fueron pa­ra que se establecieran en la Iglesia cinco nuevas instituciones que han sido llamadas "las cinco Obras de la Cruz".

Cuando Conchita tenía 24 años, escribe en su diario:

"Hoy no sé qué escribir. No sé cómo expresar lo que experimenta mi alma. ¡Ay, Dios Mío, te has apoderado de mí! Tú me llenas por completo. No sé lo que quieres de mí, pero a todo estoy dispuesta" (Diario).

En cuanto a su carisma profético, Conchita lo explica así:

"A veces no quiero oír, y oigo; no quiero entender, y entiendo; no quiero ni voltear para donde está el Señor, para no verse comprometida, y me sale al encuentro y me reprende.

A veces me va dictando frases o palabras. Otras veces no, sino que de golpe imprime dentro de mí un torrente de cosas.

A veces es muy lacónico, pero me deja una inteligencia clara de lo que quiere que entienda.

Se me van aquietando los sentidos como a una señal del Señor, y también la memoria y la imaginación, y quedo como un papel limpio, como vacía de mí misma. Y, sin que yo coordine las ideas, me viene una ilación de palabras o conceptos ya formados, o párrafos que entiendo de golpe.

Yo interrumpo esta locución interior con preguntas o con afectos, y entonces surge el diálogo, porque el Señor se digna explicarme.

Yo no oigo su voz con los oídos del cuerpo, esto sólo en pocas ocasiones.

A veces se levantan en mí tentaciones de que invento, de que engaño; pero cuando tengo paz, no puedo dudar de que son de Dios estas cosas. Y además, constato que, si el Señor no me da, ya me puedo estar las horas en oración, y no doy de mí ni una línea, no puedo inventar aunque quiera.

A veces pasan meses y el Señor no me habla. Pero hay ocasiones en que no tengo tiempo para escribir todo lo que me dice.

Otra manera en la que el Señor se comunica conmigo es por medio de la escritura. Escucho su voz que me dice: "escribe". Al principio me resistía, pero luego comencé a obedecer; y en el instante de coger el lápiz, comenzaba el Señor a dictar pliegos y pliegos, a veces de cosas altísimas, que yo jamás podría inventar" (Diario).

Ocho años después de que el Señor "comenzó a llamarla con mucha fuerza", es decir cuando Conchita tenía 32 años, Dios le concedió la gracia que los teólogos llaman "los desposorios espirituales”. Es una gracia de orden místico, es decir, no es el hombre el que obra, sino es Dios el que lo une a sí de una manera especial y altísima que solo los santos conocen. Conchita des­cribe así esta gracia extraordinaria:

23 de enero. (1894). "Yo estaba sumida en una contemplación, sin moverme, entendiendo muchas cosas, y con mucha profundidad, en las palabras que Jesús me decía. Él lo hacía todo. Me puso la mano en la cabeza. Su mirada como que me bañaba. Y yo, pues no más lloraba y callaba. ¿Qué había de decirle, si nada se me ocurría, sino aplastarme? Jesús dijo:

--Ahora eres mi esposa, y estás muy hermosa a mis ojos, con el velo de la inocencia y el vestido de la penitencia. Te amo mucho, y te pido que me llames Esposo.

--No. Jesús, eso no, porque me da vergüenza.

-- ¿Pero acaso no es una realidad? ¿No sabes que para Mí no hay imposibles? ¡Vieras cuanto me complazco en ti, porque estás engalanada con mis favores! Yo contemplo mi propia imagen allá dentro de tu alma. Jamás la empañes, esposa mía.

--Jesús, yo te prometo amarte siempre, con todas mis fuerzas.


--Pídeme lo que quieras. Hoy no puedo negarte nada.

--Te pido hacer siempre tu voluntad, y salvar muchas almas".

Tres meses más tarde, (18 de abril), Conchita redactó los estatutos de la primera de las Obras de la Cruz, que se llamó "El Apostolado de la Cruz":

"Llevé los estatutos del Apostolado ante Jesús, para que los bendijera y les diera vida. Y acabando de comulgar me dijo: "El fin de este apostolado es ofrecer amorosamente el sufrimiento para alcanzar la salvación de muchas almas".

En los estatutos se nos dice que: "el Apostolado de la Cruz es una agrupación de Cristianos que, movidos por el Espíritu Santo, se dedican a ofrecerle al Padre Celestial a Jesús, y a ofrecerse juntamente con Él, como víctimas por la salvación de todos. Así tratan de participar íntimamente en el sacerdocio de Cristo, ofreciéndose con Él en la "cruz de cada día" (Mat 10.38).

Esta obra es para todos los cristianos que buscan vivir su sacerdocio bautismal y, por ese camino, responder a la vocación universal a la santidad.

Más adelante explicaremos también la irradiación apostólica y social de esta Obra.

El 9 de febrero de 1897 Conchita recibió otra gracia extraordinaria que los místicos llaman "unión transformante", y es una de las cumbres más altas a las que Dios conduce a sus elegidos. Después de recibir este don, Conchita trata de explicado a su di­rector espiritual:

"Por la noche fui instada a la oración, desde la una, pero de manera muy fuerte. Desde que me desperté el Señor, me sentí muy llena de Él; no como de ordinario, sino de una manera espe­cial y plena. Sentía, sin saber porqué, el peso de la majestad divina. Me sorprendí de que al despertar estaba repitiendo estas palabras, como desbordadas naturalmente de mi corazón: ¡Trinidad Santísima ten compasión de nosotros, Tú que eres un sólo Dios! Y no podía interrumpir las alabanzas.

Jesús me dijo:

--Levántate. Aquí están el Padre y el Espíritu. Han venido porque quiero presentarles a tu alma como mi esposa.

Yo me eché al suelo, y con la frente pegada ahí, me humilló y me sentí confundida, ¡Y cómo no, si sentía la presencia real de las Tres Divinas Personas!

Por dos horas no disminuyó aquel fuego del alma, hasta que me vino como un desmayo del cuerpo, producido por la vehemencia de lo que experimentaba mi espíritu.

Quedó mi alma con gran fervor. Y también ha quedado un efecto que sigo experimentando: un crecimiento constante de amor, de respeto, y de íntimo conocimiento, ya no tan oscuro, de la Santísima Trinidad. ¡Oh Dios mío, trino y uno, bendito seas siempre, por los siglos de los siglos!".

Tres meses después, el 3 de mayo, por intervención de Conchita, se fundó la segunda de las Obras de la Cruz, es decir, el pri­mer convento de las Religiosas de la Cruz. El Señor le había dicho:

"Tú serás el cimiento de esta obra. Los cimientos no se ven, pero sobre ellos se apoya toda la construcción".

En las Constituciones de esta congregación leemos:

"Dios ha llamado a las Religiosas de la Cruz para seguir muy de cerca a Cristo Jesús, Sacerdote y Víctima. Por lo tanto, guiadas por el Espíritu Santo, han de vivir unidas a Cristo y asemejarse a Él siendo una ofrenda permanente al Divino Padre, en favor de la Iglesia y del mundo.

Buscarán a Dios en una vida de contemplación, soledad y silencio; de trabajo humilde y sencillo, y para participar en la oblación redentora de Cristo Jesús, se unirán a Él en el Sacrificio de la Misa, y lo adorarán constantemente en la Sagrada Eucaristía".

En los años siguientes, el Señor le habló algunas veces a Conchita acerca de una congregación de religiosos con la misma espiritualidad. Ella ansiaba que llegara la hora señalada para esta nueva fundación.

Entre tanto, el Señor seguía preparando a su sierva, con dones cada vez mayores, para la gracia central de su vida: la encarnación mística.

Y así llegamos a 1903, y al 4 de febrero, cuando Conchita tuvo aquel encuentro providencial con el padre Félix Rougier.

Ella tenía entonces 41 años de edad, era viuda, atendía y educaba a sus 9 hijos, y sin que ellos se dieran cuenta, practicaba rigurosas penitencias, hacía tres horas diarias de oración, escribía constantemente páginas inspiradas por Dios, y avanzaba increíblemente por los caminos de la vida mística.

Cuando Conchita Cabrera se encontró con el padre Félix, era ya una mujer extraordinariamente santa.

Para que surja un santo se necesitan dos cosas: Por parte de Dios, gracias especiales, que superan el nivel común de las que recibimos todos los buenos cristianos, (y que, por cierto, son enormes). Pero además, por parte del hombre se necesita una fidelidad extraordinaria a las gracias recibidas, una generosidad y una entrega a Dios fuera de lo común. Y es en esto en lo que los santos son modelo para todos nosotros; no en los dones excepcionales que recibieron, sino en la generosidad excepcional con que ellos se entregaron a Dios.

Conchita es un caso fuera de lo común en ambas cosas, aún a partir del nivel privilegiado de los santos. Para conocerla bien, nuevamente remito al lector a mi libro "Pueblo Sacerdotal" en el que se siguen paso a paso no solo los acontecimientos externos de su vida, sino sobre todo las etapas de su desarrollo espiritual.


CAPÍTULO III

HACIA NUEVOS HORIZONTES


Recordemos estas palabras escritas por el padre Félix:

"Me dijo (la Sra. Cabrera) que era necesario que saliera yo del letargo espiritual en que me encontraba, que me entregara a Dios con decisión, y que emprendiera una nueva vida" (Carta al Superior General).

"En esta conversación, mi vida se orientó hacia nuevos horizontes" (Diario).

En una carta a su hermano Manuel escribe:

"A partir de ese día, se ha verificado en mí un cambio: mi porvenir ha tomado otro color. Mi corazón se ha inflamado en amor a la Cruz de Cristo, ahora me parece más deseable y más luminosa”.

En otra carta al Superior General dice:

"Desde aquella conversación con la Sra. Cabrera me sentí cambiado y resolví llevar una vida de perfecto religioso".

A Conchita le escribe:

"Desde que me habló usted la primera vez, hasta hoy, yo he cambiado completamente. Amo a nuestro Señor y pienso en El constantemente" (4 de abril 1903).

En su diario dice que le hizo a Dios una entrega total de sí mismo y renovó sus votos religiosos con especial fervor. Además aumentó mucho sus penitencias: Dormía sobre unas tablas, y usaba como almohada un pedazo de viga. Todos los días se daba 200 golpes con la disciplina de cuerda y 300 con la "de sangre" que está hecha con púas de alambre. Usaba el cilicio de día y de noche. Se grabó en el pecho con hierro candente el monograma J.H.S. Todas las noches se levantaba para hacer una hora de oración, con una corona de espinas en la cabeza.

A nosotros ese tipo de penitencias nos horrorizan y además no vemos ninguna necesidad de semejantes cosas para progresar en la vida espiritual. Pero durante el siglo pasado y principios de éste, eran muy recomendadas por los maestros de la ascética para "someter las malas pasiones"... Lo que importa en el caso del padre Félix es la generosidad y la entrega que implica el haber practicado tales penitencias.

En una carta, el padre Thill dice que él y los otros padres Maristas que vivían por entonces con el padre Félix notaron en él un gran cambio:

"Ya no era el mismo. Pasaba largos ratos ante el Santísimo, en los recreos ya no era tan bromista, parecía que estaba en otro mundo" (Carta al P.J. Padilla).

La misma Conchita estaba admirada de los progresos espirituales del padre Félix:

"Tengo la dicha de constatar que el padre Félix corresponde sin cesar a la gracia de Dios. Veo claramente cómo el Espíritu Santo le impulsa, y cómo el P. Félix aprovecha ese viento divino que lo lleva hacia la Cruz. Yo comprendo la lucha que lleva dentro de sí. He visto nacer en él esta nueva vocación que va creciendo como un fuego y comprendo su desazón interior. Sus aspiraciones son muy elevadas, y está llamado a una perfección muy alta" (Cuenta de Conciencia).

Por su parte, el padre Félix escribe en su diario:

"Soy consciente de que nada valgo. Me acordé de mis abominables e innumerables pecados mortales, de mis recaídas, de mi poca inteligencia, de mi poca ciencia. Sólo tengo un barniz con el que parezco algo, pero no es así. En mi todo es superficial, menos mi gruesa capa de soberbia y de amor propio, mi precipitación en los juicios que hago, y mi desorden en todas las cosas. Este es el instrumento que Dios ha querido llamar para ayudarle... ¡Qué misterios de Dios!...

Pero ahora, mi amado Jesús, has que esta carroña corresponda a tu gracia. Tú me puedes cambiar radicalmente" (Viernes Santo, 10 de abril 1903).

Ese mismo Viernes Santo escribió el padre Félix esta oración:

"Jesús crucificado, quiero crucificarme por ti. Quiero tener a raya mi cuerpo considerándolo leña para un sacrificio. Quiero morir a todo lo que no seas Tú o a Ti me lleve. Estoy profundamente agradecido por tus bondades y quiero corresponderte, en cuanto sea posible a mi debilidad y grande miseria.

Sí, mi Jesús, a pesar de mis imperfecciones, ya soy todo tuyo, en todo momento y en todo lugar".

Un mes después, Conchita escribía a su director espiritual”

"¡Qué carácter tan decidido y qué corazón de fuego tiene el padre Félix! Hay que irlo deteniendo para que no corra tanto...

Yo veo algo extraordinario en los planes que Dios tiene para esa alma, porque he palpado cómo la acción del Espíritu Santo lo ha transformado. Pero ¿por qué con una rapidez tan desusada? Sin duda por la correspondencia pronta del padre Félix y porque Dios lo está preparando para ese fin". (Ser el fundador de los Misioneros del Espíritu Santo). (Carta al padre Mir).

Dos meses más tarde, el 13 de julio, Conchita escribe al pa­dre Félix:

"He vislumbrado otra vez la perfección que el Señor quiere en su alma. Sin Ud. merecerlo, Dios lo está llenando de dones: Esos impulsos al recogimiento, esa sed de estar invocando al Espíritu Santo, esa necesidad de entregarse por completo a Cristo y de estar con Él en el sagrario, sus progresos en la oración, en la penitencia, y ese anhelo de conocerse bien a sí mismo".

Desde el 13 de junio de ese año (1903) Conchita había tomado como director espiritual al padre Félix. Esta dirección fue para ambos motivo de un gran adelanto espiritual.

El padre Félix tuvo la oportunidad de leer los escritos de Conchita y de conocer a fondo su espiritualidad, es decir, la espiritualidad de la Cruz, que es el seguimiento de Cristo como sacerdote y como víctima.

Esta situación duró solamente un año y un mes, por los motivos que luego explicaremos. El padre Félix decía que fue "el año de su noviciado".

A medida que este tiempo fue transcurriendo, el padre Félix se confirmaba más y más en la certeza de que todo esto era obra de Dios: las revelaciones de la Sra. Cabrera, su encuentro providencial con ella, las Obras de la Cruz, y su vocación a ser el fundador de los Misioneros del Espíritu Santo. Esta certeza que resultó inconmovible, provenía de varias fuentes: la principal era la luz interior que Dios le comunicaba; pero además estaba la santidad de vida que había podido comprobar en Conchita, la conveniencia de la fundación en sí misma, es decir, el espíritu y los fi­nes de la nueva congregación, y por último, el notable progreso de su propia vida espiritual a partir de aquel encuentro con la Sra. Cabrera y con las Obras de la Cruz.

Todo eso no podía provenir ni del espíritu del mal ni de la fantasía de nadie. Todo tenía el sello de Dios.

Por otra parte, el padre Félix, con mucha humildad y prudencia había estado consultando todo esto con varios obispos y sacerdotes y todos le dieron su entusiasta aprobación.

En sus Memorias escribe:

"Yo, a decir verdad, no tenía ninguna duda de que mi llamamiento fuera obra de nuestro Señor; pero comprendí que, para evitar dudas a los futuros miembros de esa congregación, era de prudencia consultar sobre tan delicada cuestión a personas competentes''.

Pero por encima de todo esto, el padre Félix consideraba que el único camino seguro para descubrir la voluntad de Dios era la obediencia a sus legítimos superiores. Por lo tanto, como luego veremos, escogió como criterio definitivo la decisión de su Superior General.

El 17 de abril, el padre Félix viajó a Oaxaca con otros dos padres Maristas para hacer sus ejercicios espirituales, ya que había escogido como predicador al padre Mir, que residía en esa ciudad y que, como hemos dicho, era el director espiritual de Conchita desde hacía once años.

El padre Félix contó al padre Mir todo lo que le había ocurrido a partir del 4 de febrero. Los dos sacerdotes hicieron esos días mucha oración, sopesaron bien cada aspecto de la nueva vocación del padre Félix y decidieron ante Dios que, sin duda alguna el Señor lo llamaba para ser el fundador de los "Religiosos de la Cruz".

El padre Félix escribió en su diario al terminar aquel retiro:

"Señor, me entrego a Ti por completo, y me ofrezco para la fundación de esa congregación, según tu divina voluntad".

A su regreso de Oaxaca, el padre Félix escribió a su hermano Manuel:

"Mi querido hermano Manuel: ¡Qué extraños son los caminos de Dios! Son caminos misteriosos, llenos de misericordia, de perdón y de ternura. Yo no había conocido bien a Jesús, a ese Maestro tan amado, por el cual siento ahora que daría mil veces la vida. Yo lo había abandonado: había vivido en la tibieza, una tibieza extrema, con arrepentimientos profundos de vez en cuando que me hacían servir a Jesús, pero luego me alejaba otra vez de Él. Ve creo que ahora sí, esto ha terminado; siento que le pertenezco para siempre. Quiero hacer su voluntad, toda su voluntad.

Preveo que se dirán mil cosas en contra de mí; que me calumniarán o interpretarán mal mis intenciones; que quizá me crean loco. Pero eso no me espanta, antes lo deseo por amor a nuestro Señor. ¡Lástima que no te pueda hablar más claro! No vayas a creer que estoy pensando irme de Cartujo, no. Mi ideal es otro. Yo no lo he buscado; Jesús ha venido a buscarme. Más tarde tú lo sabrás todo. Ojalá no seas tú el primero en creer que estoy loco.

He emprendido una gran obra ligada de alguna manera con todo lo que te he dicho: es la Obra del Apostolado de la Cruz. Su establecimiento tuvo lugar en nuestra parroquia el Viernes San­to, en presencia de nuestro P. Provincial.

Pide que se cumpla en mí la voluntad de Dios, que yo corresponda fielmente a ella" (15 de mayo de 1903).

En los meses que siguieron, el padre Félix se dedicó con mucho ahínco a consolidar la congregación de las Religiosas de la Cruz, que pasó por una crisis muy seria. Él encausó a estas religiosas por su verdadero camino y fue su segundo fundador.

Así llegó el año 1904. El 4 de febrero el P. Félix y Conchita se dieron a la tarea de redactar las constituciones de la proyectada congregación de varones. Y a fines de abril, ya estaban terminadas.

Sin embargo, el padre Félix no se hacía ilusiones; preveía que esta fundación le acarrearía muchos sufrimientos.

En una carta dirigida a Conchita le escribe:

"Jesús quiere servirse de nosotros para esta obra tan amada; de Ud. principalmente, y de mí como un instrumento oculto en sus manos.

Pero sé que voy a ser coronado de espinas. Los que ahora me estiman, se burlarán de mí. Todos: mi Superior Provincial, los padres que ahora viven conmigo y me obedecen, mis hermanos de Puebla, Oaxaca y Guadalajara... todos me mirarán como un traidor a la Sociedad de María.

Jesús, yo comprendo que no soy digno de llevar esa corona de espinas, de ser despreciado por obedecerte, de parecer loco por serte fiel. Pero tal vez pronto vas a hablar, a decirme que dé el primer paso en el camino de ese calvario que Tú sabes...

Yo soy miserable y débil, pero con tu gracia iré, correré, para cumplir tu voluntad.

Hazme tuyo por completo, Jesús, hazme siempre valiente. Que pueda sonreír ante las penas y las dificultades, y las reciba con los brazos abiertos como a mensajeros de tu amor.

Hazme humilde y obediente. Dame más y más hambre de cumplir tu voluntad. Siempre oculto, al pie de tu sagrario, apretándote contra mi corazón, sacrificándome por ti y por los tuyos. Así sea".

El miércoles 30 de marzo, de la manera más inesperada, Conchita le anunció al padre Félix que iba a recibir "una espina muy dolorosa".

El padre Félix escribió en su diario:

"Por un momento sentí miedo, pero luego me dije: Por amor a Jesús, venga la espina. Con su ayuda, la recibiré con mucho gusto.

No vislumbro siquiera que podrá ser: ¿una muerte? ¿una cruel enfermedad? No lo sé... Lo que Tú quieras, Jesús amadísimo, aunque soy indigno de sufrir por Ti".

El 10 de abril, Viernes Santo, por la mañana, el padre Félix supo lo que era aquella "espina". Por medio de la Sra. Cabrera, el Señor le pedía que vaciara su corazón de todo lo de este mundo, de todo lo que no fuera El mismo, renunciando también a la idea de fundar la congregación de los Misioneros del Espíritu Santo.

El padre Félix, arrodillado ante el sagrario escribió en su diario:

"Está bien Señor, ciertamente yo no soy digno ni de tocar tus Obras. Tu pobre Félix se creyó llamado y se sentía dichoso. Ahora que sabe que no es tu voluntad emplearlo, y que debe quedarse donde está, te ofrece su corazón como un holocausto.

Desde mi rincón te serviré siempre y te ofreceré toda mi vida, en el silencio y la oscuridad, por los Religiosos de la Cruz.

Que Tú seas mi todo. Que Tú seas mi único querer. Que Tú seas el amor exclusivo de mi alma".

Los maestros de la vida espiritual, sobre todo San Juan de la Cruz, insisten en la necesidad de un desprendimiento total de las criaturas como condición indispensable para la unión íntima con Dios. Es necesario renunciar al apego que sentimos a las personas y a las cosas, aunque se trate de cosas muy santas y buenas, como son las obras de apostolado. La disposición del corazón ha de ser ésta: Sólo lo que Dios quiera... Sólo porque Dios lo quiere... Sólo cuando Dios lo quiera.

El padre Félix avanzó mucho por este camino del total desprendimiento. Los que fueron sus novicios recuerdan que repetía con mucha espontaneidad: "Dios... Dios... Dios... Sólo Dios".

Volvamos a aquella mañana del Viernes Santo. El padre Félix renuncio de todo corazón a ser el fundador de la quinta Obra de la Cruz, y su corazón quedó más lleno de Dios. Estaba en paz. Pero esa tarde Conchita se comunicó con él para decirle que el Señor estaba satisfecho; que había pasado bien una prueba semejante a la de Abraham y que él sería el fundador de los Religiosos de la Cruz. Que por lo tanto, había llegado la hora de hablar con su Superior para pedirle su autorización.

Ese mismo Viernes Santo, después de los oficios, el padre Félix escribió al Superior General esta breve carta:

"Reverendísimo padre: Hace varios meses que pensaba escribirle para pedirle permiso de ir a Francia a tratar con Ud. dos asuntos.

Uno es referente a mi familia. Mi padre quiere dar la hacien­da de Les Iles a mi hermano Estanislao y desea que Manuel y yo estemos presentes y hagamos los arreglos.

El otro es un asunto muy serio concerniente a mi persona. Quisiera hacer este viaje lo más pronto posible".

Los sentimientos y el optimismo del padre Félix se revelan claramente en esta carta que, por ese tiempo, escribió a Mons. Ibarra, Arzobispo de Puebla:

"...Tengo mucha fe en que lo que voy a hacer es la voluntad de Dios. Tendré que abandonar la sociedad de María, tal vez en vísperas de un nombramiento de Provincial o Viceprovincial; este posible nombramiento es señal de que me aprecian. Pero lo haré porque estoy cierto de que Jesús lo quiere.

Sé que, humanamente hablando, mi Superior no debiera darme el permiso que voy a pedirle, pero lo hará, porque es la voluntad de Dios que la Obra se realice. Después iré a Roma a pedir la bendición del Representante de Nuestro Señor y estoy seguro que me recibirá bien. Después buscaré vocaciones en Francia.

No tengo ahora ni un centavo para irme y menos para traer diez o más vocaciones, ni para otros gastos importantes. Pero no me preocupo, pues sabiendo que es la voluntad de Dios que esto se haga, estoy seguro de que Él me mandará los recursos que sean necesarios.

No tengo mucho mérito en creer en tantas cosas que humanamente son muy difíciles de realizar, porque mi fe se funda en una serie de acontecimientos tal, que me es imposible dudar" (30 de abril 1904).

El 11 de mayo el P. Félix recibió de Francia la esperada carta de su Superior. Estaba fechada el 24 de abril:

"... Si tiene Ud. verdadera necesidad de tratar conmigo asuntos personales muy importantes y que no se pueden tratar por carta, puede venir...".


CAPÍTULO IV

LA CRUZ DE LA OBEDIENCIA


Mientras el padre Félix preparaba su viaje a Francia, sucedió un incidente lamentable, a causa de unas cartas que escribió a su hermano Manuel, que era también sacerdote Marista y estaba trabajando en las misiones de Oceanía.

Lo que sucedió fue que el buen padre Manuel se alarmó ante las confidencias cada vez más extrañas de su hermano Félix. Pensó que estaba cayendo en un peligroso engaño y que lo mejor sería enviar todas esas cartas al Superior General, dándole además su propia opinión sobre el asunto.

Naturalmente, el padre Manuel escribió también a su querido hermano. La carta está fechada el 26 de abril, pero el padre Félix la recibió en México hasta el 19 de mayo:

"Muy querido Félix: En estos días he recibido tus cartas, y ahora entiendo lo suficiente para poder hablarte con franqueza, como hermanos.

Le mandé todas tus cartas al Superior General para que se oriente y tenga luz para darte una respuesta acertada en esta cuestión de capital importancia para ti. Espero que me perdones, no viendo en mi modo de proceder sino el sincero deseo que tengo de que únicamente hagas lo que Dios quiere de ti.

Siempre he visto que tu juicio está influenciado por una viva imaginación más que por el sentido práctico. Me parece que vas por un camino equivocado, que estás bajo el influjo de un espejismo, como hipnotizado. No te dejes engañar. No hagas caso de visiones, apariciones, santas religiosas, etc. No cambies tu camino. Es verdaderamente admirable todo lo que estás haciendo en nuestra parroquia en México. Nunca harás más bien del que ahora estás haciendo..."

El padre Félix anotó en su diario:

"Hoy recibí una carta de Manuel, en la que me trata como alucinado. Creerá que estoy loco.

Ofrezco a Jesús esta pena y siento gozo interior al tener algo que ofrecerle.

Me dice Manuel que mandó mis cartas al R.P. General. ¿Qué habrá pensado? ¿Qué comentarios le habrá hecho Manuel?

¡Ah, hermano, te perdono de todo corazón!" (Diario. 19 de mayo 1904).

Al día siguiente, el padre Félix escribe esta carta a su Superior General:

"México, 20 de mayo de 1904. Reverendísimo padre: Gracias por su carta del 20 de abril, en la cual me concede permiso de ir a Francia. Tengo, en efecto, que hablar largamente con Ud. de cosas muy importantes que no puedo tratarle por carta. Manuel me ha escrito, y me dice que le ha mandado a Ud. las cartas que yo le envíe a él; y me trata como a un pobre loco. Espero que el juicio de Ud. sea muy diferente. En todo caso, yo seguiré, como siempre, el camino regio de la obediencia.

Si la obra a la cual quiero consagrar mi vida es de Dios. Él abrirá caminos. Pero si después de haberme oído, Ud. me dice que estoy equivocado, y me envía al lugar más humilde, yo iré sin vacilación, alegremente, feliz por obedecer. No empezaré nada sin su aprobación; ni haré nada sin la bendición del Vicario de Cristo".

Por su parte el Superior Provincial, le escribió también al pa­dre Félix:

"Por lo que he sabido, entre las razones que Ud. tiene para ir a Francia, la principal es que Ud. se cree llamado por Dios a una Obra especial. Siento mucho no haber podido ir a México para hablarle de este asunto. No sabía yo que Ud. estuviera tan resuelto a llegar hasta el fin. Lo creía más firme en su vocación de Marista, que es más segura que la que Ud. cree haber recibido por un nuevo llamamiento de Dios. Creo que yo le debería haber prohibido a Ud. la dirección de esas religiosas. Temo que el demasiado cuidado prestado a esa comunidad lo haya hecho descuidar la obra principal, que es la buena dirección de la parroquia que se le confió.

Con pena, como Ud. debe comprender, pero en cumplimiento de mi deber, he escrito en este sentido al R.P. General" (P. Descreux, 1º. de junio 1904).

El padre Félix, le contesta al Superior Provincial explicando su caso y aclarándole muchas cosas. Su carta termina así:

"Finalmente, permítame aclararle algo sobre lo que Ud. me dice acerca de mi vocación de Marista. Estoy muy apegado a mi vocación, pero, si mi nuevo Llamamiento es juzgado auténtico, estoy más apegado a la voluntad de Dios. Con todo, si el Revmo. Padre General, después de haberme escuchado me dice que estoy equivocado, que soy un iluso, que no le vuelva a hablar nunca de esto, y me manda a Oceanía; yo le aseguro que no vacilaré un segundo. En la voluntad de mi Superior veré la voluntad de Dios y alegremente iré a morir a cualquier isla perdida en el Océano".

Por último, el Superior General, al recibir los informes desfavorables del padre Manuel y del padre Descreux (Provincial), escribió también de inmediato al padre Félix una carta que llegó a México cuando éste había ya partido rumbo a Francia. Está escrita el 1º. de julio, y en ella se pueden observar que varios aspectos del asunto habían sido mal interpretados:

"He sabido que usted está dando pasos para pedir a Roma la dispensa de sus votos, y dice que de parte mía no hay ningún obstáculo para hacerlo así.

Hasta que Ud. obtenga realmente esa dispensa yo seré su Superior, y por eso, mientras pueda, tengo que cumplir mi deber para con Ud.

No entiendo por qué pretende Ud. cambiar su vocación de Marista por la de sacerdote secular, puesto que anteriormente Ud. se había mostrado siempre muy apegado a su vocación de religioso. Creo que se está dejando llevar por ciertos triunfos o por ciertas alabanzas, y ya no le parece apropiado para Ud. el ideal Marista de vivir "ignorados y ocultos en este mundo". Pero, ¿será una luz de lo alto lo que le hace ver así las cosas? Obre con rectitud y pida a la Sma. Virgen que le haga conocer el verdadero camino que lo debe conducir al cielo.

Le mando, pues en virtud de santa obediencia, que antes de dar cualquier otro paso para obtener la dispensa de sus votos, haga ejercicios espirituales durante nueve días con los Trapenses de Dambez o con los de Sept Fonts; y si después de esto Ud. cree que Dios lo quiere así, e insiste en pedir a Roma la dispensa de sus votos religiosos, no solamente no pondré ningún obstáculo para ello, sino que le ayudaré en todo lo que pueda" (P. Antonio Martin, Sup. Gn.).

Como ya dijimos, el P. Félix nunca recibió esta carta que se encuentra en los archivos de los padres Maristas, porque había salido el 15 de julio en el tren de Veracruz, y al día siguiente se embarcó hacia Francia en el vapor español "Alfonso XIII".

Desembarcó en Santander. De allí se trasladó a Lourdes, y llegó a Lyon el 5 de agosto. Ese mismo día habló con el P. Antonio Martin, Superior General de su Congregación.

Las pláticas continuaron hasta el día 9 de este mes. El padre Félix expuso todo a su Superior con absoluta franqueza, y le entregó las cartas de recomendación que llevaba: del Delegado Apostólico, del Arzobispo de México, y de Mons. Ruiz, Obispo de León.

"Le abrí mi alma con toda la franqueza de que soy capaz, y no le oculté nada, ni siquiera aquellas cosas que yo sabía que le iban a causar mala impresión" (Carta del P. Félix a Mons. Ruiz 25 de agosto, 1904).

Además de las entrevistas personales, el P. Félix entregó al P. Martin un escrito titulado "Breve Resumen". Dice así:

"1.-- Por qué ESTA FUNDACIÓN. Únicamente porque nuestro Señor la pidió con insistencia a la Sra. Concepción Cabrera. Y por los frutos admirables que ha producido hasta ahora la Obra de la Cruz en sus dos instituciones: Las Religiosas de la Cruz y el Apostolado de la Cruz; ya aprobadas por la Santa Sede.

2.-- DE DONDE ME HA VENIDO ESTA NUEVA VOCACIÓN. Nunca he tenido tentaciones contra mi vocación de Marista: siempre ha sido muy firme. Pero ciertamente yo había sentido siempre en mí un anhelo de mayor perfección que no logré satisfacer antes de conocer las Obras de la Cruz. Pero no busco realizar este ideal fuera de la Sociedad de María, a la cual amaré y serviré cuanto pueda y con toda mi alma.

Es nuestro Señor el que me ha manifestado claramente su voluntad, por medio de muchas circunstancias que de viva voz le expliqué a usted. Y estoy dispuesto a sufrir cualquier martirio an­tes que dejar de corresponder al Llamamiento de Dios

Sin embargo, declaro solemnemente que no daré un solo pa­so sin la aprobación de Ud. y no me apartaré jamás del camino regio de la santa obediencia.

3.-- POR QUE CREO EN LA SEÑORA CABRERA: Porque personalmente he constatado y comprobado la autenticidad de su misión. Y porque he consultado a las personas que la conocen más íntimamente: El Arzobispo de México, el Arzobispo de Puebla, el Delegado Apostólico, el Obispo de León, y el sacerdote que fue su confesor durante diez años. Y todos me han dicho sin vacilar y con entusiasmo: "Siga Ud. adelante, porque esta obra es de Dios". Ellos conocen las gracias maravillosas que esta señora ha recibido de Dios, y de las cuales yo le hablaré detalladamente.

Además está la autenticidad de sus virtudes: su humildad admirable, su deseo constante de ser ignorada, su obediencia a toda prueba, su santidad de vida, sus penitencias tan extraordinarias que humanamente serían imposibles si Dios no la sostuviera sobrenaturalmente: y los favores especiales que Dios le ha concedido de los cuales no puedo dudar.

4.-- DOCTRINA y ESPIRITUALIDAD DE LA OBRA: La Sra. Cabrera ha escrito mucho, y sus escritos tienen el sello de Dios. Llegan al corazón, y están llenos de teología aún cuando ella nunca ha estudiado. El Arzobispo de México ha hecho examinar estos escritos por los mejores teólogos de la capital, y ellos quedaron admirados de tanta profundidad y exactitud.

QUE ES LO QUE PIENSO HACER

1.-- Obtener el pleno consentimiento y la aprobación de Ud. para que se sepa, ahora y también más tarde, que la Obra se inició por el camino de la obediencia perfecta.

2.-- Si Ud. me niega el permiso, obedeceré pronta y alegremente, porque sé que obedecerle a Ud. es obedecer a Dios, y yo no pretendo otra cosa que hacer la santa voluntad de Dios.

3.-- Si Ud. me concede el permiso, partiré inmediatamente para Roma, expondré mis proyectos al Cardenal Vives para que me ayude ante el Papa, y pediré al Vicario de Cristo que me bendiga y me dé el hábito de los Religiosos de la Cruz.

4.-- Enseguida buscaré vocaciones y las llevaré a México para comenzar el noviciado, bajo los auspicios del Arzobispo de México".

El P. Antonio Martin, pidió al padre Félix que le diera tiempo para consultar su asunto con los Asistentes Generales y que en­tre tanto, fuera a visitar a su familia. Así que la entrevista definitiva se realizó hasta el día 19.

El P. Martin recibió amablemente al padre Félix, le pidió que se sentara y le dijo:

"Voy a leerle este papel. Lo escribí para estar más seguro de mis expresiones, y para que Ud. lo guarde y recuerde mejor mis órdenes y se atenga fielmente a la voluntad de Dios".

En el papel estaba escrito lo siguiente:

"Mi querido padre Félix, después de haber orado y reflexionado, y después de haber consultado el parecer de mi Consejo, y contando con su promesa de obedecer a la decisión que yo tomare sobre la misión de fundar una nueva Congregación Religiosa, le ordeno lo siguiente:

1.-- Que Ud. no se ocupe de ninguna manera de la fundación de la nueva Congregación.

2.-- Que Ud. deje de comunicarse, por carta o de cualquier otra manera con la Sra. Cabrera, ya sea directa o indirectamente.

3.-- En cuanto a sus penitencias, confesiones y dirección espiritual, confórmese a lo que mandan nuestras reglas de la Sociedad de María en el artículo III de nuestras Constituciones".

Después de que el padre Martin leyó estas disposiciones y las entregó al P. Félix, le dijo:

"Ahora, si Ud. no tiene ninguna dificultad, lo mando a España, a nuestra Casa de Barcelona, donde tendrá como Superior al Padre Gauven'.

El padre Félix contestó:

"Iré con mucho gusto, pues estoy seguro de hacer la voluntad de Dios, y no quiero otra cosa" (Diario).

La Sra. Cabrera recibió la última carta del padre Félix el 11 de septiembre. Y ella no volvió a comunicarse con él. El 14, escribió lo siguiente al Superior General:

"Recibí una carta del P. Félix, en la cual me avisa de su traslado a Barcelona y de la prohibición de volverme a escribir. Muy bien, mi respetado padre, no tema que yo contraríe su voluntad en lo más mínimo. Ud. está en el deber de tomar el camino que le parezca más prudente. Pero espero que el Señor le hará conocer la verdad de su deseo" (México, 14 de Sep. 1904).

Durante 10 años el padre Félix estuvo en Europa sin comunicarse para nada con México, callando y obedeciendo; orando y buscando el cumplimiento fiel de la voluntad de Dios.

Yo no dudo de que estos diez años de vida oculta y de obediencia heroica, hayan sido los más fecundos en frutos de purificación y progreso espiritual para este hombre a quien Dios había elegido para ser uno de aquellos que llamamos "santos".

El mismo día en que recibió la dolorosa negativa de su su­perior, escribió en su diario:

"Ahora estoy aislado. Solo con Jesús... ya llegó, Señor, la hora que yo temía, la hora de la prueba. Las palabras de mi Su­perior son tuyas, y como tales las obedecerá con gusto, toda la vida, si esa es tu voluntad, aunque ya mi corazón está sufriendo un martirio..." (19 de agosto de 1904).

CAPÍTULO V

ANÁLISIS DE LOS HECHOS


Ahora que el tiempo ha pasado y que la vida del padre Félix pertenece a la historia, podemos analizar imparcialmente estos hechos.

Ante todo podemos preguntarnos: ¿Hizo el padre Félix lo más conveniente?

Esta pregunta es válida, porque en el derecho eclesiástico está previsto el caso de los religiosos que, habiendo hecho sus votos en cualquier congregación, descubren más tarde que es otra su vocación y sinceramente creen que la voluntad de Dios es que sigan otro camino. En esta situación, el religioso tiene pleno derecho a pedir la dispensa de sus votos, y al hacerlo no comete falta alguna, por el contrario, busca por los cauces legítimos el fiel cumplimiento de la voluntad del Señor.

De hecho, el Superior General del padre Félix le dice en su carta del 1º. de julio de 1904:

"Si después de haber hecho nueve días de ejercicios espirituales en el convento de los Trapenses, cree Ud. que es la voluntad de Dios que pida la dispensa de sus votos religiosos, yo no pondré ningún obstáculo, sino que le ayudaré en todo lo que pueda".

Por otra parte, sabemos que el padre Félix manifiesta muchas veces que él "no tiene ni la menor duda acerca de su nueva vocación", y que "está absolutamente seguro de que su llamamiento es de Dios". Además, para no valerse solamente de sus propias luces, el padre Félix consulta a varios obispos y a otros sacerdotes "muy competentes". Y todos le dan su entusiasta aprobación.
Estando así las cosas, a mi juicio fue un error del P. Félix hacer depender la fundación proyectada de la decisión de sus superiores que vivían en Francia, y que, debido a la distancia, no podían tener ni los datos ni los criterios necesarios para una correcta evaluación del caso. Carecían, por ejemplo, de un conocimiento directo y suficiente de la Sra. Cabrera, de su carisma, de su espiritualidad, de sus escritos, de las dos Obras de la Cruz ya aprobadas, de la capacidad y calidad de los Obispos y teólogos que apoyaban la fundación, y del proceso gradual que se había ido operando en el padre Félix a lo largo de los últimos quince meses.

Era natural que el P. Martin, y más aún sus consejeros, negaran el permiso al buen padre Félix que quería fundar una congregación basándose en unas supuestas revelaciones de una tal Sra. mexicana...

Pero el mismo Superior General señala cuál era en realidad el nudo insoluble de la situación, en una carta dirigida a Mons. Leopoldo Ruiz, Obispo de León:

"Para fundar esa Congregación, el padre Félix tendría que salir de la Sociedad de María, y para esto debería pedir a Roma la dispensa de sus votos religiosos. Ahora bien, es el mismo padre Félix el que ha resuelto no pedir esta dispensa mientras yo no esté plenamente de acuerdo y le dé mi pleno consentimiento. Pero no puedo dar ese consentimiento en contra del parecer de mis Asistentes” (1º de diciembre de 1904).

El problema se había vuelto, pues, insoluble, por la posición tomada por el mismo padre Félix.

Según mi punto de vista personal, pienso que el padre Félix debió pedir su dispensa de votos, ateniéndose a su propia convicción y a la de los obispos y teólogos de México. Y como en aquel tiempo los obispos podían fundar nuevas congregaciones sin autorización de Roma, el padre Félix habría podido hacer la fundación ese mismo año, bajo los auspicios del Arzobispo de México. Esta Congregación sería por un tiempo de "derecho diocesano'' y más tarde, como es normal, pasaría a ser "de derecho pontificio".

La dispensa de los votos del padre Félix se habría tramitado sin dificultad, con el apoyo del mismo Superior General, y así nuestro fundador se habría ahorrado diez años de su tiempo y diez toneladas de su salud, que sufrió un desgaste continuo por el desgarre psicológico que produce siempre la tensión de fuerzas opuestas y poderosas, cuando se han apoderado de nuestro ser.

Pero el padre Félix juzgaba las cosas de otra manera. Estaba seguro de que el Señor quería que él fundara la quinta Obra de la Cruz, pero quería saber si había llegado ya la hora señalada por Dios. Y confió en que Dios daría a sus superiores las luces suficientes para discernir su voluntad. Por eso decidió obedecer a toda costa.

Su obediencia fue heroica. Fue durísimo para él renunciar a su ideal en el que había puesto todo aquel entusiasmo que brotaba de su temperamento decidido y fogoso. Pero renunció. Por todo el tiempo que los superiores determinaran, o también para siempre...

Nada santifica tanto al hombre como el renunciar a su propio querer como un obsequio al querer de Dios. Nada lo purifica tanto como esto, porque entonces su corazón queda vacío de todo, y de sí mismo, y totalmente disponible para Dios. Por eso tengo la seguridad de que, después de estos diez años, el padre Félix era un verdadero santo. De manera que, lo que algunos consideramos como un error fue para el padre Félix el camino de su santificación. Es que a veces Dios conduce a sus elegidos por sendas que no entendemos. El mismo nos lo advierte por Isaías: "Mis caminos, no son los caminos de ustedes" (Is. 55. 8).

Y ¿qué hacia el padre Félix en Barcelona? Si consideramos su experiencia y su calidad humana, diríamos que estaba perdiendo su tiempo. Pero si vemos las cosas con ojos de fe, debemos decir que se dedicaba a hacerse santo.

La primera ocupación que le dio el padre Gauven fue pedir limosna para el sostenimiento de la Capilla Francesa que los padres Maristas tenían en Barcelona. El padre Félix escribe en su diario:

"Ayer hice cinco visitas para pedir limosna. Es cosa que me cuesta demasiado. Pero lo hago con muchísimo gusto, pues así lo quiere mi Señor".

Además le encargaron dar clases a un grupito de niños de 5 a 12 años:

"Estoy dando clases a mis pequeños alumnos, enseñándoles a deletrear. El más pequeño tiene cinco años. Al principio, esto me costaba mucho; ahora ya no. Mientras haga yo la voluntad de Dios ¿qué importa hacer eso o cualquier otra cosa?"

Por orden de su superior, visitó varios conventos de religiosas para ofrecerles sus servicios como confesor pero no tuvo mucha acogida:

"Todas me ven como un pobre obrero sin trabajo. A veces me pongo rojo de vergüenza antes de entrar en sus casas, pero la santa obediencia me da valor, y al ofrecerlo todo a Jesús siento hasta alegría en medio de mi vergüenza".

Después le encomendaron la asociación de institutrices y sirvientas; y el padre Félix las atendió "con muchísimo gusto".

En los primeros meses de su "destierro", como él llamaba a este período, escribía con frecuencia al Superior General, insistiendo filialmente en que reconsiderara su caso, y dándole siempre nuevas razones para ello. En respuesta recibió esta carta:

"Hace muy poco tiempo que Ud. ha escrito, y es demasiado que insista cada mes, además de que es inútil, pues mi resolución, que es también la del Consejo, no se modificará ni con las súplicas ni con el transcurso de los días o de los meses. Quédese tranquilo, esperando que llegue la hora de Dios, si es que ha de llegar. Pero si Ud. se siente obligado a escribirme de vez en cuando para pedirme lo mismo, tal vez yo no le conteste por no tener nada nuevo que decirle. Pero no por eso vaya a dudar de mi afecto paternal hacia Ud. y del ardiente deseo que tengo de que Ud. progrese en santidad y haga todo el bien que Dios quiere de Ud.”

El 25 de marzo de 1905 murió el padre Martin, y fue elegido como nuevo Superior General de la Sociedad de María el padre Raffin. El padre Félix le escribió un "memorandum", pidiéndole que, como nuevo Superior General, se dignara revisar su caso. Su larga carta termina así:

"Pero si Ud. cree que aún no ha llegado la hora, yo me quedaré tranquilo y resignado en mi querido "Nazaret" y esperaré obedeciendo, hasta que venga la hora de Dios.

No digo que haré esto sin sentir en el fondo del corazón una cruelísima desolación; pero el deseo que tengo de obedecer lealmente y hasta el fin, me hará aceptar con especial alegría esta pesadísima cruz.

La respuesta del nuevo Superior fue la misma de siempre:

"El parecer unánime del Consejo es que no se le debe permitir hacer esa fundación. Pero si para llevar a cabo la misión que cree que Dios le ha encomendado desea pedir la dispensa de sus votos, no nos opondremos a que se la concedan".

El padre Félix contestó a esta negativa agradeciendo al pa­dre Ratfin y a su Consejo el que hubieran vuelto a considerar su caso. Acepta seguir esperando hasta que Dios quiera, y termina con este párrafo:

"Humanamente todo parece terminado, pues yo contaba sobre todo con el apoyo de Ud.; pero en medio del sacrificio que hago al obedecer, siento tanta confianza en las promesas de Dios que me parece que mañana mismo voy a empezar su Obra".

Yo pienso que con esto el padre Raffin comenzó a estimar y admirar al padre Félix, no sólo por su obediencia, sino también por la firmeza de su ideal.

Así pasaron tres años más. Y en febrero de 1908 la salud del padre Félix no resistió más. En su diario escribe:

"He llegado a un estado de debilidad que nunca antes había sentido, y tengo una bronquitis eterna”.

El médico temió por su vida, ordenó reposo absoluto. Opinó que el clima de Barcelona era mortal para el enfermo, y aconsejó que se fuera a Francia. Los superiores lo mandaron a restablecerse al balneario de la Bourbule. El padre Félix escribe:

"Le pido a Dios tener paciencia y que me conceda la gracia de nunca quejarme. Le he ofrecido a Dios mi enfermedad como expiación de mis innumerables pecados'.

Sucedió que por esos mismos días, el padre Raffin tuvo que ir también a restablecer su salud al mismo balneario y, sin que el padre Félix tocara el punto, quiso que le explicara ampliamente todo lo referente a su nuevo ideal. El padre Félix refiere en su diario el resultado de estas entrevistas:

"Sentí una gran facilidad para abrirle mi alma, y le expuse las razones que podían convencerlo en favor de mi petición. El pa­dre General se mostró muy contento por mi obediencia absoluta durante estos últimos años, y en el último paseo que hicimos juntos por la montaña, me dijo estas palabras: "En un principio, no sólo no creía en su nueva vocación, sino que pensé que eran proyectos sin consistencia y hasta me burlé de ellos en presencia de los padres. Pero ahora, por todo lo que usted me ha contado, creo que nuestro Señor lo llama a esa fundación, y le daremos el permiso que Ud. desea si así nos lo indica la Santa Sede".

El padre Félix, regresó a Barcelona con una nueva esperanza y su salud mejoró notablemente.

Al año siguiente, el padre Raffin visitó la comunidad de Bar­celona, y habló nuevamente con el padre Félix. Este le dijo que tenía una duda que lo angustiaba y era esta: "Estando tan cierto de que Dios me llama a realizar esa fundación, ¿debo seguir pasivo indefinidamente, sin hacer nada al respecto?" El padre Ge­neral le dio por escrito esta respuesta:

"Deje todo en manos de Dios. Deje que sea El que decida la hora. Usted siga obedeciendo como hasta ahora, porque este es el medio más seguro y más rápido para que le demos el permiso de comenzar la fundación que Ud. desea".

Además de esto, le dio permiso para escribir a la Sra. Armida "una o dos veces al año, pero sin hablarle de la fundación".

Sin embargo, el padre Raffin le había dicho varias veces al padre Félix que, si pedía su dispensa de votos, él no se opondría. Por esta razón, a lo largo de 1906 el padre Félix consultó a varias personas acerca de si debía o no pedir la dispensa de sus votos. Estas personas fueron: El Cardenal Casañas, de Barcelona, Mons. Ibarra, Arzobispo de Puebla, el P. Alejandro Cepeda y el P. Salustiano Carrera. Todos se sintieron inseguros para aconsejar un cambio radical en la vida del P. Félix, y opinaron que era mejor seguir esperando, ateniéndose a la seguridad que da la obediencia...

El padre Félix comenta:

"¡Confianza! Jesús lo ha dicho y su palabra se cumplirá a pesar de todos los obstáculos. Mientras viene ese día feliz, me voy a aplicar a ser más fiel en todo; a darme al Señor sin volverme a tomar; en dejar que Él haga en mí lo que quiera; en impregnarme más del espíritu de las Obras de la Cruz, y en prepararme con la gracia de Dios, a ser el primer Religioso de la Cruz" (Diario).

Para el mes de agosto de ese año (1909), la salud del padre Félix estaba otra vez por los suelos. El médico insistió en que el clima de Barcelona le era muy perjudicial, y por eso mandaron al padre Félix al colegio que los padres Maristas tienen en Saint-Chamond. Era entonces una pequeña población de 13,000 habitantes que vivían de las minas de carbón y de la industria siderúrgica. El colegio de los Maristas era el mejor de la región. Contaba con 35 profesores y con más de 500 alumnos, casi todos internos.

El padre Félix escribió en su diario:

"Me han dado muy poco trabajo a causa de mi mala salud.

Hasta mi cuarto llega a veces el silbido de las locomotoras; y sueño que es el tren que me ha de llevar a México..."

Durante cinco años más, el padre Félix siguió en Saint-Chamond, obedeciendo y esperando su soñado tren...

Cuando su salud estuvo regular, daba 12 horas de clase semanales, preparaba las lecciones, corregía los cuadernos y cuidaba la disciplina de los muchachos. Todo eso no le gustaba, pero se sentía contento:

"Mis ocupaciones actuales son opuestas a mis gustos na­turales, pero me siento feliz, pues veo claro que Jesús me quiere aquí.  ¿Y qué más puedo desear fuera de su voluntad? Cada día doy las gracias al Señor por haberme traído a este pueblo, a este silencio, a esta soledad donde no conozco a nadie sino a mis hermanos y a mis alumnos. Siento que esta vida me llama. Lejos del mundo, con tiempo para mi oración y para cumplir mis tareas de cada día".

Pero a pesar de esa aparente tranquilidad, al comenzar el año escolar 1910, escribe esta nota en su diario:

"He notado que me he puesto muy nervioso, y que no puedo soportar nada contra la disciplina. Me esfuerzo en tener paciencia pero me cuesta muchísimo. Lo que pasa es que hay aquí uno o dos más nerviosos que yo... pero sin ninguna malicia.

Jesús, quiero tener paciencia".

CAPÍTULO VI

POR UN LARGO CAMINO


Dejemos por ahora al padre Félix en el colegio del pueblo de Saint-Chamond, muy nervioso, pero pidiéndole a Jesús más y más paciencia.

Veamos que hacían en México Conchita Cabrera y algunos buenos amigos que creían en ella.

Primero escribieron cartas a Francia, tratando de convencer a los Superiores del padre Félix para que le dieran el permiso de regresar a México, a encargarse de la fundación.

Estas cartas fueron escritas por Mons. Leopoldo Ruiz (Obispo de León), Mons. Emeterio Valverde (Canónigo de la Catedral de México), Mons. Ramón Ibarra, Arzobispo de Puebla, y dos cartas de la misma Conchita. Sería largo transcribirlas, pero podemos hacer un resumen de los conceptos que se estuvieron manejando en todas ellas. Siempre eran los mismos:

a) La Sra. Cabrera ha sido examinada por varios obispos y teólogos, y todos están de acuerdo en que su espíritu es de Dios, que no se trata de una ilusa. Por lo tanto es real y auténtica la petición que el Señor ha hecho de que sea el P. Félix quien funde la Congregación de los Religiosos de la Cruz.

b) Ya se cuenta con la autorización del Arzobispo de México para realizar dicha fundación, por lo tanto estamos dentro del camino legal establecido por el derecho eclesiástico.

c) Nos parece que el padre Félix tiene todas las cualidades que se requieren para que sea el fundador y el maestro de los nuevos religiosos.

d) Proponemos que, prescindiendo de las revelaciones de la Sra. Cabrera, se considere la bondad de la obra en sí misma, y su utilidad y conveniencia para la Iglesia.

e) No es nada nuevo en la historia de la Iglesia el que un miembro de una comunidad religiosa sea el fundador de otra nueva familia; por el contrario, se requiere la experiencia de un religioso para formar a nuevos religiosos.

La segunda carta de Conchita al P. Martin, añade algunos otros elementos, y por eso conviene transcribir los párrafos más importantes:

"Yo sé que usted no tiene ningún motivo para creerme, y que tal vez me crea una ilusa. ¿Pero, qué hacer, cuando siento que el Señor me está urgiendo, y cuando obro por obediencia a mi director?

Si al darle su permiso al P. Félix quiere Ud. prohibirle que me vuelva a ver, yo estoy de acuerdo; lo que quiero es no estorbar, y que se realicen los planes del Señor. Sé muy bien que yo soy el punto negro del asunto. Pero ¿qué hago, P. Martin, si el Señor me impulsa a seguir luchando por su causa aunque me ponga en ridículo?

Para mí, las pruebas de que todo esto es de Dios son las siguientes:

1.-- Yo ni siquiera conocía al P. Félix, y fue el Señor el que me llevó hasta él providencialmente. El me ha dicho, y muchas veces, que ha escogido al P. Félix para que sea él quien funde a los Religiosos de la Cruz.

2.-- Que yo nunca obré dejándome llevar de mi propio juicio, sino que les abrí mi alma a sacerdotes sabios y santos, y todos ellos me han dicho que esto procede de Dios.

3.-- Que desde que el padre Félix conoció las Obras de la Cruz, el Espíritu Santo ha obrado en él cambios admirables.

4.-- El ver ya aprobadas por la Iglesia el Apostolado de la Cruz y las Religiosas de la Cruz.

5.-- Que tanto el P. Félix como yo, hemos escogido el camino de la santa obediencia.

6.-- La perfección y el fin de la Obra que intentamos realizar para la gloria de Dios y el bien de muchos".

Por supuesto que el Superior General de los Maristas y su Consejo, también tenían sus razones para negar, una y otra vez, el permiso solicitado. En todas las cartas que respondieron se repiten estos mismos motivos:

a) A nosotros no nos consta que las revelaciones de la Sra. Cabrera sean auténticas.

b) Por lo tanto, no tenemos ninguna seguridad de que sea la voluntad de Dios que el P. Félix vaya a fundar esa congregación.

c) Además pensamos que el P. Félix no tiene las cualidades necesarias para ser el fundador de nada, porque cuando se entusiasma por algo, pierde el justo medio de la prudencia.

d) Pensamos que el P. Félix está demasiado influenciado por la Sra. Cabrera, y que no sería más que un instrumento en manos de ella.

e) La salida del padre Félix no sería un buen ejemplo para los demás Maristas, y sentaría un precedente negativo.

f) Necesitamos al padre Félix, porque tenemos muy poco personal.

g) Si el padre Félix quisiera pedir su dispensa de votos para ir a hacer la fundación, no nos opondríamos; pero es él quien no desea hacerlo sin nuestra total aprobación; pero nosotros no podemos apoyar su proyecto por las causas ya mencionadas.

A esto se reducen todas las razones aducidas por los Superiores franceses. Como se ve, es cierto que "cada cabeza es un mundo" y que cada mundo gira en su propia órbita...

Y así, entre dimes y diretes, pasaron los días, los meses y los años. El padre Félix seguía firmemente aferrado a dos convicciones que parecían cada vez mas opuestas: Por una parte, su decisión de obedecer lealmente hasta el fin; y por otra, la firme certeza de que se cumpliría la promesa que Dios le había hecho por medio de Conchita. A semejanza de Abraham, "le creyó a Dios y esperó contra toda esperanza".

Por sus cartas sabemos que su salud tuvo sus altas y sus bajas durante esos años, y que su trabajo fue aumentando, porque el padre Félix era hombre de mucha iniciativa y no podía estarse muy quieto. Sabemos también, por sus cartas y por su diario, cuáles eran sus sentimientos más íntimos.

Esta carta al padre Naval, los resume bastante bien:

"...Ya ve, padre, como no tengo nada a favor mío para ser fundador. Ni ciencia, ni virtudes, ni grados de oración, ni revelaciones de Dios; porque yo nunca he visto nada, ni he oído nada. Yo no veo en mi nada que me haga digno de semejante misión. Lo único que tengo, y eso porque Jesús me lo ha dado, es que no quiero hacer nada por mi propia voluntad, sino ser un instrumento totalmente dócil a Dios, por medio de la santa obediencia.

Desde mi noviciado he amado la obediencia pronta y alegre, y si se llega a realizar esa fundación, deseo que sea por el camino de la más perfecta obediencia.

Desde que me decidí a emprender esta Obra, he hablado a mis superiores con la sencillez de un niño. Claramente les ma­nifesté todo lo relativo a doña Concepción: tantas palabras de nuestro Señor, tantas revelaciones, tantas órdenes directas, tantas promesas para el porvenir, tantas cosas sobrenaturales... Todo lo dije claramente aunque sabía cuales podían ser las consecuencias. Y pensaron que la señora Cabrera era muy buena pero tal vez ilusa, y que yo obraba de buena fe pero que mi misión era muy dudosa. Así que prudentemente me separaron de México y resolvieron esperar. Puede ser que yo en su lugar hubiera hecho lo mismo. Ellos han sido muy buenos conmigo siempre. Pero dicen que no pueden ni deben darme la autorización que pedí.

Y sin embargo, mi fe en esa fundación no ha hecho sino crecer. Mi corazón desea con violencia que ya se empiece, pero yo no quiero tener prisa, porque sé que Jesús tiene marcadas sus horas y sus tiempos.

Estos años de separación, de reflexión, de obediencia, de humillación y de esperanza inquebrantable en la palabra de Jesús, han sido para mí un tiempo muy precioso. He comprendido mejor que nunca mi inutilidad, y que no debo esperar nada de mí mismo, sino lo que se haga se hará porque Jesús lo hace, a pesar de tanta oposición, y a pesar del instrumento tan vil que ha escogido, para que se vea más claramente que es obra de Dios y que es Él quien lo ha hecho todo".

En su diario escribe:

"Ahora parece que nada ayuda para la fundación de los Religiosos de la Cruz. Yo creo que el Señor ha querido que todo se viniera al suelo y que todos den la espalda, para demostrar a las claras que esto es obra suya. Él es quien quiere hacerlo y lo hará en realidad. A veces tengo tentaciones de desaliento, pero las rechazo al instante. Jesús lo ha dicho y su palabra se cumple siempre, si nosotros le somos fieles. No importan todos los obstáculos. Jesús lo ha dicho, y tengo tantas pruebas de ello que más no podría ser".

Desde el 16 de julio de 1906, el Papa Pío X había dado un decreto en el que retiraba a los obispos la facultad de establecer nuevas congregaciones religiosas sin permiso de la Santa Sede. Por lo tanto, no sólo tenían que conseguir al fundador, sino, ante todo, obtener la autorización del Papa.

Así que a fines de 1909, después de muchas cartas infructuosas, Mons. Ibarra decidió ir personalmente a Roma, a donde llegó a principios de enero de 1910.

Fue muy bien recibido por el Cardenal Vives, encargado de todo lo referente a los Religiosos, y le prometió que no regresaría a México sin haber conseguido lo que pedía. El Cardenal aceptó ser el protector del Apostolado de la Cruz, y consiguió la aprobación pontificia para las Religiosas de la Cruz, (17 de febrero). Consiguió también numerosas indulgencias para la Alianza de amor, que fue la tercera Obra de la Cruz, fundada en México con la aprobación de Mons. Ibarra desde el 30 de febrero de 1909. También examinó las constituciones de los Religiosos de la Cruz, para tramitar su aprobación por parte del Papa.

El 26 de febrero, Mons. Caroli, encargado de los institutos de varones, informó a Mons. Ibarra que el permiso para la fundación ya estaba concedido.

Mons. Ibarra mandó inmediatamente un cable a Conchita Cabrera y ésta avisó enseguida a Mons. Ruiz, a Mons. Valverde, y a las Religiosas de la Cruz. Todos estaban de fiesta...

Pero sucedió lo más inesperado. El 1º. de marzo, el Papa Pío X dispuso que se aplazara el permiso de la fundación, y que todos los escritos de La Sra. Cabrera que se refirieran a los Religiosos de la Cruz fueran enviados al Cardenal Vives, para ser examinados detenidamente.

Mons. Ibarra quedó consternado ante esta noticia...

Escribió al Cardenal Vives y al Papa, rogándoles que se considerara el asunto de la fundación de los Religiosos de la Cruz desligándolo por completo de los escritos y revelaciones de la Sra. Cabrera, teniendo en cuenta solamente la obra en sí misma, como cualquier otra congregación. Pero la respuesta fue negativa.

El Papa en persona (ahora San Pío X), le escribió a Mons. Ibarra la siguiente carta, de su puño y letra:

"Venerable hermano: He leído tu carta, en la que te lamentas de que se haya diferido la licencia para fundar la Congregación de los Sacerdotes de la Cruz. Te ruego que me disculpes, lo mismo que a la S.C. de religiosos, si en asunto tan grave hemos creído que debemos proceder seriamente antes de conceder la aprobación. Pero te aseguro que pronto se someterá este asunto al estudio de la Sagrada Congregación, y con el favor de Dios se resolverá conforme a tus deseos y a los de tus hermanos.

Ten confianza, pues una obra agradable a Dios, aun cuando tropiece con muchas dificultades, no será vencida jamás por ningún obstáculo. Y con esta esperanza, Venerable Hermano, te doy de todo corazón la bendición apostólica. Pío Papa X. Roma, 2 de marzo de 1910".

Mons. Ibarra comunicó todo esto a sus amigos de México. En su carta a Conchita le cuenta todo con detalle, transcribe la carta que le envió el Papa, y termina diciendo:

"No me canso de leer esta carta una y otra vez. Y siento en mi corazón una paz muy grande y un consuelo inexplicable, porque he tratado, con todas mis fuerzas, de cumplir la voluntad de Dios".

Mons. Ibarra volvió, pues, a México, con mucha paz en el corazón, pero sin el permiso esperado...

Se enviaron a Roma los escritos de Conchita sobre los Religiosos de la Cruz, tal como el Papa lo había ordenado; y nuevamente había que aguardar una respuesta...

Pasó año y medio... Ninguna respuesta...

El 3 de agosto de 1911, Mons. Ruiz envió al Papa otra petición, firmada por los cinco Arzobispos que había entonces en la República Mexicana, y por dos obispos.

Mons. Caroli respondió la carta en estos términos:

"Recibí hoy su carta en la que me encomienda el asunto de la fundación de los Sacerdotes de la Cruz. Es cosa que me toca muy directamente, porque soy el encargado en la Sda. Congregación de Religiosos de los asuntos referentes a los institutos de varones.

Los personajes que recomiendan el buen despacho de esta solicitud, son superiores a toda alabanza y elogio. Sin embargo, preveo, por los antecedentes, que el éxito no será fácil, al menos por lo pronto. Créame que yo haré de mi parte todo lo posible pa­ra conseguir lo que desea" (17 de agosto de 1911).

Los "antecedentes" a los que se refería Mons. CaroIi eran la relación ineludible que existía entre las revelaciones de Conchita y esta fundación: su origen, su espiritualidad, sus fines, su fundador, y hasta sus Constituciones; todo provenía de lo que afirmaba y de lo que escribía esta mujer mexicana... y de parte de Dios...

Teniendo en cuenta los estrictos criterios de Roma, "los antecedentes'' no podían ser peores...

Así que pasó más de un año y de Roma no llegaba nada. Ninguna respuesta, ninguna noticia, ni buena ni mala...

Entonces Mons. Ibarra escribió a Mons. Caroli:

"Hace ya bastante tiempo que los consultores nombrados para examinar los escritos de la Sra. Concepción Cabrera entregaron sus dictámenes a la S. C. de Religiosos. Pero hasta la fecha, nada se ha resuelto. Creo que ha llegado la hora en que Ud. nos haga el favor de mover este asunto, para que cuanto antes se dé la licencia para la fundación de los Sacerdotes de la Cruz" (1º. de febrero de 1913).

Mons. Caroli respondió con esta carta:

"... Respecto al asunto de los Sacerdotes de la Cruz, creo que la fundación no será permitida. Se están examinando aún los escritos que Ud. sabe, pero, según lo que yo puedo deducir de las cosas que he sabido, no se puede hablar de fundación. Esa es la verdad, al menos por ahora. Por lo tanto no hay nada que yo pueda hacer”. (22 de febrero de 1913).

CAPÍTULO VII

LA HORA DE DIOS


Mons. Ibarra estaba firmemente convencido de la autenticidad de las revelaciones de Conchita, y de que Dios quería la fundación de los Religiosos de la Cruz. Esta convicción lo resolvió a planear otro viaje a Roma, pero llevando esta vez al "punto negro del asunto”, es decir, a Conchita. Con este fin, Mons. Ibarra organizó una peregrinación a Roma y a Palestina. Las circunstancias no eran favorables, porque México estaba en plena revolución desde 1910. Había pobreza y había peligros en los viajes, pero a pesar de todo se inscribieron 123 personas... ¡Así son los mexicanos!  En este numeroso grupo iban Conchita y dos de sus hijos.

Mons. Ibarra quería que en Roma conocieran y examinaran personalmente a Conchita. Además llevaba consigo dos opiniones muy autorizadas sobre ella y sobre sus escritos: la de Mons. Maximino Ruiz, que fue director espiritual de Conchita durante 7 años y la del P. Poulain, célebre jesuita autor de un "Tratado de Teología Mística". Ambas opiniones eran muy favorables.

Los peregrinos salieron de México el 26 de agosto (1913) y llegaron a Roma el 13 de noviembre, después de visitar los San­tos Lugares en Palestina.

Mons. Ibarra encontró en Roma muy malas noticias: El Cardenal Vives había muerto el 7 de septiembre y a Mons. Caroli lo habían nombrado Obispo de Ceneda el 19 de octubre; éstos eran los dos apoyos principales con los que contaba Mons. Ibarra en la S. C. de Religiosos y ahora sé habían ido...

Los que habían examinado los escritos de Conchita por orden del Cardenal Vives, habían dado una opinión desfavorable: A su juicio, todo parecía ser fruto de una sensibilidad exagerada y de una imaginación exaltada...

Además, había llegado a Roma falsas acusaciones de que la tal Sra. Cabrera, en contra de las disposiciones de la Santa Sede, gobernaba a las Religiosas de la Cruz.

En resumen, en la S. C. de Religiosos estaba muy desprestigiado lo referente a las Obras de la Cruz y a la Sra. Cabrera. Por lo tanto, todas las solicitudes relacionadas con el asunto de los Religiosos de la Cruz eran enviadas "al archivo del sótano".

Sin embargo, Mons. Ibarra pidió una audiencia con el Papa, para él y para la Sra. Cabrera. La audiencia le fue concedida para el 17 de noviembre.

En los pocos días que faltaban, Mons. Ibarra visitó a todos los que en la S. C. de Religiosos tenían que ver con el asunto de la fundación, y trató de disipar prejuicios, aclarar dudas, explicar situaciones y remediar equívocos. Entregó les nuevos informes que traía de Mons. Maximino Ruiz y del P. Poulain. Escribió varias cartas a personas importantes del Vaticano y, sobre todo, hizo mucha oración, junto con la Sra. Cabrera y con todos los peregrinos mexicanos.

Y llegó el día de la audiencia...

Primero entró a la oficina del Papa, Mons. Ibarra, y habló a solas con él; luego llamaron a Conchita. En su diario nos cuenta ella misma su encuentro con San Pío X:

"El Papa estaba sentado tras su escritorio, y Mons. Ibarra estaba frente a él.

Yo me arrodillé y le besé los pies llorando. Por fin me repuse. Él me extendió su mano y me preguntó que deseaba:

--Que Su Santidad apruebe a los Sacerdotes de la Cruz --le dije sin soltar su mano.

--Están aprobados --me respondió-- y antes de que termine este año, quedará arreglado este asunto.

--Santísimo Padre, yo no quiero ser estorbo para las Obras de la Cruz y le ruego que me elimine de ellas, que no me tomen en cuenta, que hagan caso omiso de mí, para que sigan su curso.

--Ya hablé con Mons. Ibarra sobre eso, y todo se arreglará este mismo año.  ¿Deseas alguna otra cosa?

--Una especial bendición para las Religiosas de la Cruz, las Obras y mis hijos.

--Sí, y para ti también, muy especialmente.

Me miraba a los ojos con una mirada penetrante y dulce, y yo sentía que estaba a los pies de nuestro Señor Jesucristo. Me bendijo varias veces y me dijo:

--Prega, prega per me.

Luego habló largo rato con Mons. Ibarra. Al fin oí que le dijo que, por obediencia, viera al médico y atendiera su salud".

Mons. Ibarra y Conchita salieron felices de aquella audiencia. Sorprendidos de que hubieran quedado superados tantos obstáculos, no se cansaban de dar gracias a Dios.

Humanamente hablando, y tal como estaban las cosas, no era de esperarse la aprobación del Papa, ya que él mismo había detenido ese permiso en 1910. Lo previsible era más bien que, dadas las circunstancias, hubiera ordenado que se estudiara todo más a fondo; y ese era el modo más diplomático de decir no.

¿Cómo explicar entonces su aprobación y su promesa de arreglar todo favorablemente antes de que terminara el año? La única explicación es que había llegado la hora de Dios...

Mons. Ibarra, temiendo que se suscitaran nuevas dificultades a causa de la relación existente entre la nueva fundación y los escritos de Conchita, escribió a Mons. Sbarreti proponiéndole que se cambiara el nombre de la futura congregación, que en lugar de Religiosos de la Cruz se llamaran Misioneros del Espíritu Santo, así sería más fácil desligarla de las revelaciones y escritos de Conchita. Mons. Sbarreti contestó que en su próxima audiencia con el Papa, que sería el día 16 de septiembre, presentaría el asunto al Santo Padre, y que él decidiría.

Por fin llegó el día decisivo. Mons. Ibarra y Conchita lo pasaron en oración, esperando la decisión definitiva y oficial del Santo Padre.

Hasta el día siguiente, supo Mons. Ibarra la respuesta del Papa: Había dado el permiso para la fundación.

El 18 recibió por escrito y oficialmente la decisión de Pío X. La carta fue escrita por Mons. Sbarreti y dice así:

"Me apresuro a comunicarle que el Santo Padre, en la audiencia concedida al Cardenal Prefecto el 16 del corriente, ha recibido bondadosamente la súplica de Ud. y de los Arzobispos de México y de Michoacán, pidiendo la facultad de fundar una nueva Congregación de religiosos, especialmente en vista de que Ud. ha declarado que el mencionado instituto no tendrá ninguna relación con las presuntas revelaciones de la Sra. Cabrera de Armida.

El Santo Padre ha puesto, sin embargo, las siguientes condiciones:

1º.  Que el nuevo instituto se llame "Misioneros del Espíritu Santo".

2° Que nunca formen parte de él los sacerdotes Alberto Cuscó y Mir y Félix Rougier, antiguos directores de la mencionada Sra. Cabrera.

La hora de Dios estaba sonando, pero había surgido un problema... El mismo Papa ordenaba que el P. Félix no formara parte del nuevo instituto...

¿Qué hacer ahora?... ¿Buscar otro fundador? Pero... ¿quién? ¿Quién otro conocía tan a fondo el Espíritu de la Cruz? ¿Quién otro tenía semejante entusiasmo por la obra? ¿Quién otro merecía que se le confiara la Obra sino al P. Félix que había esperado 10 años el permiso? Además, ¿dónde quedaban las promesas del Señor?

Mons. Ibarra pensó bien en los términos de la carta de Mons. Sbarreti: allí se decía que el P. Félix no debía formar parte del Instituto, es decir que no ingresara a él como Misionero del Espíritu Santo, pero no decía que se le prohibía encargarse de la fundación y formación de los primeros Misioneros, permaneciendo él como Marista. Tal vez por ahí estaba la solución...

Para no equivocarse, Mons. Ibarra decidió exponer sus dudas al mismo Papa. Así que el 22 de diciembre, en una última audiencia que solicitó para despedirse y darle las gracias a Pío X, le preguntó sobre este asunto. El Papa contestó que su intención era que el P. Félix no saliera de su congregación para entrar a la de Misioneros del Espíritu Santo, pero que, con el permiso de su Superior General, podía encargarse de formar a los nuevos sacerdotes, hasta que pudieran gobernarse por sí mismos.

La respuesta del Papa tranquilizó mucho a Mons. Ibarra. Su misión en Roma, había terminado. Ahora sólo faltaba conseguir al fundador. Con esta intención, Mons. partió hacia Lyon, Francia, acompañado de una pequeña comitiva, en la que iban Conchita y sus hijos.

Llegaron a Lyon el 3 de enero por la tarde. De inmediato Mons. Ibarra envió al padre Juan Raffin, Superior General de los Maristas, una carta en la que le pedía una entrevista, y en la que le explicaba el motivo de su viaje a Lyon. Al día siguiente, después de consultar a su Consejo, el padre Raffin fue personalmente al hotel donde se encontraba Mons. Ibarra y le dijo que, con mucha pena, el Consejo había decidido que, por la escasez de personal, era imposible permitir al padre Félix que fuera a México a encargarse de la fundación. Le explicó que era tanta la escasez de sacerdotes que el colegio que tenían en México estaba a punto de cerrarse, pues de Francia no podían ya enviar profesores.

Mons. Ibarra y la Sra. Cabrera, apenadísimos y sin esperanzas, partieron rumbo a México. Llegaron a Paris el día 9 de enero, y al día siguiente, Conchita recibió en el hotel una visita inesperada: el Sr. Jorge Gréville, que era un diplomático inglés, y su esposa Isabel.

El padre Félix era el director espiritual de este matrimonio y ellos conocían también a Conchita desde que el Sr. Gréville había trabajado en México como ministro plenipotenciario de Inglaterra, por eso estaban enterados de muchas cosas referentes a las Obras de la Cruz.

Pues bien, estando ellos en Londres, donde vivían, supieron que Conchita iba a pasar por Paris y fueron a saludarla. Ella y Mons. Ibarra les contaron el asunto del padre Félix y los señores Gréville se ofrecieron para ir a Lyon a tratar, una vez más de conseguir el permiso deseado, pues eran muy amigos del padre Juan Raffin y, como buenos diplomáticos, tenían la esperanza de conseguir lo que se proponían.

El padre Raffin recibió muy bien a sus amigos Gréville y les explicó que la única causa por la que no podía prestar al padre Félix era la escasez de personal. Entonces a la Sra. Gréville se le ocurrió hacer una propuesta a nombre de Mons. Ibarra: Si el pa­dre Raffin prestaba al padre Félix para la fundación, Mons. Ibarra daría tres sacerdotes para el colegio de los Maristas en México, a fin de que no tuvieran que cerrarlo por falta de personal.

Después de consultar a su Consejo, el padre Raffin aceptó la proposición. Mons. Ibarra la aceptó también, y se hizo un contrato formal en los siguientes términos:

"1.-- El Superior General de los Maristas se compromete a prestar al P. Félix Rougier por dos años, a lo menos, para trabajar en la fundación de los Misioneros del Espíritu Santo.

2.-- El Padre Félix iría a México hasta que termine el curso escolar en Saint-Chamond.

3.-- Mons. Ibarra se compromete a lo siguiente:

a) Daría tres profesores sacerdotes al colegio Marista de la ciudad de México por el tiempo que el padre Félix esté prestado para dicha fundación.

b) Pagará mil francos anuales al profesor que deberá sustituir al padre Félix en el colegio de Saint-Chamond.

c) Pagará los gastos del viaje a México del padre Félix".

Una vez más, cuando humanamente ya no había esperanzas, los obstáculos quedaron superados, las puertas quedaron abiertas y los caminos libres. Verdaderamente, era la hora de Dios, y Dios había actuado.

En su Diario, Conchita hace esta reflexión:

“¡Qué fiel es el Señor en el cumplimiento de sus promesas!"

Apenas terminó el año escolar, el padre Félix se embarcó rumbo a Nueva York y desde allí, rumbo a Cuba. Allí recibió una noticia alarmante: a causa de la guerra civil mexicana, todas las compañías habían suspendido sus viajes a México. Pero, gracias a unos comerciantes influyentes, se logró un viaje a Veracruz. Allí el padre Félix se encontró con Mons. Francisco Orozco, Arzobispo de Guadalajara, que, obligado por la persecución religiosa, iba a embarcarse hacia La Habana. El padre Félix le contó sus proyectos y Mons. Orozco le dijo:

--Padre Félix, ahora no estamos para fundar nada en México. Ni siquiera podemos ejercer el ministerio. Todos los Obispos han tenido que esconderse o salir fuera de la República. Regrese conmigo a La Habana y yo le ayudaré en todo.

--Gracias Monseñor, pero he esperado 10 años para poder regresar a México, y desde entonces me fue anunciado que yo haría esta fundación "en medio de la agonía de la nación".

--¡Es una locura! Pero si Dios así lo quiere, vaya en paz, porque en verdad la nación está agonizando..."

El padre Félix tomó el tren para Puebla, mientras los ejércitos revolucionarios del General Obregón entraban en la ciudad de México.

En las Conferencias de Torreón (8 de julio de 1914), los jefes revolucionarios habían acordado, entre otras cosas: "Corregir, castigar y exigir las debidas responsabilidades a los miembros del Clero Católico Romano". Y Francisco Villa, en su manifiesto de septiembre de 1914, exhortó al cumplimiento de estas disposiciones "por justo resentimiento del Partido Constitucional contra los miembros del Clero Católico que tomaron parte en el sostenimiento de la dictadura". Estos fueron los pretextos de muchos liberales y masones que figuraban en las filas de la revolución para perseguir a la Iglesia, confiscar sus bienes, fusilar a muchos sacerdotes, cerrar los seminarios y colegios católicos, lo mismo que los conventos y los templos.

¡Y en estas circunstancias venía el padre Félix a fundar una congregación religiosa...!

Llegó a Puebla buscando a Mons. Ibarra, pero este se encontraba en la ciudad de México, oculto en una casa particular, a causa de la persecución. El mismo padre Félix tuvo que permanecer oculto en Puebla, en una casa, junto con sus hermanos Maristas que trabajaban en un colegio de esa ciudad. Hasta el 24 de octubre recibió un mensaje de Mons. Ibarra y con mucha precaución se trasladó a la capital.

Ese mismo día, se presentó el padre Félix en la casa de Conchita. Hacía 10 años que no se comunicaban para nada. El padre Félix le tendió la mano y le dijo simplemente:

--Soy el mismo para las Obras de la Cruz.


CAPÍTULO VIII

PALABRAS DEL SEÑOR



Varias veces nos hemos referido a los escritos de Conchita Cabrera, fruto de su carisma de profecía, comprobado como auténtico por excelentes teólogos. Hemos dicho ya que este carisma consiste en transmitir mensajes de parte de Dios. En este capítulo, vamos a seleccionar algo de lo que Conchita escribió acerca de los Religiosos de la Cruz, que después fueron llamados Misioneros del Espíritu Santo.

Las fuentes principales de estos textos son: la "Historia de la fundación de los Misioneros del Espíritu Santo", escrita por Conchita, y su "Cuenta de Conciencia", que es su diario espiritual.

"Cuando el Señor me habló de la Congregación de las Religiosas de la Cruz, en febrero de 1894, dijo:

--Habrá también una congregación para hombres, cuando la de mujeres haya sido aprobada. Pero de esto, a su tiempo hablaré". (Hist. Pág. 1).

"Eran muy grandes las promesas del Señor para este grupo escogido. Dijo que se multiplicaría como las estrellas del cielo y que daría gloria a la religión cristiana, mártires y santos a su iglesia" (Ibíd.).

"De vez en cuando, en el transcurso de 10 años, hizo alusión a esta promesa, sobre todo cuando se quejaba de los pecados de algunos sacerdotes; y se refería a los futuros apóstoles de la Cruz como a un lugar para su descanso" (Ibíd.).

Dijo el Señor:

-"Deseo que esos sacerdotes sean perfectos, llenos de amor al Espíritu Santo y a la Cruz y que enciendan al mundo con el fuego divino que ansío ver arder en todas las almas.

Quiero que sean hombres de oración. Que tengan sus delicias al pie de mi sagrario y que de allí saquen ese fuego que han de comunicar en su ministerio" (Ibíd.).

"Mira hija, me dijo el Señor una noche, sufro mucho a causa de los malos sacerdotes, sobre todo cuando consagran el pan de la Eucaristía y me reciben en la Comunión con el alma impura. Muchos de los que el mundo cree que son tales, no lo son en realidad.

Quiero a los sacerdotes de la Cruz para que de verdad me amen y me pertenezcan.

Y yo multiplicaba mis oraciones y mis sacrificios para que llegara esa Congregación de hombres puros y sacrificados" (Ibíd.).

"Pasaron 10 años desde que el Señor había anunciado lo referente a los Sacerdotes de la Cruz, y se recrudecían mis ansias de que llegara el cumplimiento de esas promesas.

Vinieron penas muy grandes, enfermedades mortales, y la viudez... Y al fin dejé arrinconada esa idea, abandonándolo todo en manos de Jesús. Hasta que llegó el año de 1903, el 4 de febrero, cuando de una manera providencial me llevó el Señor con el padre Félix Rougier, de la Sociedad de María" (Ibíd.).

29 de abril de 1903. "Hoy, después de comulgar, se me vino a la mente que era imposible realizar la fundación de hombres, porque habría un tropel de dificultades. Pero escuché una voz que me dijo:

--Lo que es mío se realiza infaliblemente. ¿Qué es lo que temes? Todo lo de los hombres pasa, pero mi promesa no pasará". (Cuenta de Conciencia).

"El 19 de junio el Señor me dijo:

--Vendrá una pléyade de sacerdotes santos, que encenderán al mundo con el fuego de la Cruz.

Yo le pregunté:

-- ¿Serán los de la Congregación que has anunciado mi Jesús?

--Sí. Ellos se formarán en una singular perfección con la doctrina que te he dado, que es la esencia del Evangelio. Tú serás madre de muchos hijos en el espíritu, pero te costarán mil martirios. Yo abriré los caminos. Seme fiel y cumple mi voluntad". (CC junio 1903).

14 de abril de 1904. "Hoy concluí las Constituciones para la Congregación de hombres. Sólo falta el capítulo del Plan de Estudios, que de eso no sé yo. Pero entendí que es la voluntad del Señor que más que ciencia humana tengan la ciencia de la Cruz de Cristo, y que en todo tiempo den la primacía al espíritu. Pues de nada sirve que fueran sabios si no son santos. Ya se cansa el Señor de sacerdotes hinchados con su talento, que buscan los aplausos y la gloria para ellos y no para Dios.

Las características de los Religiosos de la Cruz, serán la modestia, la pureza y la mortificación. Bien pueden ser un pozo de ciencia, pero de una ciencia que los hunda más y más en el conocimiento de su nada. Claro está que deben tener estudios suficientes para la dirección de las almas, pero lo importante es que los caminos y las virtudes que enseñen, sean caminos que ellos han recorrido y virtudes que ellos han practicado". (Cuenta de Conciencia).

"Me dijo Mons. Valverde que considerara yo mis penas co­mo una moneda preciosa con la que el Señor quiere que compre las Obras de la Cruz. ¡Oh sí, sí! Con toda el alma ofreceré cuanto pueda para que se logre esa anhelada fundación de Sacerdotes de la Cruz". (CC 8 de mayo 1904).

22 de julio 1912. "Vino a México Mons. Ibarra y arreglamos los puntos para el Directorio que quiere el Señor y que será un tesoro espiritual para los Sacerdotes de la Cruz. Se dividirá en cuatro partes:

1.   Su vida como hijos de Dios Padre.

2.   Sus relaciones con el Verbo por el hecho de ser sacerdotes.

3.    Sus relaciones con el Espíritu Santo por el hecho de ser religiosos.

4.    Su íntima filiación con María (Cuenta de Conciencia).

“Señor, ¿cuándo veré a los Religiosos de la Cruz? Le dije.

Y me respondió:

--Vendrán, hija mía, y tú los verás. Me darán mucha gloria y serán mi Congregación predilecta". (Hist. Pág. 260).

"Ha dicho el Señor que si no son santos, espirituales y mortificados, harán ruido, pero no darán frutos para el cielo". (CC T. VI. Pág. 86).

"Esta obra ayudará mucho a la regeneración del mundo, por medio de ella el Verbo viene a renovar el misterio de la Redención y a plantar su Cruz, no en la tierra sino en los corazones de muchos; y hará que arda en las almas el fuego del Espíritu San­to'' (1911. CC Pág. 44 T. 25).

"Mira, hija, los Sacerdotes de la Cruz beberán de esta fuente, y se extenderán por todo el mundo. Irán como los Apóstoles, haciendo que se conozca a Jesús y que reine su Cruz. El Espíritu Santo realizará estas maravillas, y mi Padre será glorificado por ellos. Esos religiosos formarán como una nueva cruzada en todo el mundo, harán mucho bien, y en todas partes habrá una gran renovación" (CC 1913. 17 de octubre).

"Esos religiosos vendrán para ser el complemento de mis Obras de la Cruz. Se ofrecerán al Padre como víctimas en mi unión y así alcanzarán la salvación y la perfección para muchas almas y me darán mucha gloria" (CC T. 25. Pág. 25).

"Quiero que se ofrezcan conmigo al Padre, diciendo como yo: "ESTO ES MI CUERPO, Y ESTA ES MI SANGRE". Sólo así serán dignos de decir estas palabras al celebrar el Santo Sacrificio, transformados en Mí por la fiel imitación de mi vida y de mi entrega.

¡Hay Hija, son muchos los sacerdotes que se atreven a pronunciar esas palabras santísimas sin la menor similitud conmigo...!" (CC T. 41. Pág. 319).

"El mundo se hunde, y el Verbo viene a salvarlo una vez más.  Viene a marcar un nuevo camino, un campo de perfección, a santificar a las almas con medios fáciles y muy perfectos, para hacer contrapeso a la inundación de los vicios.

A los Sacerdotes de la Cruz les toca realizar esta conquista. Por eso vivirán de mi vida, me copiarán por la pureza de sus cuerpos y por la santidad de sus almas y se transformarán en Mí por el sacrificio amoroso". (Hist. Pág. 108).

"Yo te prometo que muchos de los Sacerdotes de la Cruz subirán a muy altos grados de perfección en la vida interior, en la vida mística, que es en la que pueden realizarse manifestaciones especiales de la Trinidad. Esta clase de vida espiritual estaba co­mo expirando en el mundo de hoy, porque son muy pocas las almas que realmente se deciden a tomar la Cruz por mi amor.

Pero esta apatía espiritual, este mundo de carne, introducido hasta en los religiosos, va a ser destruido. Y este siglo, si bien es un siglo de grandes pecados y de grandes cataclismos, lo será también de una reacción espiritual, de una resurrección mística y surgirá un ejército de apóstoles que darán gloria a Dios.

-- ¿Pero, cuándo será esto, Dios mío?

-- No tardará". (Hist. T. 1. Pág. 108).

"Esta Obra es grande, porque es mía. No es de hombres, sino de Dios. Es una planta que crecerá y será un árbol frondoso en mi iglesia. Dará muchos frutos de santidad, y salvará a muchas almas. Pero este árbol necesita el riego de la Cruz, por eso esos religiosos unirán constantemente sus sacrificios con el mío. Yo estaré con ellos, y los que pertenezcan a esta Obra o ayuden a su extensión, tendrán un premio especial.

Es necesario que los Sacerdotes de la Cruz se preocupen más por su santificación personal que por las actividades de su ministerio; que comprendan bien esto y que vayan al fondo de mi voluntad respecto a ellos. No quiero ruido exterior sino solidez espiritual. Que no tuerzan mis planes. Sólo si tienen una profunda vida religiosa personal tendrán mis bendiciones y cumplirán mis designios en la tierra. Primero soy YO que todas las cosas.

Esta Congregación tiene sus fines particulares, su ser especial, su sello divino que debe conservar.  Esto es muy serio y en esto deben fijar su atención si no quieren malograr mis planes y exponerse a fracasar.

Si me aman, y si quieren conservar en su genuino espíritu la Congregación, que estudien cuanto yo he querido de ella, que se formen dentro de ese Plan espiritual y vivan íntegramente la espiritualidad que yo les he dado.

Entonces formarán conmigo como una sola alma y una sola voluntad". (CC T. 25. Pág. 236).

"Yo soy el primer Sacerdote de la Cruz y soy el modelo de los que han de venir, porque soy sacerdote y víctima. Yo seré el primero en esa fundación y todos los que en ella ingresen sólo me seguirán y serán así mis verdaderos hermanos. Yo seré el que rija a esos Sacerdotes de la Cruz, porque los quiero santos. Ahí derramaré de manera muy especial mi Santo Espíritu, que encenderán las inteligencias y los corazones. Y el Padre fijará en ellos su mirada y derramará sus perfecciones en cada corazón que corresponda a la gracia insigne de servirle en esta Congregación". (Hist. T. 1. Pág. 105. Ver. CC febrero 10, 1907).

"Mi única verdadera Esposa es la iglesia, a ella la escogí desde toda la eternidad para hacerla depositaria de todas las riquezas del cielo.  ¿No ves que en ella vivo y en ella tengo mis delicias?

Pues los Religiosos de la Cruz serán una parte escogida de mi iglesia, yo te lo prometo y serán una inmensa palanca para la salvación del mundo. Los que se entreguen por completo a los ideales de esta Congregación, recibirán tesoros inmensos de santidad, para repartirlos a toda mi iglesia". (Hist. T. 1. Pág. 107).

"Ese es mi designio para los Sacerdotes de la Cruz. Por eso quiero ser el hermano mayor que los guíe, que constantemente les sirva de modelo, que viva en su compañía, no sólo exteriormente en el Sacramento de la Eucaristía, sino muy especialmente en cada corazón, con la intimidad de hermano, de esposo, de amigo, de todo". (Hist. T.1. Pág. 112).

"Yo seré el claustro de los verdaderos Religiosos de la Cruz. El claustro material es sólo un medio, pero el vivir en mi es su fin.

Quiero llenar el corazón de esos hermanos míos que te he dicho, de esos hijos predilectos, de esas almas puras. Quiero que en Mí beban la ciencia del amor y de la Cruz; esa es la ciencia de los verdaderos santos". (Maná Escondido. Pág. 186).

Cuando los Misioneros del Espíritu Santo leemos estas cosas, nos sentimos realmente preocupados. Sabemos que cuando Dios hace una alianza ofrece promesas grandiosas, pero condicionadas a la fidelidad del hombre. Dios prometió que esta Congregación se fundaría a pesar de cualquier oposición y cumplió su promesa, porque nuestros fundadores le fueron fieles hasta el heroísmo. Pero prometió también que seríamos muy numerosos, que habría muchos santos entre nosotros y que seríamos una poderosa fuerza de salvación en la iglesia.

Mas la verdad es que no somos numerosos, ni vemos muchos santos, ni hacemos gran cosa en este mundo de Dios...

¿Qué nos pasa? ¿Acaso no ha sido fiel el Señor en derramar con abundancia su Espíritu sobre nosotros? Sin duda ha sido fiel, y cada uno de nosotros es testigo de su amor y de su misericordia sin medida. Pero nuestra correspondencia no ha sido tan generosa. Por eso de buenos no pasamos.

Pero siempre es tiempo de cambiar, de tomar en serio el amor que Dios nos ha tenido, de hacer opciones nuevas y justas, de "enderezar los caminos, para que venga la salvación de Dios".

¡Ten paciencia, Señor!... Vamos a pagarte nuestra deuda...

Entonces nos harás numerosos como las estrellas del cielo, para santificar a muchos en tu iglesia. Amén.

CAPÍTULO IX

LA FUNDACIÓN


Con la ayuda de Mons. Ibarra, el padre Félix se dedicó a buscar a los primeros candidatos para inaugurar un noviciado, que sería como la fábrica de Misioneros del Espíritu Santo. Ambos habían decidido hacer oficialmente la fundación y abrir el noviciado el día de Navidad de ese año 1914.

Los tiempos que corrían eran tan difíciles que el padre Félix sólo pudo conseguir dos novicios para empezar: un seminarista de Puebla, llamado Moisés Lira, y un sacerdote de la ciudad de México, que era el padre Domingo Martínez.

A causa de la persecución religiosa que se añadió a la Revolución Mexicana, la fundación se realizó a puerta cerrada, y con muchas precauciones, en una capilla situada en la cima del cerro del Tepeyac. Se le llama "la Capilla de las Rosas" porque se cree que en este lugar brotaron las rosas que Juan Diego cortó por orden de Nuestra Señora de Guadalupe.

La ceremonia fue muy sencilla: se cantó el Veni Creator, y enseguida Mons. Ibarra celebró la Eucaristía. En primera fila estaban los dos novicios, y tras ellos, Conchita, dos Religiosas de la Cruz, dos de la Visitación, y los esposos Alvarez Icaza, dueños de la pequeña capilla.

Terminada la Eucaristía, Mons. Ibarra leyó el Decreto Pontificio que autorizaba la fundación de los Misioneros del Espíritu Santo, y terminó con estas palabras:

"En virtud de los poderes que me ha conferido la Santa Sede, declaro abierto canónicamente, desde este momento, el Noviciado de la Congregación de Misioneros del Espíritu Santo. El padre Félix, aquí presente, será el maestro de novicios. Ustedes, queridos novicios, respétenlo, ámenlo y obedézcanlo. Él les enseñará el genuino espíritu de la Cruz, y hará de ustedes buenos religiosos. Que Jesús los bendiga, como ahora los bendigo yo".

Luego, arrodillados ante la imagen de la Virgen de Guadalupe, el padre Félix y los dos novicios hicieron esta oración:

"Madre Santísima, en tus manos ponemos esta humilde Congregación, que nace el mismo día en que la Iglesia conmemora el nacimiento de tu Hijo Jesús. Tómala como tu propiedad, y hazla crecer y desarrollarse".

Mons. Ibarra regresó a su escondite. El padre Félix consigna en su diario este recuerdo:

"Todos salimos de esta amada capilla muy conmovidos y dando gracias a Dios. Con muchas precauciones para no comprometer a los dueños".

Conchita por su parte escribió en su diario:

"No sé expresar lo que sentía mi alma de dicha y gratitud. ¡Dios mío, bendito seas! ¡Qué cierto es que los que esperan en Ti no quedan defraudados!

"Al padre Félix no le cabía la dicha, y el padre Domingo y el Hermano Moisés estaban felices. Por la tarde fui a visitar a Mons. Ibarra y lo encontré radiante de gozo".

En la Av. Tepeyac No. 14 Mons. Ibarra había comprado una casita para que sirviera de alojamiento a los peregrinos pobres de su diócesis cuando iban a visitar a la Virgen de Guadalupe; y con gusto la prestó para que allí diera comienzo el noviciado de la Congregación recién nacida. A esa casa se dirigieron el P. Félix y el Hermano Moisés. El P. Domingo no se pudo ir con ellos, pues tenía que arreglar aún varios asuntos, de manera que entró al noviciado una semana después.

La casita no tenía ni un mueble. El P. Félix y su novicio se fueron a comer a una fonda. Al regresar a la casa, el Maestro de Novicios le entregó a Moisés un papel con el horario que iban a seguir, y una campana que debía tocar en cada cambio de actividad. Muy obediente, Moisés veía su papel y tocaba la campana para que acudiera "la comunidad", es decir, el P. Félix...

Al llegar la noche, el Maestro envió al novicio a comprar algo para la cena. Moisés trajo dos panes y un poco de queso, extendió un periódico, a manera de mantel, sobre un cajón, puso una vela sobre una botella, y tocó su campana para que viniera "la comunidad", que tuvo que sentarse en el suelo. (Esto lo escuché varias veces de labios del mismo padre Moisés Lira).

Poco después el padre Félix escribió a Mons. Ibarra:

"Ya van cinco días de noviciado. Cinco días de alegría inte­rior, de paz y de confianza en Dios. Cinco días de gratitud hacia Dios y hacia Ud. que es nuestro padre y nuestra Providencia vi­sible. Los dos estamos felices aquí, con los mismos pensamientos y los mismos deseos de perfección" (29 de dic. 1914).

Pero no duró mucho la paz y la alegría. El 2 de enero, cuando llevaban allí sólo 9 días, se presentó un agente del gobierno y le hizo muchas preguntas al padre Félix: si era mexicano, cuantos religiosos habían allí, a qué se dedicaban, etc. Enseguida el padre Félix fue a contarle todo a don José Álvarez Icaza, el dueño de la Capilla de las Rosas, y este buen señor envió de inmediato al P. Félix y a su novicio a una casa de su propiedad, situada en el centro de la ciudad de México, en la Calle de Sta. Teresa No. 105 (hoy Guatemala). Las Religiosas de la Cruz regalaron tres camas para los dos novicios y el Padre Maestro.

El P. Félix escribió en su diario:

"Me siento feliz de ser tan pobre como lo fue Jesús. No tengo nada. Todo lo tengo que recibir".

El 8 de enero llegó por fin el padre Domingo Martínez, y el padre Félix escribe a su Superior:

"Estoy feliz porque ya se duplicó el número de novicios (ya son dos). Seguimos nuestro horario como si fuéramos treinta, y esto es un paraíso".

Pero poco les duró el "paraíso", porque en esos días las tropas de Carranza emprendieron su gran ofensiva contra Villa y Za­pata. El 27 de enero el general Obregón recuperó la ciudad de México, y se renovaron los horrores de la persecución religiosa. Por esta razón, Mons. Ibarra ordenó que el P. Félix y sus novicios se trasladaran a un lugar más seguro.

Mons. Antonio Paredes le prestó al P. Félix unas piezas de una casa de campo que tenía el Arzobispado de México en la vecina población de Tacuba, y allí se fue a refugiar aquel noviciado peregrinante.

En el libro de las Crónicas que empezó el P. Félix, en la página correspondiente al 19 de febrero, leemos lo siguiente:

"Hoy a las 10 a.m. citaron a todos los sacerdotes de México en el Palacio de Gobierno, por orden del Comandante Cesáreo Castro, "para recibir instrucciones". Traidoramente los encarcelaron, y les exigieron un rescate de medio millón de pesos a cambio de su libertad".

Por suerte, ni el P. Domingo, ni menos el P. Félix se presentaron a las "instrucciones" del Comandante.

Al día siguiente, el Ministro de Francia comunicó a todos los sacerdotes franceses residentes en México que el gobierno mexicano les concedía hasta el 22 de febrero para salir de la República. Ese mismo día, el P. Félix le escribe a Mons. Ibarra:

"... Felices los que tenemos que sufrir por ser de Cristo. Este es un favor inestimable. Pero ahora ¿qué hacemos? Estoy dispuesto a hacer lo que Ud. me indique. ¿Me oculto en alguna parte? ¿Salgo más bien para La Habana o para cualquier otra parte? Mis novicios están listos para salir conmigo a donde Ud. diga. Ellos no quieren interrumpir su noviciado de ninguna manera. Espero sus órdenes, y las cumpliré con todo gusto y con toda energía''.

Mons. Ibarra resolvió que el P. Félix dejara a los novicios en Tacuba y se fuera a ocultar a un colegio, que tenía la Srita. Clementina Bordes en la calle de Atenas No. 46.

A los pocos días el padre Félix le escribe a Mons. Ibarra:

"Muy amado padre: Aquí estoy escondido donde Ud. sabe. Estoy solo todo el día, rezando por mis novicios. Estoy haciendo como un tiempo de retiro, metido gran parte del día en el Espíritu Santo. He sabido que no se ha devuelto la libertad a los sacerdotes. Los padres Maristas del Colegio de Niñas salieron desterrados desde ayer por la mañana; los de San Lorenzo no se presentaron y están escondidos; los del Colegio de la Verónica no se presentaron ni se escondieron, porque consiguieron cartas del Sr. Palavicini (Ministro de Instrucción Pública), para que los dejen en paz.

Escribo cada día a los novicios. Tengo la certeza de que serán muy fieles en guardar su reglamento y en hacer el trabajo que les dejé minuciosamente fijado".

Por suerte, se consiguió que el Consulado Francés le diera al P. Félix un Certificado de Matrícula, por el cual se hacía constar que era profesor del Colegio Franco Inglés (el de la calle de la Verónica); que, como dijimos, estaba apoyado por el Ministro de Educación Pública, cuyos hijos y parientes estudiaban allí. Como decía Mons. Martínez: "En México no importa tanto la ley, sino los profetas..." Así que el padre Félix regresó al noviciado el 28 de febrero, y todo siguió "normal", entre el ir y venir de los soldados, los tiroteos por parte de carrancistas y zapatistas, y el hambre que se declaró en la ciudad por la interrupción de los transportes y el cierre de muchos mercados.

El gran problema para el P. Félix era el no poder conseguir nuevas vocaciones. El había pensado hablar de su obra en los seminarios y en los colegios católicos, pero el gobierno los había cerrado. Además, como extranjero, era muy peligroso para él movilizarse, pues podían enviarlo a Francia con todo y su matrícula de maestro del Colegio Franco Inglés, pues todo podía esperarse en medio de una revolución caótica que desbancaba no sólo Ministros de Educación sino también a Presidentes de la República.

El 25 de diciembre de 1915 la quinta Obra de la Cruz cumplía un año de existencia. El P. Félix le escribe a su Superior General:

"El pequeño noviciado sigue su camino. Pero no hay más que tres novicios. Si no tuviéramos este estado de cosas tan molesto que me impide trabajar, ya tendríamos unas 20 vocaciones excelentes. Cuando Dios nos dé la paz tan deseada, la Obra caminará muy bien, según lo que puedo prever. Pero, en estos tiempos es necesario vivir de paciencia y de esperanza".

En su carta de respuesta, el Superior General le decía al P. Félix que "tenía un optimismo incurable". Y eso era una gran verdad. Las cosas estaban para desanimar a cualquiera, pero no al P. Félix. Por el contrario, su entusiasmo se renovó cuando Mons. Ibarra le comunicó que había conseguido de su Superior General el permiso de que permaneciera en México dos años más.

¡Pobre padre Félix! Las amenazas de destierro no provenían solamente del gobierno mexicano, sino también del gobierno de su Congregación, pues el Superior y su Consejo no estaban dispuestos a prestarlo por mucho tiempo.

Cuando iba a terminar su primer permiso de dos años, el P. Félix le escribe angustiado a un amigo irlandés, que después fue Misionero del Espíritu Santo:

"Pida usted por este pequeño noviciado. Es la semilla escondida en la tierra que está germinando lentamente. Es trigo bueno, que promete cosechas abundantes para más tarde. Pero me han dado un tiempo muy corto y fugitivo para trabajar por Jesús plantando este árbol suyo, que debe dar muchos frutos. (Carta al joven Tomás Fallon. 2 de agosto de 1916).

El 1º de febrero de 1917, la "pequeña semilla" sufrió una pérdida irreparable: a las 7:30 de la tarde murió Mons. Ibarra, el padre, el protector y la "Providencia visible" de la naciente Congregación. Él era quien sostenía con su propio dinero el noviciado; pero ahora, el P. Félix tendría que ocuparse también del problema económico.

Sin embargo, el problema más serio seguía siendo la escasez de vocaciones. Cuando la Congregación llevaba ya dos años y medio de existencia, no contaba más que con tres miembros: aquellos dos primeros novicios, que eran ya religiosos profesos, y un novicio de reciente ingreso que, por cierto, no perseveró.

Estando así las cosas, el P. Félix tuvo que salir, a pesar de los peligros de la guerra civil, en busca de nuevos novicios. Y a lo largo de ese año (1917) hizo varios viajes a Puebla, a Morelia, a León y a Guadalajara. Jamás se curaba de su "incurable optimismo''...

Los seminaristas de esas ciudades se habían agrupado en casas particulares para seguir sus estudios sin que el gobierno lo advirtiera. Así que el P. Félix pudo hablar con muchos de ellos y logró interesarlos por la nueva Congregación.

El 27 de agosto, regresó de una de sus giras vocacionales y se encontró con una mala noticia: el gobierno había decidido expropiar la casa donde vivía con sus alumnos, por ser propiedad del Arzobispo.

La Srita. Dolores Sáinz le ofreció una casa que tenía en Tlalpan, y allí fue aquel noviciado itinerante, a la calle de la Fama No. 18.

Apenas se instalaron en su nuevo domicilio, el P. Félix le escribió a uno de sus amigos en Morelia:
"Ya estamos en una casa mejor, en la tranquilidad de Tlalpan. Hay aquí mucho silencio, parece la soledad de un desierto. Y Jesús está en medio de nosotros, en su humilde sagrario, con este grupo que lo ama y quiere dar su vida por Él". (Carta al P. Treviño).

Las esperanzas del P. Félix estaban sobre todo en Morelia:

"Morelia es para mí como 'la tierra prometida', a causa de las excelentes vocaciones que allí encontré", escribe en sus "Memorias".

Se refería a un buen grupo de seminaristas que decidieron irse al noviciado de los Misioneros del Espíritu Santo. Y sucedió que por esos días se desató en Morelia una fuerte epidemia de la llamada "fiebre española". Muchos seminaristas cayeron enfermos, por lo cual el Vice Rector del seminario, que era Mons. Martínez, comentó:

"Si las cosas no cambian, entre la fiebre española y la "fiebre francesa" van a acabar con este seminario".

Por supuesto, la "fiebre francesa" era el P. Félix...

Esa Navidad de 1917, tercer aniversario de la fundación, ingresaron al noviciado siete novicios, que sumaron ocho con el único que había... Y desde entonces, el número fue aumentando. El P. Félix tuvo que consagrarse a tiempo completo a la formación de estos jóvenes, a tal punto que en una carta le dice a una señora que ayudaba al noviciado:

"Tal vez Ud. haya pensado que ya me morí, pues dejé de ir a visitarla. Pero lo que pasa es que ya no hago visitas ni ministerios exteriores. He cerrado mi puerta, y no he ido a tocar a otras, ni siquiera para pedir un pedazo de pan cuando estábamos necesitados, porque me he entregado por completo a la obra que nuestro Señor me ha confiado, y de la cual un día me pedirá cuentas" (1º de junio 1918).

A su papá le escribió lo siguiente:

"Te hablaré de las bendiciones de Dios para esta Obra, que por su voluntad vine a emprender en México. Creo que después de casi cuatro años de constante trabajo la Obra está definitivamente en marcha. Los diez novicios que ya tengo son tan buenos que, a decir verdad, no los cambiaría por vocaciones francesas, a menos que fueran muy, muy escogidas. Esta casa es un pequeño cielo, en donde se realiza el ideal de la vida monástica: trabajo, oración, recogimiento, modestia, caridad, amabilidad, obediencia, mucha meditación, puntualidad para todo. ¡Nada falta, cuánto ha bendecido el Señor a esta Obra! ¡Y que se haya podido realizar en medio de esta terrible persecución religiosa! Cuando todas las congregaciones religiosas cerraban sus noviciados, yo abría el mío... Y han venido sujetos excelentes, y seguirán viniendo otros muy buenos. Yo en todo veo claramente la mano de nuestro Señor" (16 de agosto de 1918).

Por otra carta que el padre Félix escribió el 29 de abril (1918) a su Superior General, nos damos cuenta de la situación real en la que vivía nuestro fundador:

"Ayer recibí una carta de Mons. Leopoldo Ruiz. En ella me dice que acaba de escribirle a usted con mi consentimiento, pidiéndole se digne concederme otros dos años para seguir trabajando en esta fundación. Ud. sabe que estoy enteramente en manos de la santa obediencia, y que haré sin vacilaciones lo que Ud. me diga, pues no deseo hacer otra cosa sino la voluntad de Dios.

Sin embargo, le diré que, a mi parecer, el permiso solicitado por los obispos mexicanos es muy razonable, porque actualmente no tengo a nadie que pueda reemplazarme en la formación de los novicios y, humanamente hablando, mi separación en estos momentos seria quizá un mal irreparable para esta Obra, que se encuentra todavía en sus principios.

Además de la formación de los novicios, tengo que buscarles casa, darles de comer, vestirlos, cuidarlos si se enferman, ver que trabajen los recién profesos y los del segundo año de noviciado; y tengo que esforzarme muy intensamente en el reclutamiento de nuevas vocaciones, lo cual es un punto vital. Sé que debo realizar un reclutamiento muy serio y cuidadoso, pues estoy poniendo los cimientos del futuro.

Por todos estos motivos, yo estoy dispuesto a darme con toda mi voluntad a esta Obra, si Ud. cree conveniente responder afirmativamente a la petición de los obispos".

A esta carta, lo mismo que a la de los obispos, el Superior General de la Sociedad de María respondió que "prestaba al pa­dre Félix por otros dos años, pero no más, es decir, sólo hasta el mes de julio de 1920".

Realmente debe haber sido muy incómodo para el padre Félix estar trabajando siempre por períodos de dos años, sin saber si le darían un nuevo permiso. Pero, sin duda alguna, esta situación fue muy favorable para evitar que su corazón se apegara demasiado a esa Obra y la considerara suya. Para un hombre que sabe entregarse con todo su entusiasmo a la realización de un ideal, es fácil que esa labor, por si misma, vaya llenando su corazón hasta el punto de desplazar a Dios de su lugar céntrico, o más bien exclusivo. Y Dios no quiere eso. Las obras más santas pierden su valor si no se hacen sólo por Él, con Él y en Él.

Para el padre Félix fue muy sano espiritualmente el sentirse siempre provisional, y siempre "en manos de la obediencia", dispuesto a dejarlo todo cuando fuera la voluntad de Dios.

Pasó un año y algo más... El P. Félix seguía trabajando intensamente y sentía que el tiempo se le escapaba como agua en las manos.

No sólo se preocupaba por la santificación de sus novicios sino ante todo por la propia. El 4 de octubre de 1919 escribía a su director espiritual, Mons. Valverde:

"Hace tiempo que quería escribirle largamente, mi querido padre, para darle cuenta de mí y de esta Obra, pero he tenido mucha dificultad en atender la correspondencia a causa de tantas ocupaciones tan urgentes y tan diversas...

Le hablaré primero de mí, para que después no haya sino cosas interesantes.

No progreso. Sigo siendo el mismo hombre desordenado de siempre. Siempre hago mal mi oración. Cuando hablo a los novicios, parezco fuego, pero soy un hielo. Sin embargo, no me siento hipócrita, porque deseo de veras sentir lo que digo y estoy resuelto a hacerlo, aunque no lo lleve a cabo. Soy un hombre de buena voluntad que no hago nada de lo que ardientemente deseo hacer. Por eso me siento absolutamente pobre ante Dios, y le suplico que me tenga lástima y me encomiende mucho a Jesús.

En cuanto al noviciado, son actualmente 18. Todos tienen el verdadero espíritu de la Cruz, y desean adquirir las virtudes cristianas en toda su perfección: obediencia, humildad, caridad, pobreza, pureza y abnegación perfecta. Bendígalos y encomiéndelos a Dios".
CAPÍTULO X

TESTIMONIOS


En este capítulo quiero recoger el testimonio de algunos de los que convivieron con el Padre Félix, porque a través de ellos podremos conocer mejor al fundador de los Misioneros del Espíritu Santo.

Dicen los que lo conocieron (muchos de los cuales viven aún), que el padre Félix era alto y corpulento, medía 1.78. Tenía el pelo prematuramente blanco, ondulado y abundante. Sus ojos eran de color azul oscuro, y estaban sombreados por unas cejas anchas, negras y espesas. Tenía una mirada bondadosa, que infunda la paz, y una sonrisa siempre acogedora.

Tenemos muchas fotografías del padre Félix (en blanco y negro) y definitivamente no era fotogénico; casi en ninguna salió bien.

El padre Manuel Hernández, que fue uno de aquellos seminaristas de Morelia contagiado de la "fiebre francesa", nos di­ce lo siguiente:

"El padre Félix era un hombre extraordinariamente activo y trabajador. Jamás lo vi perder el tiempo. Era muy responsable, y su ejemplo constante nos comunicaba, a todos los novicios, ese hábito del trabajo y de la responsabilidad.

Era un líder nato. Sin que él lo pretendiera, todos lo admirábamos, lo queríamos y deseábamos su presencia. En los recreos (él decía "la recreación" como se dice en francés) era el centro del pequeño grupo de novicios y siempre nos ponía alegres, hacía bromas y contaba cosas muy interesantes. Nos enseñó que en los recreos nadie tenía derecho a estar triste, por el bien de sus hermanos. Nos decía con frecuencia: "La recreación es la recreación".

Hablaba muy bien el español, pero pronunciaba la "r" a la francesa. Y a veces, después de escribir en francés sus cartas y sus apuntes, se le confundían los verbos. Por ejemplo, un día me mandó llamar, junto con otro novicio y nos dijo: "Cuando iréis a México me compraréis esta medicina para los amibos". Nos miramos los dos novicios y nos ganó la risa. Nuestro padre se rió también y nos dijo: "lo dije mal, ¿verdad?... Discúlpenme, es que toda la mañana escribí en francés".

A veces traducía literalmente al español las expresiones francesas, y eso resultaba muy gracioso y nos hacía reír. Por ejemplo, una noche después de la cena, nos dijo: "Duérmanse pronto hoy, porque nos levantaremos de gran mañana (eso en francés quiere decir muy temprano), y nos iremos a Chochimilco" (nunca pudo decir Xochimilco).

En su vocabulario adoptó la palabra "Chorcha", que es propia de la jerga tapatía, y quiere decir fiesta. Así que con cierta frecuencia, después de la cena, nos decía: "Ahora tomen sus sillas y nos vamos al recibidor, porque vamos a tener una chorchita con motivo de... Me acuerdo que un 5 de mayo hizo una chorcha "porque les ganamos a los franceses"... Era su sentido del humor.

¿Y en qué consistían las "chorchitas"? Pues nos íbamos al recibidor y acomodábamos nuestras sillas en torno a la de nuestro padre, y él traía de su cuarto todas las golosinas que se habían ido acumulando en sus cajones; porque cuando nos visitaban nuestras familias nos traían muchas cosas buenas, pero, pa­ra enseñarnos la pobreza religiosa, nuestro padre nos dijo que no podíamos disponer de nada, sino entregarlo todo al superior para toda la comunidad. Y era en las chorchas donde el padre Félix repartía todo aquello, mandaba decir al cocinero que hiciera cho­colate, o al menos té. Y los novicios comíamos las golosinas, mientras nuestro padre nos contaba lo que se le ocurría: de las vocaciones que había encontrado en su último viaje y que pronto estarían con nosotros, de las iglesias que le habían ofrecido los señores obispos, de alguna nueva fundación que pensaba hacer... Y nosotros preguntábamos, comentábamos, reíamos, y... eso era la chorchita..., para mí la sonrisa y la bondad paternal del padre Félix, eran la mejor fiesta". (De una conferencia del P. Ma­nuel Hernández en la Escuela Apostólica. 18 de abril de 1947).

El padre Ramón del Real nos dice:

"A mí me impresionaba la sencillez y la pobreza del padre Félix. Era muy limpio en su persona, pero pobre en su vestir, yo diría que un tanto desaliñadito.

Un día iba yo a salir con él para visitar a las madres adoratrices, y le hice notar que la manga derecha de su abrigo, a la altura del codo, estaba luida y rota. Él me dijo:

– No importa, hijo, al fin que aquí en Tlalpan todos me conocen... Y sucedió que dos días después íbamos a salir a México, a comprar unos libros para el noviciado. Nuevamente le hice notar lo de la manga de su viejo abrigo, y me dijo:

– No se preocupe, hijo, al fin en México nadie me conoce... Él era pobre, pero espléndido con los pobres. Nunca dejaba de socorrer a los limosneros; y no les daba poca cosa, los ayudaba generosamente

Un día íbamos por la calle y se acercó un viejecito a pedirle limosna. El padre Félix metió la mano a su bolsillo y le dio una moneda. Yo le dije:

– ¡Padre, es un hidalgo de oro!

– Si, me contestó; él también lo necesita.

Y viendo alejarse al viejecito, nuestro padre movió la cabeza y dijo:

– ¡Pobrecitos... pobrecitos... sólo Dios sabe cuánto sufren!...

Otro día, vi cómo abrazaba a una viejita que se acercó llorando a contarle sus penas y pedirle ayuda.

Cuando me tocó ser portero en el noviciado, llegaban los limosneros a pedir, y yo iba con el padre ecónomo y siempre me daba algo. Pero los pobres me decían:

– ¿No está el padrecito de pelo blanco? ¿Cuándo puedo verlo a él?

Una vez fuimos al sitio donde se toman los taxis y yo me dirigía hacia el coche más nuevo. Pero el padre Félix me hizo una seña y me dijo:

– Vámonos en ese carrito viejo. Mire qué pobrecito se ve el chofer... Así le ayudamos un poco.

Cuando se acercaban a él los niños que venden chicles, siempre les compraba algunos, y luego los regalaba a cualquier otro niño.

En una ocasión nos habló sobre los pobres y sobre el amor que les debemos, por ser los hijos más queridos del Padre, y porque en ellos está Cristo. Y luego añadió:

– Cuando un pobre llegue a nuestras casas, nunca debe irse con las manos vacías; acuérdense que tenemos voto de pobreza, pero no de avaricia. Den, y Dios les dará más y más". (P. R. del Real. Conferencia a los Novicios. 10 de enero 1950).

El padre Vicente Méndez fue también uno de los seminaristas morelianos que “pescó” el padre Félix para su naciente Congregación.

Conservaba muchos recuerdos del amable fundador, los narraba con mucha gracia y hasta dejó escritos algunos.

De una plática a los estudiantes de Filosofía tomo lo siguiente:

“Yo quise mucho a nuestro padre, y él me tenía mucha confianza. Al padre Álvarez y a mí nos decía “los cuatos”; quería decir cuates, que es lo mismo que gemelos, porque nos ordenamos los dos juntos.

Les voy a contar cosas que recuerdo del tiempo en que me nombró Maestro de novicios, cuando él tuvo que ir a esconderse en casa de Elenita Aceves, a causa de la persecución religiosa.

A veces salía de su escondite, ya de noche, para darse una vuelta al noviciado y ver cómo iban las cosas. Me preguntaba muchas cosas acerca de los novicios, comenzando siempre con esta pregunta:

– ¿Cómo está la salud de sus muchachos?

Un día le dije:

– Mon. Pére (a mí me gustaba decirle mon pére y hasta le hablaba en mi pésimo francés), el hermano enfermero me ha dicho que hay varios hermanos que sufren de estreñimiento, porque no hacen ejercicio.

– Claro, me comentó, si no caminan se les hace un ladrillo en el estómago.

En eso dieron el toque para la cena, y cuando terminamos de cenar nuestro padre les dijo a los novicios:

– El padre Maestro me ha dicho que hay varios hermanos estreñidos. Por favor levantan la mano los estreñidos para que el enfermero tome nota.

El novicio que estaba junto a mí levantó la mano, y como yo lo conocía muy bien, le dije:

– Hermano, ¿entendió lo que dijo nuestro padre?

– Pues... Creo que dijo que levantemos la mano los distraídos...

El buen padre Félix ordenó al enfermero que les dieran pa­paya en el desayuno, todos los días, pero yo le pedí permiso para que compráramos un equipo de Baseball y un balón de Football. Nuestro padre me dijo:

– En Francia los religiosos no acostumbran esas cosas pero... si usted cree que eso ayuda a la salud de los novicios, está bien.

Pocos días después, un miércoles, invité a nuestro padre al primer juego de Baseball. El no sabía nada de eso, ni conocía siquiera el juego, pero accedió paternalmente a estar con sus hijos en ese día de especial alegría. Se quedó mirando muy extrañado los batazos y las pelotas que salían disparadas, y después de un rato me señaló al cátcher con su careta puesta y me dijo muy serio:

– Cómpreles su máscara a todos antes de que se rompan la nariz...

Otra noche, nuestro padre y yo nos quedamos platicando hasta muy tarde. De pronto me dijo:

   ¿Cómo duermen sus novicios?

– Supongo que muy bien...

– ¿Supone? Es necesario verlos de vez en cuando. Tráigame una linterna y vamos a verlos.

Y fuimos al dormitorio...

Él iba enfocando la linterna a cada cama y en una sólo se veía un colchón encima de otro. Nuestro padre se acercó y dio algunas palmadas sobre aquello, diciendo en voz baja:

“¡Hermano... hermano!...”. Y el hermano Pedro asomó la cabeza como una tortuga bajo su colcha...

– ¡Mi Dios! Exclamó nuestro padre, ¿por qué duerme así hermano?

– Es que me da mucho frío, explicó el muchacho.

– Bueno, dijo el padre Félix, pero le hace daño tanto peso, el Padre Maestro se va a encargar de que mañana le den dos cobertores de lana.

Luego encontró a otro tapado de pies a cabeza, como momia.

– ¡Mi Dios! ¿Y ese quién es?

– Es el hermano Juan, mon pére.

– Ah... con razón lo he visto tan amarillo... No respira bastante oxígeno en las noches... Tiene que enseñarlo a dormir con la cabeza destapada, y añadió en plan de broma, o hágale un hoyito al cobertor para que saque al menos la nariz...

Otra vez me dijo:

– Yo creo que aquél muchacho no tiene vocación...

– ¿Por qué mon pére?

– Porque parece un pez... Jamás había, nomás nos mira...

Y su diagnóstico fue acertado. El joven no pudo adaptarse a la vida de comunidad y pidió volver a su familia.

Era costumbre en el noviciado que el hermano que ponía la mesa pusiera también un pan en cada plato. Un día llegó nuestro padre a dar su vuelta y se quedó mirando al hermano que a toda velocidad estaba distribuyendo los panes sobre los platos. Se acercó y le dijo:

– Hermano, el pan tiene su cara, hay que ponerlo con la cara hacia arriba, así... así... así...

Otro día llegó a cenar y le comenté:

– Acaba de llegar un telegrama para el hermano Isidro y le avisan que su mamá está muy enferma.

Nuestro padre me advirtió:

– No se lo dé hasta mañana. Nunca le dé a nadie una mala noticia en la noche, porque lo priva de su sueño, a menos que sea demasiado urgente... Vamos a rezar por Isidro y por su mamá...

Era tan paternal y bondadoso que hasta los animales eran objeto de su cuidado y preocupación. Teníamos en el noviciado una gata y un día nuestro padre vio que estaba en celo y maullaba tristemente... Al cabo de un rato fue al teléfono y le habló a la madre Paz Ular:

– Madre Paz, ¿podría hacernos favor de prestarnos su gato?, porque la gata de aquí está que parte el alma...

El padre Félix tenía un inagotable sentido del humor y en lugar de enojarse, buscaba algo cómico en las cosas desfavorables. Un día me dijo que lo acompañara a visitar a una familia y cuando ya estábamos por llegar a la casa, sacó del bolsillo de su saco una dentadura que le acababan de hacer y que no le había quedado bien; me la mostró y me dijo:

– Esta dentadura no me sirve más que para sonreír...

Enseguida se la puso y me sonrió con mucha gracia.

Me acuerdo que en otra ocasión en que también acompañé a nuestro padre a hacer visitas, llegamos muy tarde al noviciado y lo pasé al comedor.

– Voy a ver que nos dejaron de cena, le dije:

Busqué en la cocina, en el refrigerador, en la alacena, ¡Nada!

– ¡No nos dejaron nada, mon pére!

– Bueno, seguramente quieren que durmamos más tiempo... vamos enseguida a acostarnos.

Dicen que cuando le fueron a comunicar que el gobierno había confiscado las cuatro casas que tenía la Congregación, se quedó un momento en silencio, con los ojos cerrados, como hablando con Dios, y luego, para animar a los padres, sonrió y les dijo:

– Bueno, demos gracias a Dios de que no teníamos cinco casas, porque hubiera sido mayor nuestra pérdida...

Así era nuestro padre fundador: sencillo y bondadoso, optimista y santo... ¡Era tan fácil quererlo!

Recuerdo de él tantas cosas que si ahora quisiera contárselas no acabaría en toda la noche... Otro día les hablaré más de mis recuerdos” (P. Vicente Méndez. Conferencia. 10 de enero 1952).

CAPÍTULO XI

EN MEDIO DE VENDAVALES



El 15 de junio de 1918 terminó su noviciado el padre Constantino Espinoza, y con él ya eran dos los misioneros sacerdotes. Ya podía constituirse la primera comunidad fuera del noviciado. Así que el padre Félix aceptó con gusto la oferta de atender el Templo del Espíritu Santo, en la ciudad de México (Colonia Escandón, Tacubaya).

Nombró como superior al padre Constantino, como vicario al P. Domingo Martínez, y como ayudantes a tres jóvenes postulantes. Y en este hermoso templo comenzaron a ejercer su ministerio los primeros Misioneros del Espíritu Santo. Según las crónicas, confesaban tres horas diarias cada uno, todo el día estaba expuesto el Santísimo Sacramento y había constantes turnos de Adoradores. Se organizó el catecismo. Se estableció la Asociación del Apostolado de la Cruz, y era numerosa y constante la concurrencia de los fieles que solicitaban los servicios de los pa­dres, los cuales llegaron a ser muy queridos en toda la colonia, especialmente por los pobres, a quienes atendían con mucha caridad.

Al año siguiente el P. Félix resolvió fundar una Escuela Apostólica, para los muchachos que aún no tenían la edad requerida para el noviciado, pero que estaban ya decididos a ser Misioneros del Espíritu Santo.

En uno de sus viajes en busca de vocaciones, estando en Guadalajara, les escribe a sus novicios:

"Aquí he sentido que se me ha clavado una espina al hablar con varios muchachos que tienen vivísimos deseos de venirse a la Congregación, pero que no pueden ser admitidos a causa de su edad. Yo no me sentí con valor para desanimarlos. Sentía que se me partía el alma. Así que les dije que pronto tendríamos para ellos una Escuela Apostólica" (Guadalajara 1º de mayo de 1919).

El 8 de diciembre de ese mismo año, en una pequeña casa de Tlalpan, no lejos del noviciado (en la Calle del Congreso No. 16), se abrió la primera Escuela Apostólica. Eran solo 12 alumnos. Los maestros fueron el grupo de novicios de segundo año que terminaron su noviciado el 25 de ese mes.

Al año siguiente (1920) los alumnos eran 27, y un año más tarde (1921) eran ya 45. Naturalmente, se tuvo que buscar una ca­sa más amplia.

El “optimismo incurable” del P. Félix había logrado en cinco años de esfuerzo y de confianza en Dios los elementos básicos para la vida y el desarrollo de la Congregación: Un semillero de vocaciones (la Escuela Apostólica), un noviciado para madurarlas, y una iglesia para el ministerio pastoral de los primeros sacerdotes.

Pero el día 15 de julio de 1920 se cumplía el plazo definitivo para que el padre Félix regresara a la Sociedad de María. Sabía que el Superior General no accedería a prestarlo por más tiempo, y esto lo angustiaba terriblemente. Se daba cuenta de que la Congregación por él fundada no estaba aún lo bastante desarrollada para poder seguir adelante sin su apoyo y sin su experiencia. Los obispos que lo respaldaban opinaban lo mismo. ¿Qué hacer entonces? La única solución viable era que el padre Félix pidiera al Papa el permiso necesario para dejar definitivamente la Sociedad de María y hacer sus votos religiosos como Misionero del Espíritu Santo. Así se lo aconsejó Mons. Valverde, su confesor y direc­tor espiritual.

El 19 de febrero de 1919 el padre Félix firmó una solicitud pidiéndole al Papa Benedicto XV (sucesor de Pío X) su cambio de Congregación. Cuatro Arzobispos firmaron también el documento. Pero el tiempo pasaba y la Santa Sede no determinaba nada porque una de las condiciones que había puesto Pío X para conceder el permiso de fundar la Congregación de Misioneros del Espíritu Santo, era que ni el padre Mir ni el padre Félix pertenecieran a ella.

Por consejo del Arzobispo de México (Mons. Mora), el padre Félix envió a Roma una segunda solicitud el 21 de septiembre (1919). Mons. Ruiz reunió esta vez cartas de recomendación de 17 obispos, que se enviaron al Papa junto con la petición del P. Félix.

Pero, a pesar de tan fuerte apoyo del episcopado mexicano, el padre Félix recibió la siguiente carta de la Congregación de Religiosos:

"... Después de examinar los motivos que determinaron la decisión de Pío X, el Santo Padre ha creído conveniente no cambiarla. Por lo tanto, deberá Ud. proseguir en su santa vocación, en la Sociedad de María" (Mons. Carreti. Roma, 12 de febrero de 1920).

El padre Félix contestó a Mons. Carreti:

"En espera de recibir de la S. Congregación de Religiosos la respuesta negativa que Ud. ya me anunció, estoy en la disposición de obedecer de todo corazón lo que la Santa Sede determi­ne.

Si de aquí al 15 de julio próximo, fecha en que expira mi permiso, no ha cambiado nada, volveré a la Sociedad de María, dejando en manos de la Divina Providencia la naciente Congregación de Misioneros del Espíritu Santo; en cuya fundación he trabajado durante seis años, que me han parecido demasiado cortos".

Y a Mons. Ruiz le escribe:

“...Ya ve, mi buen padre, que Jesús me quiere probar una vez más, y hacerme esperar... Pero tengo plena confianza en que la respuesta que me han dado no será definitiva. Estoy tranquilo a pesar de mis amarguras internas. No siento turbación, porque me resulta dulce vivir abandonado a la santa voluntad de Dios” (18 de febrero de 1920).

Leamos también esta carta dirigida a Conchita Cabrera:

“Y confío plenamente en que volveré a trabajar por esta obra y en que, según la promesa de Jesús, seré Misionero del Espíritu Santo; pero ignoro el cuándo y temo uno o dos años más de destierro a partir del 15 de julio... ¡Qué se haga la voluntad de Dios! Estoy contento de poder ofrecer a Jesús algo que valga la pena, se lo ofrezco con vivo dolor, pero con toda mi voluntad. Sin em­bargo, confieso que esta dura prueba es quizá la mayor que he tenido”.

Por último, he aquí una carta escrita al padre Domingo:

“Hay que tener valor y confianza. Después de todo, hay algo más grande que ser apóstol, y es ser mártir. Hay algo más grande que tener éxito, y es sufrir lo que Jesús quiera. Bendito sea Dios porque he tenido muchas amarguras que ofrecerle, más de las que esperaba... Pero es increíble como Jesús ayuda más a medida que la cruz es más pesada. Mi destino ha sido amar y sufrir, y me siento feliz por eso” (15 de marzo 1920).

Los obispos mexicanos no se desanimaron por la negativa de Benedicto XV. Mons. Ruiz, entonces Arzobispo de Morelia, redactó una nueva solicitud dirigida a la Santa Sede. En ella se lee lo siguiente:

“... Por todo lo anteriormente expuesto, humildemente ruego a Su Santidad que, si no cree conveniente dar su aprobación para que el R.P. Félix Rougier pase de la Sociedad de María a la nueva Congregación de Misioneros del Espíritu Santo, cuando menos conceda benignamente que el expresado padre continúe al frente de la Obra por otros cinco años, tiempo apenas suficiente para que la Obra se consolide".

Benedicto XV consultó una vez más este asunto con Mons. Carreti, que estaba al tanto de todo, y en vista del deseo expresado por tantos obispos mexicanos, ordenó que se avisara al Supe­rior General de los Maristas que el Papa concedía al padre Félix Rougier cinco años más para seguir trabajando en la Obra para la cual había sido prestado por la Sociedad de María. El padre Raffin, por supuesto, no podía oponerse a una autorización dada directamente por el Papa.

El padre Félix escribe en su diario:

“¡Gracias, Jesús amado, por esta feliz noticia! Tú has expresado tu voluntad a través de tu vicario, y me has concedido cinco años más...

Debo darme prisa porque el tiempo apremia y hay que dejar esta obra establecida sobre bases de roca. En todo este tiempo me ha parecido que las horas pasan como si fueran segundos y los días como si fueran minutos, y los meses como si fueran horas".

El 29 de octubre de ese año, (1920), Mons. Leopoldo Ruiz, Arzobispo de Morelia, entregó a los Misioneros del Espíritu Santo el Templo de la Cruz, en el centro de esa ciudad. Esta iglesia fue el segundo campo de apostolado de la Congregación, y fuente de numerosas vocaciones.

En enero de 1921 apareció el primer número de la revista de espiritualidad LA CRUZ, fundada por el padre Félix como instrumento de difusión para la espiritualidad de la Cruz. Desde entonces hasta la fecha, LA CRUZ sigue editándose cada mes, y constituye un excelente medio de comunicación para los Misioneros del Espíritu Santo que tienen el carisma de escritores.

En los cinco años del permiso concedido por el Papa, el P. Félix logró buenos frutos. Cada año entraron al noviciado un promedio de 10 novicios, gracias a la Escuela Apostólica y a las giras del P. Félix en busca de vocaciones. Para 1924, la Congregación ya contaba con 12 sacerdotes de votos perpetuos.

Pero el tiempo del permiso se estaba agotando y otra vez se presentaron los interrogantes y las angustias.

Nuevamente el director espiritual del P. Félix, Mons. Ruiz, insistió en que su dirigido solicitara, una vez más, su cambio definitivo a la Congregación por él fundada.

Las circunstancias habían cambiado. Benedicto XV había muerto, y también el P. Raffin. El nuevo Papa era Pío XI, y el nuevo Superior General de los Maristas era el P. Ernesto Rieu.

El P. Félix hizo, pues, una nueva solicitud el 15 de mayo de 1914, apoyada por una carta del Arzobispo de México, Mons. Mo­ra y del Río. Y cinco meses más tarde, todos los Misioneros del Espíritu Santo, sacerdotes y hermanos, escribieron al Papa diciéndole que les dejara definitivamente a su fundador. Cinco obispos secundaron esta petición. También al P. Rieu le escribieron todos en el mismo sentido.

El nuevo Superior General de los Maristas respondió lo siguiente:

"... La fuerza misma de las cosas y de los acontecimientos me ha convencido de que no debo seguir la actitud de oposición de mis predecesores. Así es que por mi parte no existe ninguna barrera que estorbe sus proyectos, puede Ud. permanecer en México hasta que la Santa Sede defina su situación" (Carta del P. Rieu al P. Félix, 9 de enero de 1925).

Y por fin, un año más tarde, el 9 de enero de 1926, Pío Xl concedió al P. Félix el permiso de pasar definitivamente de la Sociedad de María a la Congregación de Misioneros del Espíritu Santo. La prolongada prueba de su fe había terminado. Las promesas del Señor estaban cumplidas. Ahora, el P. Félix podía trabajar en paz por su amada Congregación.

Pero otra clase de prueba amenazaba no sólo al P. Félix, sino a toda la Iglesia de México, y fue la nueva persecución religiosa organizada por el General Plutarco Elías Calles, que había sido electo presidente de la República el 1º de diciembre de 1924. Esta persecución se fue haciendo más y más implacable. El 19 de abril de 1925, el P. Félix escribía a su papá:

"Todos estamos bien hasta ahora, pero la persecución religiosa nos amenaza. El gobierno es radicalmente socialista y muy enemigo de los católicos.

Actualmente somos 106. Si el gobierno nos quita nuestras casas, nos tendremos que ir al Norte. Ya tengo un lugar preparado. Estamos listos. Pero pídele a Dios que esto no suceda, porque el transporte de 106 personas a 200 leguas de aquí, con muebles, bibliotecas y todo, nos costaría una cantidad enorme. Pero haré hasta lo imposible por salvar a esta amada Congregación. No temo ningún sacrificio, Jesús nos ayudará".

En el mes de diciembre de ese año (1925), a pesar de la difícil situación política, el P. Félix aceptó otros dos templos para ser atendidos por los Misioneros del Espíritu Santo: El templo de Santa Clara, en el centro de la ciudad de México, y la parroquia de nuestra Señora de los Remedios, que es un antiguo santuario mariano en las afueras de la ciudad.

Para el mes de febrero de 1926 eran ya más de doscientos los sacerdotes extranjeros que Calles y su gobierno habían desterrado. El P. Félix volvió a esconderse en casas de familias amigas, que lo recibían con mucho gusto. Desde una de estas casas escribió esta carta:

“Me dijeron que ayer estuvieron en la puerta del noviciado los agentes del gobierno, esperando a que yo saliera. Eran un policía secrete, dos oficiales, cuatro soldados y un auto. Pero desde ayer por la tarde yo me había ido a donde Ud. sabe. Estoy muy bien y colmado de atenciones. Acabo de empezar mis ejercicios espirituales, en silencio durante 40 días, hasta la Pascua. Necesito mucho este tiempo de recogimiento y de soledad” (Carta a la Sra. Gil de Partearroyo, 23 de febrero de 1926).

Pocos días después escribía al P. Treviño:

“Las cosas van empeorando en grande. Pero Dios está con nosotros. Sus enemigos no podrán hacer nada sino lo que Él mismo les permita. Pidamos por ellos para que Dios les perdone. Creo que de veras no saben lo que hacen, como decía Jesús desde la Cruz” (15 de febrero de 1926).

El 3 de julio de 1926 fue publicada la llamada “Ley Calles”, que ordenaba la expropiación de todos los edificios pertenecientes a la Iglesia, y restringía el número de templos y de sacerdotes a lo que determinara cada gobernador en su Estado. Ordenaba también el cierre y la confiscación de todos los conventos, seminarios y colegios católicos.

Los obispos de México no podían aceptar esa ley y como protesta decretaron la suspensión del culto público en todo el país.

El 31 de julio quedaron cerrados todos los templos. Los días anteriores, los católicos abarrotaron las iglesias para asistir por última vez, a la Eucaristía y para recibir los sacramentos, bautismo, confesiones, confirmaciones...

Aquel 31 de julio, los agentes del gobierno se presentaron a tomar posesión de todos los templos, lo que dio lugar a los primeros choques entre los católicos civiles y los soldados. Así se originó el movimiento armado de los “Cristeros”, que fue creciendo y fortaleciéndose en todo el país, apoyado y protegido por todo el pueblo. Pero la reacción del gobierno fue muy violenta y comenzó a encarcelar a los sacerdotes y a desterrar a los obispos.

A pesar de todo, en el libro de Crónicas del noviciado leemos que en ese año (1926), ingresaron 19 novicios. El P. Félix salía muchas veces de su escondite para instruirlos lo mejor que podía en semejantes circunstancias:

“Esta semana he hablado con cada uno de los 34 novicios. Los veo muy felices y muy entusiastas. Creo que Jesús está contento de ellos.

Del domingo en adelante estaré en la Escuela Apostólica pa­ra predicar los ejercicios anuales y para hablar con cada uno, desde Jesús Oria, que tiene 38 años, hasta Ignacio Navarro que tiene 10” (Carta al P. Iturbide).

En ese mismo año (1926), viendo el P. Félix que la persecución religiosa se agravaba, compró una casa en Roma para enviar allá a sus estudiantes de filosofía y teología. El 3 de noviembre llegaron a Roma los primeros 10 hermanos.

1927 fue tal vez el año más cruel de la persecución Callista. Las cartas del P. Félix correspondientes a esos meses son muy interesantes:

“Otra vez estoy escondido. Según dicen, México va a pasar ahora por la crisis más dura. Los padres de Morelia viven con una familia. Las Religiosas de la Cruz se han dispersado, ¿dónde estarán? El noviciado y la Escuela Apostólica están en gran peligro. Vamos a pasar una Semana Santa muy triste” (Carta al P. Alvarez).

“No sé lo que irá a pasar, pero estamos en las manos de Dios. Mi más grande preocupación ha sido buscar los medios prácticos para salvar esta Obra y evitar la dispersión de todos los que se han agrupado en torno mío. He visto a los principales obispos que están escondidos como yo aquí en la capital, en donde es más fácil desaparecer. Y todos me han ofrecido su poderosa ayuda. Así que aún cuando la persecución llegue hasta el fondo, ya tengo los medios prácticos para salvar a la Congregación. Bendito sea Dios, porque su mano paternal y poderosa ha estado visiblemente sobre nosotros” (Carta al Sr. Mateo Lalor, 9 de marzo de 1927).

“Desde mi última carta, las cosas no han cambiado. Hay tragedias nuevas, horribles. Pero no se aflija por estas noticias de aquí, porque las peores, los suplicios y la muerte de los católicos, son las mejores, las más gloriosas para esta nación; y esta sangre de los mártires es la que prepara mejores tiempos.

Si Dios quiere fundar la Congregación en nuestra sangre, pues aquí estamos firmes. Ojalá tuviéramos tanta suerte y tanta gloria.

Hoy mismo me voy a pasar al noviciado, porque considero que ahora es mi deber estricto estar allí. Si me apresan no creo que me destierren, me fusilarían. Si Jesús me hace el inmenso fa­vor de morir por ser su sacerdote, le encomiendo a usted que es mi vicario, el cuidado de la Congregación. Yo moriría feliz y dando gracias a Dios, porque sería imposible encontrar una muerte más deseable y más gloriosa" (Carta al P. Edmundo Iturbide, 6 de octubre de 1927).

“La situación aquí sigue peor. La persecución religiosa se hace cada día más activa y más sanguinaria. La semana pasada fusilaron al Padre Pro, S.J., sacerdote muy humilde, muy piadoso, un gran apóstol, que nunca se metió en política, ¡Lo envidio! Creo sinceramente que con una muerte como la del padre Pro acabaría mi obra mucho mejor que viviendo aún varios años y sería la única manera de componer todos los desperfectos que cometí por mi insuficiencia desde el 25 de diciembre de 1914. En mi oración de la noche ante el Santísimo Sacramento, he pedido la gracia de ser mártir y sentí mucho fervor. Y esta mañana celebré la misa pidiéndole a Dios ese inmenso beneficio. ¿Me lo concederá?

Aquí han sabido por varios conductos que estoy en la lista de los sacerdotes que más desean apresar. No voy a hacer ninguna imprudencia, pero sé que el martirio es una gracia tan grande y tan deseable... No podemos merecerla, pero podemos inclinar el corazón de Dios para que nos la regale.

Me imagino muchas veces estar allí, donde cayó el padre Pro, y me siento en calma y feliz; repito: ¡dichoso!, y me encomiendo a sus oraciones y suplico a Jesús que diga que sí. Pienso que la Congregación ya tiene buenas bases y el plan está trazado en las Constituciones” (Carta al P. Vicente Méndez, 28 de noviembre de 1927).

Sabemos que el único anhelo del P. Félix era proteger e impulsar a su pequeño rebaño. Sólo hubo una cosa por encima de este anhelo: dar su vida por Dios. Vio de cerca la posibilidad del martirio y pidió al Señor esta gracia, sobre toda otra cosa, como un testimonio supremo de su fidelidad y como la mejor manera de seguir a Cristo, su Maestro.


CAPÍTULO XII

ENSEÑANZAS DEL FUNDADOR


De lo que dejó escrito el padre Vicente Méndez y de sus pláticas, tomo para este capítulo lo que me parece más interesante:

"Nuestro padre fundador era un verdadero maestro. Cuando llegue al noviciado con otros compañeros, no sabíamos nada de la vida religiosa, ni de la espiritualidad de los Misioneros del Espíritu Santo, pero el padre Félix, con mucha pedagogía, nos enseñó todo".

LA ORACIÓN

"Sobre este punto el padre Félix nos insistía mucho. Podemos dividir en tres aspectos su enseñanza sobre esta materia: a) La oración personal. b) La adoración ante el Santísimo Sacramento. C) La oración litúrgica y comunitaria, principalmente la Eucaristía.

Sobre la oración personal fuera de la capilla, el padre Félix la reducía a lo que él llamaba LA ATENCIÓN AMOROSA A DIOS. Así nos explicaba en qué consistía:

- ¿Algunos de ustedes tenían novia antes de venirse al noviciado?

- Sí padre.

- ¿Y pensaban mucho en ella?

- Sí...

- Bueno, pues ahora sustituyen a la novia por Dios nuestro Señor, que no sólo está junto a ustedes, sino dentro de ustedes y eso es la ATENCIÓN AMOROSA.

- ¿Conocen los girasoles?

- Sí.

- Bueno, pues así como esta flor se enfoca hacia el sol desde que amanece hasta que anochece, así nuestro corazón puede estar buscando a Dios todo el día, y eso es la ATENCIÓN AMOROSA.

No se consigue fácilmente. Hay que esforzarnos por adquirir este hábito hasta que al estar con Dios nos resulte tan indispensable como el respirar. Les aconsejo estas tres cosas: traten de pensar en Dios un poquito más cada día, eviten pensamientos inútiles y no dejen que su corazón se apegue a ninguna cosa, ni a ninguna persona, porque entonces ya no habrá lugar para Dios.

Es necesario también el silencio interior. Eviten curiosidades inútiles, quién entra o quién sale, o andar a caza de noticias, o meterse en vidas ajenas y en cosas que no les tocan.

¿Ustedes creen que los reporteros tienen ese silencio inte­rior que se requiere para encontrarse con Dios? No, ¿verdad? Pues hay en los conventos novicios-reporteros y esos nunca avanzan en los caminos de la oración. Tengan cuidado de no ser así.

Traten de que haya silencio exterior en casa, no sólo eviten las conversaciones inútiles que los distraen a ustedes y a los demás, sino también eviten los ruidos: no den portazos, no muevan las sillas con estrépito; una casa silenciosa ayuda a pensar en Dios. Hagan esto por amor a los demás, para no perturbarlos, pa­ra ayudarlos a estar con Dios".

El padre Félix vivía en esa presencia de Dios. Cientos de veces le oímos resumir sus pláticas de un modo que le era muy característico: cerraba sus ojos y decía despacito: “Dios... Dios... Dios... Dios... Sólo Dios...”

En una carta me escribió esto: "De mi salud, no muy bien, con muchos achaques en realidad; pero con esta presencia de Dios que ya no me deja ni un momento".

En cuanto a la Eucaristía, eran muy frecuentes sus recomendaciones, pero lo que realmente nos impresionaba, fue verlo celebrar cada día la Santa Misa. Nunca lo vi apresurado, ni distraído. Se veía que estaba haciendo lo que nos enseñaba de palabra: "Ofrézcanle al Padre, la Única ofrenda perfecta, que es Jesús, uniéndose a nuestra Madre María, que lo ofrece siempre en el cielo; Únanse a sus intenciones tan sabias, a su amor tan grande por todos. Con ella ofrezcan a Jesús al Padre pidiéndole que venga su reino y que se haga su voluntad en la tierra. Pero ofrézcanse ustedes mismos junto con Jesús, incondicionalmente, para lo que el Padre quiera de sus vidas, sin temor, porque nadie los ama como ese Padre de infinita bondad".

Y lo mismo puedo decir de la oración ante Jesús Sacramentado. Ciertamente nos hablaba mucho de esto, pero lo que realmente aprendimos fue su ejemplo: A pesar de sus muchas ocupaciones, era muy fiel en hacer su adoración, una hora en el día y otra hora en la noche. Nos dijo un día:

- Cuando me vean en la capilla no me llamen para nada, a menos que venga a buscarme un obispo. Es la hora de Jesús y todo lo demás debe esperar.

En la noche hacía su turno de adoración de una hora, igual que nosotros: con una cruz de madera sobre el hombro, que no era pesada; y una corona de espinas en la cabeza, que no era para lastimar, sino un símbolo. Nos dijo nuestro padre que esos signos eran para hacernos conscientes de que estábamos ofreciéndonos al Padre junto con Jesús, tal como él lo hizo cuando estaba en la cruz y coronado de espinas, con todo nuestro amor y por la salvación de todos.

A veces se quedaba dos o tres turnos. Y nos consta que algunas veces se quedó toda la noche ante el Santísimo Sacramen­to, porque el novicio que le tocaba asear su cuarto, encontraba la cama intacta. Un día me levanté rápido y fui a la capilla y allí encontré al padre Félix, profundamente dormido. Había querido velar toda la noche con nuestro Señor, pero el sueño lo había vencido.

Me acuerdo que, siempre que me tocó salir con él a cualquier parte, me decía: "Vamos a despedirnos del Señor", y al regresar decía: "Vamos a saludar al Señor". Eran sólo un par de minutos, pero había que ver su recogimiento y como hacía la genuflexión al entrar y al salir de la capilla... Se veía que él cumplía muy bien lo que nos recomendaba muchas veces: "Hagan con fe sus genuflexiones".

EL AMOR A LOS DEMÁS

En este punto nuestro fundador no andaba con muchas teorías, era muy práctico. Esto fueron algunos de los consejos que recuerdo sobre la caridad fraterna:

"En la conversación, no interrumpan al que está hablando, déjenlo que termine y muéstrenle atención e interés aunque diga cosas aburridas. No quieran imponer sus propias opiniones; sepan ceder, porque la unión y la paz valen más que cualquier otra cosa. Tampoco quieran acaparar la conversación o llevar la batuta; dejen participar a todos, y si es necesario guarden silencio para que otros hablen.

Si andan de mal humor no lo demuestren; los demás no tienen la culpa de lo que les pasa. Muestren siempre una buena cara y traten así de alegrar a todos.

Nunca se diviertan a expensas de otro. Sepan guardarse la palabrita tal vez ingeniosa y hasta oportuna, si creen que causará pena o molestia al hermano. Nunca se burlen de nadie; ni quieran lucir su ingenio a costa de otro.

En los recreos, préstense a jugar lo que quieran los demás, aunque no les agrade ese juego.

En las comidas, no se concentren tanto en su plato; miren si los otros necesitan algo, si les faltó alguna cosa, y acomídanse a servirles el agua.

Traten con más amabilidad a los que les simpatizan menos; porque así se acostumbrarán a no discriminar a nadie: ese es el verdadero amor.

Hablen bien de los demás, porque esto produce unión en la comunidad. Jamás hablen mal de nadie. Ni siquiera juzguen mal a nadie porque es a Dios a quien le toca juzgarnos.

Fíjense bien en las cualidades de los demás. Todos tienen cosas muy buenas, aunque a veces no saben explotarlas. Animen a otros a desarrollar sus buenas aptitudes.

Sean buenos con sus superiores. Sean comprensivos. No es fácil ser superior. Es una carga pesada e ingrata. En todo caso el superior, lo haga bien o mal, nunca tiene la culpa de que lo hayan nombrado para ese cargo. Y yo les aseguro que todos ellos desean cumplir su encomienda lo mejor que pueden".

Así eran todos sus consejos sobre la caridad: prácticos. Era muy benigno para corregir nuestras faltas, pero cuando faltábamos a la caridad fraterna se ponía severo.

También en este punto lo que más nos instruyó fue su constante ejemplo. Todos dicen que la virtud que más resaltaba en él fue siempre la bondad.

Era tan atento con cada uno, que todos pensábamos que éramos de sus preferidos. Tenía una lista con el cumpleaños de cada uno y jamás fallaba una carta de felicitación, siempre muy breve pero muy cariñosa. La escribía de su puño y letra y a dos tintas, escribía con tinta roja lo que más quería destacar.

También mostraba su amor por medio de la gratitud. A nadie le he oído decir la palabra "gracias" con tanta sinceridad como a nuestro padre. Le salía del fondo del alma. "¡Gracias, mi querido hijo!", era una expresión muy suya.

Una vez que estaba enfermo me tocó llevarle la comida. Cuando volví para recoger la charola le dije:

- ¿Estaba buena, mon pére?

- ¡Oh sí, gracias, sabía a mucho amor!

EL SACRIFICIO

El padre Félix hacía penitencias y ayunaba. Pero como buen director espiritual, sabía que Dios no lleva a todos por ese camino. Pero eso nos decía:

"Jesús nos dice que si queremos ser sus discípulos tenemos que seguirlo cargando la "cruz de cada día". Así que sin cruz, no podemos seguir a Jesús. Pero esa cruz diaria no consiste en hacer penitencias, sino en ofrecer a Dios con amor todo lo que nos cuesta: la observancia religiosa, la paciencia con los demás, el cumplimiento fiel de todos nuestros deberes, la oración cuando estamos en tiempo de aridez espiritual, el vencer las tentaciones para cumplir los mandamientos de Dios... Todo eso es "la cruz de cada día".

Ser sacrificados es decir muchas veces durante el día: "Nada para mí, todo para Jesús".

Lo más perfecto que les puedo aconsejar acerca de esto, es lo que señala nuestra espiritualidad: Ser víctimas en unión de Jesús, que se ofreció siempre al Padre, movido por el gran amor que el Espíritu Santo había derramado en él.

Ser víctimas con Jesús, tampoco consiste en hacer penitencias. Es más bien una actitud interior, es un Sí constante a todo lo que Dios quiera, pero un SÍ grande, del tamaño de todo el cielo; una entrega confiada y generosa, sin límite ni condición. Eso es ser víctima no es hacer algo, sino amar de verdad, con todas las consecuencias de un verdadero amor.

Pero a Jesús, le llegó "su hora". Tal vez no hacía penitencias pero una noche le llegó la hora de Getsemaní, y del juicio injusto y de la condena y de los azotes y de cargar la cruz y de ser clavado en ella; y Jesús dijo SÍ al Padre: "que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieras Tú". "Padre, en tus manos entrego mi vida".

A todos nos llegará "nuestra hora". La hora de la enfermedad, la hora de una tentación muy violenta. La hora de perder a nuestros seres más queridos. La hora de la incomprensión, de la calumnia, de la persecución, del juicio injusto. Y entonces diremos el mismo Sí de Jesús, muy unidos a Él y con la fuerza del mismo Espíritu Santo que dio a Jesús siempre el valor y la luz y el amor para ofrecerse al Padre, por la salvación de todos.

¿Entienden lo que es la Espiritualidad de la Cruz? Bueno, pues esto es ser sacrificados, esto es ir cargando siempre la cruz con Jesús".

Un día acompañé a nuestro padre a la Escuela Apostólica. Visitó cada salón, saludaba de mano a cada Apostólico y luego les hablaba un momentito. Recuerdo que a los más pequeños, los de Previo, les contó este cuento:

"Un día se le perdió a San Pedro la llave del cielo. Así que nadie podía entrar, y ya se estaba formando una gran fila en la puerta y nada... la llave no aparecía. El mismo San Pedro se había quedado afuera, y ni él podía entrar y la fila era cada vez más y más larga y todos estaban impacientes...

San Pedro se puso a llorar de pena. Pero entonces una viejita salió de la fila, se acercó a San Pedro, le guiñó un ojo y le dijo:

- No llores yo tengo la llave...

- ¡Que tú la tienes! ¿Me la robaste?
- ¡No!, que tonterías dices... Yo siempre la he tenido..., y la viejita se quitó del cuello una cadena con una cruz que le había dado su mamá cuando era niña y le dijo a San Pedro:

- ¿Qué no sabes que esto fue lo que nos abrió a todos la puerta del cielo, y que el que anda con la cruz de Jesús nunca se queda afuera?

Y enseguida se dirigieron a la puerta y la viejita metió su cruz en la cerradura y abrió en seguida la puerta de par en par, pa­ra que todos entraran.

Y ustedes, queridos niños, ¿andan cargando siempre la cruz de Jesús? No crean que se trata de traerla en una cadenita, no. Se trata de imitar a Jesús que obedeció siempre la voluntad de Dios Padre, siempre, siempre, hasta la muerte de cruz..."

AMOR A LA VIRGEN MARIA

No olvidemos que el padre Félix estuvo en la sociedad de María desde los 19 hasta los 53 años. No es nada raro que tuviera una gran confianza y un gran amor por la Madre de Jesús. Nuestro padre no fue escritor. Escribió un folleto titulado "Conferencia sobre las estrellas" y otro sobre la vida de la Madre Marte. Pero el único libro que escribió fue uno titulado "María". Y esto es muy significativo.

Nuestro padre rezaba diariamente las tres partes del rosario, es decir 150 Ave Marías. Lo veíamos caminando en la huerta, con su rosario en la mano, reza que reza... Y como éramos novicios, éramos imprudentes y nos acercábamos a él para pedirle algún permiso o preguntarle algo... puras tonterías... Pero él nos sonreía y nos atendía, como lo habría hecho la Madre de Jesús, con quien estaba tan unido en ese momento. Por eso supe que nuestro padre rezaba bien el rosario.

El padre Félix instituyó una costumbre que perdura hasta nuestro tiempo: en cada casa de nuestra congregación, sobre la puerta del superior, está siempre una imagen de María.

Nuestro fundador nos enseñó que eso significa que la verdadera superiora y Reina de cada una de nuestras casas, es la Madre de Jesús, que es también la Madre nuestra.

***

Este capítulo podría prolongarse mucho si quisiera recoger aquí los testimonios que sobre las enseñanzas del padre Félix nos dejaron sus discípulos directos. Pero no es necesario, ya que la segunda parte de este libro tratará sobre la ESPIRITUALIDAD DE NUESTRO FUNDADOR y allí conoceremos mejor sus enseñanzas con sus propias palabras, es decir, a base de citas literales de lo que él dejó escrito.


CAPÍTULO XIII

¡FELICES LOS PERSEGUIDOS!


Pronto sucedió lo que el P. Félix más temía, los agentes del gobierno descubrieron la Escuela Apostólica y el Noviciado. Pero aceptaron dinero a cambio de no hacer la denuncia. El P. Félix que no conocía el vocabulario mexicano para designar cierta clase de negocios le escribió al P. Iturbide:

"Si podemos seguir adelante con limosnas a la policía, yo daría gracias con todo el corazón a la Divina Providencia".

En una carta a los estudiantes de Roma les dice:

"Nuestra iglesia de Morelia está cerrada. Los dos padres viven separados en casas distintas; no se atreven a reunirse porque habría más peligro. Pero desde donde están, sin salir, hacen mucho bien a mucha gente.

En nuestra iglesia de los Remedios, el P. Ramón del Real se ha portado muy valientemente, y en ciertos casos heroicamente. No ha querido abandonar la parroquia a pesar del peligro de prisión o de algo más grave. Ha seguido administrando sacramentos allí y en la parroquia vecina, cuyo señor cura desapareció hace meses.

En cuanto a Santa Clara, ahora el padre no puede ni asomarse allá para evitar la cárcel. Está oculto en casa de la Sra. Cabrera. (1 de febrero 1928).

Un año más tarde, debido a la presión que estaban ejerciendo los "Cristeros", cada vez más fuertes y más victoriosos, el gobierno determinó buscar una solución pacífica al conflicto religioso. Y así fue que el 21 de junio de 1929, en el Castillo de Chapultepec se firmaron los "acuerdos" entre el presidente interino Portes Gil por parte del gobierno, y los Monseñores Pascual Díaz y Leopoldo Ruiz por parte de la Iglesia. Tales acuerdos no eran fa­vorables a la Iglesia. Las leyes adversas no se modificaron ni en lo más mínimo. Apenas si se concedió una libertad muy limitada para ejercer el culto. ¿Por qué entonces se aceptaron semejantes tratados? ¿Por qué se le ordenó al movimiento Cristero que dejara las armas cuando estaba en camino de derrocar a un gobierno que era rechazado por más del 95% del pueblo mexicano?

Todo eso sería largo de explicar. Lo cierto es que fue por mandato de Pío XI, que se atuvo a los informes de algunos obispos mexicanos. La razón que dieron fue que "Puesto que el gobierno buscaba la paz, había que secundarlo para evitar más derramamiento de sangre".

Más tarde, el mismo Pío XI, escribe una encíclica (Acerba nimis) en la que se lamenta con amargura de la persecución religiosa en México, y de la falta de cumplimiento al compromiso contraído en 1929. Pero de nada sirvió. Ya era tarde. El error político que había cometido tres años atrás, ya no tenía remedio.

Nosotros apenas si podemos comprender los sufrimientos que soportó el P. Félix a causa de esta persecución religiosa, tan prolongada, que le tocó vivir desde 1914 hasta 1937, poco antes de su muerte. Hay que pensar, de una manera realista, en lo que es vivir refugiado en casas ajenas, sin poder atender bien a su Congregación, ni conseguir nuevas vocaciones, ni ejercer su ministerio. El ver cerradas sus iglesias, dispersados a sus hijos, amenazada toda su Obra... Y esto día tras día y año tras año, con altas y bajas viviendo en un país que no era su Patria.

Sin embargo en sus cartas no encontramos ninguna queja, sino una plena aceptación de la voluntad de Dios, confianza en él, oración por los enemigos, gratitud al Señor por haberle concedido la bienaventuranza de ser perseguido por su causa, y el sincero deseo de ser mártir.

El ejemplo que nos dejó el Padre Félix es el de alguien que supo hacer realidad en su vida diaria su ofrecimiento al Padre de los Cielos como una víctima en unión de Cristo, por la salvación de todos; pero con sencillez, con optimismo, con alegría, "con mucho gusto", como él decía con frecuencia.

He aquí algunas líneas escogidas casi al azar de sus cartas correspondientes al período que estamos analizando:

"México está sufriendo una prueba muy dura. Estamos pasando horas tristes, pero tenemos gran confianza en Dios. Esta Obra, estas vocaciones son suyas, “¿Cómo podrían perecer?" (A los estudiantes de Roma).

"Tenemos cinco casas que solo Dios puede preservar de la ruina total, a causa de la ley de la confiscación de los inmuebles. Por mi parte, estoy dispuesto a decir AMEN a todo lo que Dios quiera, y lo diré con la sonrisa en los labios, porque Dios es infinitamente Padre, y lo que permita, será para nuestro mayor bien. Veo venir una ola furiosa. Pero tal vez sea la última. Y si no, que sea lo que Dios quiera, lo digo con todo el corazón" (Carta al P. Rieu).

"Dicen que se viene una crisis muy dura. Pero... ¡vamos! ¿Acaso sucede algo sin que Dios lo permita? Lo único que necesitamos es paciencia, amor y confianza. Jesús nos guardará y no nos pasará nada. ¿Quién como Dios?" (Carta al P. Iturbide).

"Todavía Jesús nos ha dejado esta Semana Santa bajo el poder de sus enemigos, ¡Qué se haga su voluntad! Y que él que perdonó al buen ladrón, les dé también a ellos una buena hora de arrepentimiento, y les perdone tantos males que han hecho. La misericordia de Dios es infinita, y a todos alcanza" (Carta a Elisa García).

"Jamás se había revelado tan heroica y tan llena de fe el alma mexicana. Pero la persecución se hace cada día más cruel. Muchos tienen miedo, y yo también tengo una espina clavada en el corazón, es el temor de ver cerrados el noviciado y a la Escuela Apostólica, y sus habitantes puestos en la calle. Pero el Padre puede más que todos. Si nos castiga, bien lo merecemos. Si nos purifica, es porque nos ama. Pero pobres de los que ahora le sirven de palo para castigar a sus hijos, hay que pedir mucho por ellos. Yo así lo hago con todo mi corazón. Son también nuestros hermanos, que Jesús nos perdone a todos" (A la casa de Roma).

"México está martirizado físicamente y moralmente, ¡Cuanto se sufre en la persecución! A mí no me importan las humillaciones y amarguras por las que pasamos, lo que me duele es que muchas almas se pierden a causa de todo esto" (Carta al P. Angel Oñate).

"Actualmente la casa de Morelia es la que más sufre, pero todos estás felices y con la sonrisa en los labios. Dios nuestro Padre nos cuida. Estamos, pues bien cuidados" (A la casa de Ro­ma).

"Aunque estamos muy angustiados interiormente, pasamos por esta prueba con alegría, pues nuestro Señor nos ha dicho que seremos muy dichosos si somos perseguidos por su causa. ¡Qué palabra tan consoladora! A todos nos llena de aliento, ya que sólo a causa de Él, es por lo que en este momento somos perseguidos" (Carta a Alice Calamy).

"Tengo que seguir escondido, porque me están buscando. Es muy dulce ser perseguido por ser discípulo de Jesús. Me siento tranquilo y en paz. Y también feliz ¿por qué no? Si me veo perseguido es porque soy suyo". (A Blanche Giraud).

"Ando por todas partes, pues la Masonería persigue con rabia a los servidores de la Iglesia. Desde que empezó la persecución en 1929, cerca de 150 sacerdotes de esta nación han recibido la corona del martirio, ¡Dichosos mil veces los que compartan su suerte! Esto ya me lo han anunciado para mí. Con toda mi alma deseo esa dicha, aunque no la merezco" (Carta a Alice Calamy).

"Humanamente hablando, no se le ve remedio a esta situación, pero nosotros tenemos confianza en Dios, que en la historia de la Iglesia ha intervenido miles de veces en favor de los que ama. Dicen que vamos a vivir horas trágicas por el triunfo del socialismo y del ateísmo. Si es así, lo único que pediremos a Dios es que sepamos resistir hasta el martirio, o el destierro, o las persecuciones de cualquier clase, y así seguiremos a nuestro Señor más de cerca" (Carta a la R. M. Isabel Padilla).

"Tuve que venirme a esconder aquí hasta que pase el chubasco.
Si la cosa sigue tan mal, y nos quitan todo, todo, todo, bendito sea Dios. Porque sabemos y creemos firmemente que todo viene de Dios, y también que todas las pruebas que envía a los que ama, son para su bien". (A los novicios).

A la superiora de una congregación religiosa le escribe:

"Ustedes también son perseguidas únicamente porque son de Cristo. Sé que su casita ha sido ya denunciada, ¡Felices ustedes y nosotros! ¡Felices los que sufrimos a causa de Jesús: porque será muy grande nuestra recompensa! Queremos lo que el Señor quiera. Todo lo que Él quiera. Así que no vamos a decirle: Señor, líbranos de esto o de aquello. No, todo lo que él quiere es lo que queremos nosotros y ustedes. ¿Verdad que sí?" (A la R. M. Isabel Padilla).

"Los Misioneros del Espíritu Santo están seriamente amenazados por todas partes. Pero los veo muy tranquilos. Saben que todo viene de Dios y que Dios es Padre. Si les quitan todo y los persiguen cruelmente, les parecerá bien. La persecución es una gracia muy grande, es prenda de inmensos favores para el futuro si la recibimos como debemos" (A los estudiantes de Ro­ma).

A pesar de todo lo dicho, y gracias a aquellos "arreglos", los años 1930 y 1931 fueron bastante favorables para la iglesia y para la Congregación. De hecho, fue en 1931 cuando el Padre Félix pudo organizar bien la "Casa Sacerdotal" destinada a la asistencia espiritual y material de los sacerdotes. Esta casa, que estaba situada en Coyoacán, estuvo dando excelentes servicios hasta el 15 de abril de 1936, cuando fue confiscada por el gobierno.

El mismo año (1931) el 7 de diciembre, el padre Félix aceptó que los Misioneros del Espíritu Santo se hicieran cargo de atender el templo de San Felipe de Jesús, situado en la Av. Madero No. 11, en el centro de la Ciudad de México.

Por las cartas del P. Félix podemos saber cómo marchaba por entonces el desarrollo de la Congregación: En 1930 escribe:

"Somos 115 (contando apostólicos, novicios, estudiantes y sacerdotes), ¡Qué pocos en 16 años! Pero doy gracias a Dios porque creo que todo lo que hemos hecho es sólido" (Carta a Teresa Lozano).

En 1931 escribe:

"Aquí las cosas van muy bien y se vive en una relativa tranquilidad. Nuestro Señor bendice las Obras, y se desarrollan a pesar de grandes dificultades. Ya somos 135. El espíritu de nuestros jóvenes es excelente, gracias a Dios. Pensamos en nuevas fundaciones tan pronto como lleguen de Roma los nuevos sacerdotes". (Carta a su sobrina Ivonne).

En 1933 escribe:
"Somos ya 154, de los cuales 17 están en Roma haciendo estudios especiales. Estos nunca habían tenido tan buenas calificaciones como este año. Yo no ceso de dar gracias a Dios por haber bendecido así estudios. Es el porvenir. En todas las casas hay fervor y plena observancia, y un gran amor a nuestra Madre Santísima". (A Teresa Lozano).

El 13 de octubre de ese año (1933) le escribe a un novicio:

"Yo hice la fundación sin recursos, y no tuve que pedir limosna porque nuestro Señor, con la ternura de una madre, día a día nos envió todo lo que necesitábamos, y nunca nos faltaron alimentos, ni vestidos, ni nada. Y esa intervención continua de Jesús no sólo fue en los principios, sino que ha durado hasta hoy. Y a medida que el número de los miembros de la Congregación ha ido aumentando, también El ha mandado mis recursos. ¡Qué cosas tan admirables, que gratitud debemos tener para nuestro Señor!" (Al hermano Ramón López).

En 1935 escribe a Mons. Leopoldo Ruiz:

"Se acaban de ordenar tres nuevos Misioneros. Con estos tres completamos el número de cuarenta sacerdotes, ¡Bendito sea Dios! La formación ha sido larga, pero tenemos la seguridad de que ha sido sólida". (13 de agosto 1935).

En 1936 escribe al Superior General de los Maristas, su amigo, el padre Ernesto Rieu:

"Va a terminar este año, que ha sido rico en cruces. Esta pequeña Congregación ha perdido sus principales casas, pues han sido confiscadas por el Gobierno (La Escuela Apostólica, el noviciado, y la casa de estudiantes de filosofía y teología). Pero las vocaciones han aumentado, y estamos dándoles buena formación. Somos casi 200, y damos gracias a Dios por habernos ayudado tan poderosamente estos 22 primeros años. Porque si las pruebas no nos han faltado, los consuelos de Dios han sobreabundado" (30 de Dic. 1936).

En su carta anterior, el padre Félix se refiere a la nueva persecución religiosa del presidente Cárdenas, que duró hasta 1937, y que despojó a la congregación de casi todas sus casas. El año 1935 fue el más duro de esa persecución.

El 25 de marzo de ese año, (1935) el padre Félix escribe:

"Aquí, medio derrotados. Los apostólicos en un lugar pro­visional, los novicios en otro, los filósofos en otro, y los teólogos en otro. Son por todos 130, y no hemos perdido ni una sola vocación. Todos han mostrado su amor a Cristo y su amor a la cruz. ¡Felices los perseguidos por ser de Cristo, porque será muy gran­de su recompensa!

He visitado a los 52 muchachos de la Escuela Apostólica, y los veo más felices y resueltos que nunca. Esto es una bendición de Dios. La educación en tiempos de persecución es la más sólida y la más eficaz, porque ven ejemplos heroicos que se graban para siempre en sus memorias". (Carta al P. Angel Oñate).

A fines de mayo, el padre Félix describía así el estado de las cosas:

"La situación sigue igual. Pero es una gran dicha, una bienaventuranza que nos quiten nuestras casas, muebles, camas, ropa, etc., únicamente porque somos de Jesucristo. De ninguno he oído ni una sola queja. Todos han tenido que sufrir: durmiendo en el suelo, y con escasez de vestido, de alimento, etc. De nuestra casa de Roma todos nos han felicitado porque hemos superado las pruebas. Y nosotros nos sentimos felices y sabemos que Jesús está contento. No pensamos salir de México, porque aquí hemos encontrado buenas vocaciones, fe viva, familias muy cristianas, buena educación, gente ya formada para la vida religiosa". (Carta a Blanche Giraud. 5 de mayo 1935).

A su director espiritual le dice lo siguiente:

"Hemos resistido la persecución, perdonando de todo corazón a estos señores, y encomendándolos a Dios. Hemos sufrido mucho, pero con amor.

La Escuela Apostólica es ahora la más probada, pero no hemos perdido ni una sola vocación. Han comprendido todos nuestros muchachos que la persecución a causa de nuestro Señor es una bienaventuranza y se han mostrado valerosos, alegres, optimistas, y llenos de confianza en Dios. En sus estudios han merecido excelentes calificaciones, de lo cual doy gracias a Dios.

A pesar de tantas dificultades, vamos adelante y arriba. Somos actualmente 141 más los que están en Roma. ¿Verdad pa­dre, que es para dar gracias a Dios?" (Carta a Mons. Ruiz 30 de mayo 1935).

¿Y el padre Félix cómo estaba?

Su fuerte constitución estaba muy quebrantada a pesar de su invencible optimismo. Tantas penas y tantas preocupaciones habían hecho profunda mella en su salud. En el Diario de Conchita Cabrera encontramos esta nota, muy expresiva:

"Me visitó de nuevo el Padre Félix. Cada vez lo encuentro más flaco y más santo" (Abril 1935).

CAPÍTULO XlV

AL FINAL DEL CAMINO


Hemos llegado, en esta historia, al año 1936. El padre Félix tiene 76 años de edad, pero sigue siendo el líder y el centro de unidad en su pequeña Congregación.

En este año, la situación política de México siguió su misma trayectoria. Esto aparece claro en las cartas del P. Félix. Por ejemplo en esta del 23 de marzo:

"El robo de nuestras casas se ha consumado. Nos han puesto en la calle. Pero todo ha sido una ventaja, porque Dios nos ha dado grandes gracias por haber sufrido a causa de Él. Hemos perdido todo en cuanto a lo material, pero hemos ganado todo en cuanto a lo espiritual, más fe, más confianza en Dios, más buen espíritu, la esperanza en un porvenir mejor. Todo esto se lo debemos a Dios. ¡Bendito sea! (A Margarita Boulagnon 23 de marzo 1936).

Además de la cruz de las incomprensiones y de la persecución, Dios quiso que el padre Félix cargara también, y muchas veces, la cruz de las enfermedades, que fueron para él oportunidades de purificación personal y de mayor unión con Cristo Crucificado. Vale la pena que nos ocupemos un poco de este aspecto de su vida, porque nos brinda ejemplos preciosos que podemos imitar cada vez que nos enfermamos.

Cuando era muy joven padeció la artritis y estando en Barce­lona la tuberculosis pulmonar. Ya en México, a los 63 años, en enero de 1923 se le gangrenó una pierna por no cuidarse una llaga infectada. Los médicos dieron un diagnóstico muy preocupante, y muchos temieron por su vida. Pero al fin se recuperó:

"Ya estoy bien, gracias a Dios. Estuve grave, ¡Lo que es esta vida! Puede terminarse cuando menos lo pensamos... Pida al Señor que yo le sirva mejor el poco tiempo que me queda" (A María de Jesús Madrigal. 10 de enero 1923).

El P. Félix recuperó su salud y volvió a trabajar intensamente, pero en 1927 otra vez estuvo muy grave. Parece ser que la causa era una amibiasis que los médicos no habían detectado:
"Por primera vez en mi vida nuestro Señor me ha detenido largo tiempo en la cama. Desde el primero de marzo he tratado de levantarme para celebrar la Santa Misa, pero he tenido que interrumpirla. ¡Bendito sea Dios! Sufrimos con las enfermedades, pero nos hacen bien espiritualmente.

Desde mi cama he podido arreglar sólidamente muchos asuntos, pensando que tal vez nuestro Señor me quiere llevar a mi casa eterna. Pero el médico tiene confianza en que voy a recobrar la salud". (A Alice Calamy. 25 de marzo 1927).

A principios de 1928 sufrió un agotamiento extremo, debido al exceso de trabajo, a las pocas horas de sueño, y a las muchas preocupaciones:

"Ya llegué hasta el fondo del agotamiento, ¡Bendito sea Dios! Pero tengo plena confianza en que volveré a recuperarme, si es la santa voluntad de Dios. Y si no, lo que nuestro Señor quiera. Hoy tuve que suspender la Santa Misa. El doctor me prohibió celebrar por unos días. Nuestro Señor me ha dado paciencia. ¡Gracias Señor!

Para mí el peor sacrificio es no poder hacer nada... En fin, espero que pronto les daré buenas noticias. Gracias por sus oraciones''. (A los estudiantes de la casa de Roma. 19 de febrero 1929).

Los médicos diagnosticaron nuevamente disentería amibiana y atacaron el mal con unas inyecciones intravenosas tan fuertes que por poco matan al pobre padre Félix. Después de las primeras inyecciones le escribe a Mons. Maximino Ruiz:

"Estoy mucho peor. Ya no le puedo escribir. He llegado a los límites extremos de la debilidad. Pero todavía puedo dictar estas líneas. Quiero ir a curarme o morir alegremente en medio de mis hijos. Por eso mañana me pasaré con ellos a la casa del noviciado. Allí renovaré mis votos religiosos, recibiré el Viático y la Extremaunción, y me quedaré en medio de los míos hasta que Dios lo quiera. Mucho me encomiendo a sus oraciones, y le suplico me dé su bendición" (16 de mayo 1928).

En efecto, al día siguiente, se fue al noviciado. Allí pidió la Unción de los Enfermos, la recibió con gran devoción y luego dijo: "Padre mío, si Tu me quieres llevar, acepto tu voluntad santísima. Si me quieres dejar aquí más tiempo, me entrego igualmente a ti, para hacer lo que tú quieras".

Ese día le escribe a Mons. Ruiz:

"Le participo que ya estoy en el noviciado. Hoy fue para mí un día muy feliz, porque volví a mi centro, en medio de los míos. Tengo muchas esperanzas de recuperarme, porque así se lo hemos pedido mucho al Padre, en nombre de Jesús. Me encomiendo a sus oraciones, y le suplico que me bendiga a mí y a todos estos" (17 de mayo 1928).

El padre Félix fue recobrando sus fuerzas, y con demasiado optimismo escribe a los estudiantes de Roma:

"Ya estoy muy bien, gracias a Dios. Como de todo, hasta fri­joles y tortillas, solo chile no. Ya puedo seguir mi vida religiosa normal. No dejo de demostrar a Dios mi gratitud, después de haberme visto tan cerca de la muerte" (2 de julio 1928).

El año siguiente, 1929, en el mes de marzo, vuelven otra vez las terribles amibas:

"Dicen los médicos que ha vuelto la cosa del año pasado, y yo creo que esta vez ha vuelto para llevarme, porque la debilidad va en aumento. Pues que se haga la voluntad de Dios. Lo demás no es nada". (Al P. Iturbide, 24 de marzo 1929).

El Viernes Santo, escribió a los de Roma:

"La vida humana es un día de trabajo y de amor. Pero al fin llega a su límite. Pero así como Jesús murió para seguir viviendo y amando, también los Misioneros del Espíritu Santo moriremos para seguir viviendo en el cielo una vida más activa y más fecunda. En el cielo también seguiremos trabajando y amando, como lo hace Jesús en favor de toda su Iglesia". (Viernes Santo 1929).

1930 tampoco fue un buen año para la salud del padre Félix. Se le fue el apetito, y le escribe a la Madre Ana María Gómez:

"Todos los días tengo que estar batallando con mi atole". (20 de marzo).

El 28 de junio de ese año escribe:

"Hace ya cinco años que respiro entre la salud y la suma debilidad. ¡Sea lo que Dios quiera! Ojalá y estos sacrificios hayan servido para las Obras de la Cruz".

Dos días después escribe al superior de Morelia:

"Aquí, regular de salud. ¿Pero quién tiene salud? Ya no se usa. Estoy en cama y mal desde que llegué de San Luis. Pero tengo esperanzas de recobrarme, porque yo, por lo que soy, no puedo ser aceptado como víctima. Dios sabe escoger almas que de veras valen para que sean sus víctimas. Por desgracia yo no soy una de ellas, sino de esas comunes y corrientes. Por eso pido al Eterno Padre mi curación, en el nombre de Jesús, y estoy seguro que me la va a dar" (Al P. Treviño. 30 de junio 1930).

A las Hijas del Espíritu Santo les escribe:

"Mi salud, muy buena... Es decir tal como Dios me la quiere dar actualmente. Y Dios no da a sus hijos sino cosas muy buenas.

La verdad es que he estado trabajando mucho, por encima de mis fuerzas, y ahora la estoy pagando. Pero los días peores son los mejores si los sabemos aprovechar.

Prometo ser prudente, y cuidarme para recuperar pronto la salud: Estoy seguro que pronto estaré bien otra vez" (30 de julio 1930).

Ese mes de julio mejoró mucho, porque le descubrieron una anemia muy avanzada y recibió cuatro transfusiones de sangre:

"Figúrese que me iba a morir muy pronto si no me hubieran hecho un análisis de sangre. En lugar de cinco millones de glóbulos rojos que debo tener, no tengo más que uno, y así es imposible durar.

Todos los novicios quieren darme su sangre, ¡Cómo se los agradezco!". (Carta a Mons. Ruiz).

Después de la cuarta transfusión, el P. Félix le dijo al doctor:

"Ahora sí felicíteme, porque ya tengo mucha sangre mexicana. ¡Hasta soñé que me peleaba con un gallo!"

El 26 de agosto fue a descansar unos días a la casa de Conchita Cabrera, y su director espiritual, Mons. Ruiz, le mandó que, aprovechando esas "vacaciones", escribiera unas Memorias acerca de su participación en las Obras de la Cruz. Conchita escribe en su diario:

"Esa misma tarde pusimos manos a la obra. Él dictaba y yo escribía. Así escribimos mucho, refrescando tantos dolores, tantas gracias de Dios, y también tantos triunfos. Después me dictó un resumen de su vida" (30 de agosto 1930).

1931. El 6 de enero se le presenta una oclusión intestinal y una ambulancia lo conduce al Hospital Francés, para ser operado de emergencia. La operación duró dos horas. Después siguieron días en los que estuvo luchando entre la vida y la muerte, con grandes sufrimientos. Las noches de insomnio le parecían eternas. A veces preguntaba la hora, y luego decía: "¡Ay, Dios mío... ese reloj no camina!"

Pero superó la gravedad y se fue restableciendo bastante rápido, de manera que a fines de febrero regresó al noviciado. Y el 20 de abril escribe a su sobrina Ivonne:

"He comenzado a celebrar de nuevo la Santa Misa, después de tres meses de abstención forzada, ¡Dios sea bendito por todo! Todo viene de Dios y Él es Padre. Es amor infinito.

Todavía estaré en cama. ¿Hasta cuándo?... solo Dios lo sabe. Pero si esto quiere Él, esto quiero yo".

En septiembre escribe:

"Voy mejorando mucho. Pero siento los dedos como de palo y apenas los puedo manejar, ¡Qué instructivo es el tiempo de la enfermedad! El dolor purifica y une a Dios. Esta vez ya duró un año. Espero haber podido sufrir con amor y con resignación". (A Teresa Lozano. 21 de septiembre 1931).

Los años 1932 y 1933 fueron buenos para la salud del padre Félix. A los estudiantes de Roma les escribe:

"Estoy bastante bien, con los achaques de la edad, los cuales, gracias a Dios, no me impiden trabajar". (4 de julio 1933).

Y pasó otros dos años más con altas y bajas en materia de achaques, pero bastante bien para su edad. En la navidad de 1934 escribe: "Yo estoy bien, muy bien. Con algunos problemas en las piernas. Mi enfermedad es que cumplí 74 años el día 17. Dicen que parezco de 50. Eso dicen... Pídale a Dios que, así como he mejorado de salud, mejore también del alma..." (24 de diciembre 1934).

1935. El padre Félix hace sus ejercicios espirituales en mayo, aunque se quejaba de un dolor fuerte a la altura del hígado. Al terminar esta semana de retiro escribe sus propósitos:

"Haré cada día, exactamente, cuatro horas de oración; y seré con todos muy paciente y amable" (Diario. 30 de mayo 1935).

Por estos días, el padre Félix aceptó que los Misioneros del Espíritu Santo se hicieran cargo del templo de Ntra. Sra. de la Merced, en Celaya, esta fue la cuarta Iglesia que tuvo la Congregación.

En 1936, el padre Félix recibió el templo de Nuestra Señora del Rosario, en San Luis Potosí (el 25 de octubre). Y al año siguiente 1937 recibió el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en Saltillo. Esta fue la última fundación hecha por el P. Félix.

De estos dos últimos años, 1936 y 37, dice el padre Félix: "Pasé por todo: gripes, agotamiento, fiebres, reumatismo, y unas fuertes jaquecas que me obligan a estar en cama. ¡Bendito sea Dios!".

El 3 de marzo de 1937 murió santamente Conchita Cabrera. Fue una grandísima pena para todas las Obras de la Cruz, pero más para el P. Félix.

Para estas fechas su vista iba cada vez peor.

El 29 de junio (1937) le escribe a Mons. Ruiz:

"Le suplico me conceda la dispensa del rezo del Santo Breviario y permiso de suplirlo con los quince misterios del Rosario. Estos dos últimos años pude rezar el Breviario a pesar de tener el ojo derecho casi inútil, pero ahora también el ojo izquierdo va perdiendo lucidez. Es por eso que mi confesor me aconseja pedirle a usted esta dispensa".

En estas condiciones se encontraba el P. Félix al cumplir sus 50 años de sacerdote, el 24 de septiembre de 1937.

Aún se conserva este pequeño discurso que pronunció al fi­nal de la comida que ese día le ofrecieron todos sus hijos:

"Es muy cierto lo que dice San Pablo en su carta a los Efesios: que debemos pasar la vida agradeciendo los beneficios de Dios. Tantos bienes del orden espiritual, y también del cuerpo y del orden material. Estos beneficios los da a todos.

Pero hay ciertas gracias especiales que no podemos apreciar a fondo, como es la gracia del sacerdocio, por la cual me han felicitado hoy con tan inmerecido cariño.

Mi agradecimiento es muy grande para todos ustedes, que han querido estar conmigo para darle gracias a Dios por tantos beneficios que he recibido en estos 50 años de vida sacerdotal.

Que María Santísima, madre de Jesús, y madre de todos los sacerdotes, nos alcance la gracia de corresponder plenamente a nuestra santa vocación. Y que después de haber trabajado siguiendo las huellas de Jesús, en este mundo que pasa, estemos todos unidos en la posesión de Dios, en el mundo que no pasa, en una eterna vida de felicidad, de agradecimiento y de amor".

CAPÍTULO XV

MUERTE DEL FUNDADOR


Las fiestas de sus bodas de oro sacerdotales dejaron al P. Félix muy extenuado, y dos días después tuvieron que internarlo en el Hospital Francés debido a un ataque de anemia.

Del 17 al 23 de octubre se celebró el segundo capítulo ge­neral de los Misioneros del Espíritu Santo, es decir, la reunión sexenal de los principales miembros de la Congregación, para nombrar al Superior General y a sus Consejeros, hacer la revisión del sexenio que termina, y planificar el que empieza. El padre Félix asistió todos los días a estas reuniones, menos el día 19 por la mañana, porque no se sentía bien.

Los asistentes a ese capítulo, movidos más por buenos sentimientos que por buenas razones, votaron por unanimidad para elegir nuevamente como superior General al padre Félix. Ya el pobre apenas si podía celebrar la Misa. Tenía 79 años de edad, y le quedaban dos meses de vida.

El último día de ese año, le vino una hemorragia intestinal que lo dejó muy acabado. El 1 de enero de 1938 no pudo ni siquiera comulgar a causa de los vómitos.

Cuenta el Hermano Agustín Lira, que fue su enfermero hasta el día de su muerte, que el padre Félix le dijo ese día:

"Tengo dolores muy fuertes. Son mi regalo de año nuevo. Todos los días le he pedido al Señor participar de su Cruz y, bueno... ahora estoy bien servido..."

El día 4 de enero, el hermano Agustín le dijo:

- Padre me avisaron que va a venir el interno a ponerle otro suero.

- ¡Ya no, por Dios! --exclamó el enfermo-- ¡Ya déjenme en paz!.., y luego añadió:

- Está bien... Le prometí a la Virgen no quejarme y no rehusar nada... Que venga el interno.

El día 6, el P. Edmundo Iturbide le administró la Unción de los enfermos. El día 8 sobrevino la parálisis intestinal, y el día 9 se declaró la peritonitis, con unos cólicos terribles. El P. Edmundo nos dice que el P. Félix se sentó al borde de la cama, se puso lívido, y empezó a sudar copiosamente. Todo su cuerpo se estremecía de dolor. Lo miró muy angustiado y le dijo:

- ¡Hijo! ¿Qué hago? Aconséjeme. Siento que los dolores han superado mis fuerzas... ¡Rece por mí!...

Con sedantes muy fuertes lograron adormecerlo. Enseguida se avisó a todas las casas de los Misioneros del Espíritu Santo que el padre Félix estaba muy grave. Esa tarde, un buen grupo de Misioneros se reunió en torno al lecho del enfermo.

A las 5:30 el padre Félix despertó y preguntó:

- ¿Ya no me he quejado?

El padre Angel Oñate, Vicario General, le habló en nombre de todos:

- Padre, aquí estamos muchos de sus hijos, en representación de toda la Congregación. Le pedimos perdón por todo lo que le hayamos hecho sufrir.

- No tengo nada que perdonarles, mis queridos hijos.

- ¿Desea hacernos alguna recomendación?

Sí. Que amen mucho al Padre Celestial, como lo amó Jesús. Que puedan decir como él: YO HAGO SIEMPRE LO QUE LE AGRADA A MI PADRE.

- ¿Qué virtud nos recomienda más?

- Que sean humildes.

Después de unos momentos de silencio, agregó:

- Ofrezco mi vida al Señor para que permanezcan siempre unidos.

- Hasta ahora vivimos todos unidos, dijo el P. Angel.

- Lo sé... y es para mí un gran consuelo.

Otro Misionero preguntó:

- ¿Qué nos dice de la Santísima Virgen?

- Con ella todo... Sin ella, nada.

El padre Oñate dijo:

--Padre, le damos las gracias por todo lo que ha hecho por nosotros.

--Dios lo ha hecho todo... todo...

Después de unos momentos de silencio, dijo:

--Sufro mucho, pero se lo ofrezco a Dios...

El padre Oñate le pidió que los bendijera, el padre Félix, con mucho esfuerzo levantó su mano, y les dio la bendición en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Con lágrimas en los ojos, todos se fueron acercando a besar su mano, y para cada uno tuvo una palabra de despedida. Luego salieron para dejarlo descansar.

Amaneció el día 10 de enero. El enfermo estaba en agonía. Respiraba con dificultad. Pidió un poco del agua de Lourdes que alguien le había obsequiado, y le dieron un sorbo. Luego fijó sus ojos en un cuadro de la Virgen María que sostenía uno de los Misioneros. Su respiración se fue haciendo cada vez más fatigosa, y al fin, a las 10:27, entregó su alma al Eterno Padre a quien tanto había amado.

En las Constituciones, el padre Félix dejó esta regla:

"Al morir un Misionero del Espíritu Santo, los presentes cantarán himnos de acción de gracias, porque la obra del Misionero ha concluido, y conviene que salga de este mundo dando gracias a Dios en unión de sus hermanos".

Se cantaron pues los himnos, y luego amortajaron al padre Félix con el hábito de los Misioneros del Espíritu Santo.

A las 3:30 de la tarde, llevaron el cuerpo del P. Félix al cementerio del Tepeyac y lo sepultaron en el mismo sepulcro que 21 años antes había recibido el cuerpo de Mons. Ibarra, el gran protector de las Obras de la Cruz.

Actualmente, los restos mortales del padre Félix se encuentran en el templo de San Felipe, en el centro de la ciudad de México. En la lápida de su sepulcro se grabó únicamente su nombre, que resume perfectamente toda su historia: FÉLIX DE JESÚS.

UNA VISIÓN DE CONJUNTO

Cierto día el joven Félix de Jesús levantó la mano en el patio del colegio para indicar que aceptaba irse de Misionero. Desde ese momento, Dios aceptó su entrega. Félix tenía 19 años.

Pero el 4 de febrero de 1903 Dios le hizo ver nuevos horizontes y lo invitó a seguir más de cerca a Jesús, que va cargando una Cruz, camino al calvario, para cumplir la voluntad del Padre y salvar a los hermanos. Y el padre Félix, decidió seguir a Cristo, Sacerdote y Víctima.

Después de un año que fue, según él, "Su noviciado" en aquel camino nuevo de las Obras de la Cruz, pidió permiso para fundar a los Misioneros del Espíritu Santo, porque Dios se lo había pedido.

Se burlan de él. Lo tienen por iluso. Le niegan el permiso. Lo destinan a pedir limosna y a enseñar a niños...

Diez años obedece, sufre, y confía en Dios. Diez años se entrega a la voluntad divina sin reservas, para fundar o para no hacer nada. Lo que Dios disponga.

En 1914 obtiene el permiso deseado, pero solo por dos años. Regresa a México cuando ya contaba con 53 años de edad, y lo encuentra en el peor momento de su historia. Sin perder un solo día, comienza a luchar por cumplir el encargo que el Señor le había hecho. Pero se acaban los permisos: tres veces por dos años, y una por cinco años. Y cada vez, el humilde fundador está dispuesto a obedecer, a dejarlo todo si Dios así lo quiere, "a irse a la isla más remota de las misiones de Oceanía".

Por fin, después de once años de plazos angustiosos, le otorgan el permiso definitivo: Ya es Misionero del Espíritu Santo para siempre. Pero es ahora cuando la persecución religiosa lo golpea con toda su violencia. Le cierran los templos, le confiscan las casas, lo persiguen a muerte. Y él acepta todo, "porque Dios así lo permite y Él es verdaderamente Padre". Y alienta a los desalentados, y consuela a los abatidos, y ruega por los enemigos, y anhela dar la vida por su Señor.

Desde 1903, Jesús lo había invitado a subir a su Cruz. Y allí estuvo durante 33 años: cinco en Barcelona, cinco en Saint Chamond, y veintitrés en el México revolucionario. ¡Qué larga constancia! ¡Qué continua fortaleza!

Hubiera sido más fácil el martirio. Pero Dios quiso que el pa­dre Félix fuera el modelo de los que aceptan la Cruz de Cristo pa­ra estar clavados allí todos los días, con tenacidad incansable hasta que la Cruz de la enfermedad rompa la Cruz de esta vida y aparezca el lado luminoso de la Pascua.

Si queremos estudiar la espiritualidad de la Cruz, acudamos a los escritos de Conchita Cabrera y de Mons. Luis Martínez. Pero si necesitamos un modelo asequible y alentador para poder vivirla, fijémonos bien en la vida del padre Félix.

Él es un héroe que no deslumbra con el brillo de sus hazañas. Es un hombre simple que supo cargar con fe la cruz de cada día, y que supo suavizar la carga con el amor al Padre y a una comunidad de hermanos.

Porque el padre Félix no es uno de esos héroes solitarios. Siempre estuvo ayudando a muchos a caminar con sus cruces, y siempre supo dejarse ayudar para cargar la suya. Constantemente buscó la vida comunitaria, amó a los amigos, amó a los hermanos, y aceptó sin reservas ser amado por ellos.

El padre Félix es un buen modelo para la gente común. No es difícil caminar a su lado, porque su camino es simple: cumplir la voluntad de Dios, de ese Dios que es Amor.


CAPÍTULO XVI

ESTADO ACTUAL DE LA CONGREGACIÓN


DATOS ESTADÍSTICOS


Los Misioneros del Espíritu Santo tenemos ya 93 años de haber sido fundados. Nuestro desarrollo ha sido muy lento. Estos datos corresponden a 2006.

Somos 255 sacerdotes, 84 religiosos estudiantes (de filosofado y teología), 16 religiosos coadjutores; y en los noviciados, un promedio que oscila entre 30 y 40 novicios cada año.

Actualmente atendemos 19 parroquias, en las que tratamos de difundir nuestra espiritualidad y nuestras obras propias. Atendemos además 14 centros de espiritualidad y de oración; son casas que no son parroquias, sino templos para el apostolado litúrgico, con salones anexos para atender grupos de evangelización, de catequesis progresiva, de estudios bíblicos, de oración, de estudio y vivencia de nuestra espiritualidad a través de las Obras de la Cruz. En estas casas atendemos además con especial cuidado, el ministerio de la Reconciliación, y la adoración ante el Santísimo Sacramento.

Tenemos además 5 casas destinadas a retiros y ejercicios espirituales, una casa de Misioneros destinados al servicio espiritual y material de los sacerdotes, una Escuela Apostólica, tres noviciados, (dos en México y uno en Estados Unidos), cuatro casas para estudiantes de filosofía o de teología (México, Roma, Estados Unidos, Colombia), dos casas de pastoral juvenil y vocacional.

La gran mayoría de nuestras casas están en la República Mexicana. Fuera de ella tenemos algunas casas en Estados Unidos, España, Italia, Chile, Colombia y Costa Rica. Actualmente hay en la Congregación un fuerte movimiento de expansión fuera de nuestras fronteras.


ACTIVIDADES


Es lógico que la actividad concreta de cada Misionero del Espíritu Santo sea diversa, según le toque desempeñar su apostolado en una parroquia, en un seminario, en un centro de espiritualidad, en un equipo al servicio de los sacerdotes, etc. Cada uno, de acuerdo con los superiores, trata de estar en donde puede desempeñar un mejor trabajo, según las aptitudes y carismas que haya recibido de Dios.

Pero cada Congregación religiosa tiene una misión propia en la Iglesia, y por lo tanto, cada Misionero del Espíritu Santo deberá desempeñar su misión característica en donde quiera que se encuentre. A este respecto nuestras Constituciones dicen lo siguiente:

"Nuestra misión es la misma de Jesús, que fue enviado a salvarnos y santificarnos por el don de su Espíritu.

Como apóstoles del Espíritu Santo y de la Cruz de Cristo, somos enviados a promover en todo el Pueblo de Dios la Santidad, según nuestra espiritualidad. Así haremos más y más fecunda la acción del Espíritu Santo en las almas que Dios se digne confiarnos". (Art. 3.)

"Nuestra consagración a Dios en la vida religiosa (por los votos de pobreza, castidad y obediencia), es por sí misma un apostolado. Si la vivimos con alegría y plenitud, daremos testimonio de que el Señor es merecedor del amor total y de la entrega exclusiva, y de que es fuente inagotable de felicidad desde la vida presente. Enviados a difundir el espíritu de Cristo Sacerdote y Víctima, tendremos presente que la manera de lograrlo será no solo predicándolo, sino sobre todo viviéndolo.

Por su gran eficacia, la oración personal y comunitaria constituye nuestro principal apostolado.

Llamados por vocación a participar con gozo de los sufrimientos de Cristo, haremos también del sacrificio un apostolado muy valioso. Unidos a Cristo víctima, seremos con Él y en Él víctimas para la gloria del Padre y la salvación de todos.

Convocados para formar una familia, viviremos gozosamente en comunidad, y así haremos que todos se sientan invitados a vivir fraternalmente, como hijos de un mismo Padre" (Art. 52.)

"Nuestra misión característica pide un orden de prioridad en nuestros destinatarios, que son:

a) Los sacerdotes.

b) Los cristianos que profesan los consejos evangélicos.

c) Los laicos.

Los sacerdotes están llamados por su consagración a una configuración peculiar con Cristo, Pastor de la Iglesia. Ellos son los principales responsables en la edificación del Pueblo de Dios. Por eso ellos son los primeros destinatarios de nuestra misión pastoral. Dedicaremos a su servicio lo mejor de nuestros esfuerzos y recursos personales y comunitarios; fieles a la enseñanza de nuestro Padre Fundador; "Nada de lo que mira al sacerdocio nos debe ser indiferente".

Con la gracia del Señor, ayudaremos a nuestros hermanos sacerdotes a buscar su transformación en Cristo, Sacerdote-Víctima. De esta manera colaboraremos a que unifiquen su vida inte­rior con las exigencias de su acción externa; así contribuiremos a una profunda renovación de la Iglesia". (Art. 55.)

"Después de los sacerdotes atenderemos a los cristianos que están llamados a la santidad por una especial consagración al Señor en la profesión de los consejos evangélicos. Procuraremos impulsarlos a responder a su propio carisma, y a que lo vivan con el espíritu de Cristo Sacerdote y Víctima". (Art. 56.)

"Dedicaremos también nuestra acción apostólica a los laicos, y a que todos ellos están llamados a vivir el sacerdocio bautismal. Atenderemos particularmente a los que quieren vivir nuestra espiritualidad. Para que esta espiritualidad se encarne en ellos, les ayudaremos a descubrir a Dios en las realidades temporales y a transformar en ofrenda grata a Dios todas sus obras: sus oraciones, sus iniciativas apostólicas, su vida conyugal y familiar, su trabajo cotidiano, su intervención en la vida pública, su descanso, e incluso las penas de la vida. Les ayudaremos por medio de nuestras Obras de la Cruz a encontrar el modo de mantener viva su identidad cristiana en medio de los conflictos y tensiones entre el mundo y su fe". (Art. 57.)

"La Congregación, como parte de la Iglesia, participa también en la gran responsabilidad cristiana de evangelizar a los no creyentes.

Con espíritu de fe y obediencia podremos aceptar misiones entre los pueblos no creyentes, cuando la Sede Apostólica quiera confiarlas a la Congregación". (Art. 58.)

"Llamados por el Señor para promover la santidad en el pueblo de Dios, y sabiendo que cada uno llega a ella por una respuesta generosa y total a su vocación personal (matrimonio, sacerdocio, vida religiosa, etc.), los Misioneros del Espíritu Santo haremos de la promoción vocacional una actividad permanente en nuestro apostolado, poniendo empeño en que cada uno descubra y madure su propia vocación en la Iglesia; sobre todo por medio de la dirección espiritual". (Art. 59.)

"En nuestro servicio apostólico, tendrán preferencia las Obras de la Cruz.

Según su origen histórico, estas obras son: El Apostolado de la Cruz. Las Religiosas de la Cruz. La Alianza de Amor con el Sacratísimo Corazón de Jesús, la Fraternidad Sacerdotal, y nuestra Congregación de Misioneros del Espíritu Santo" (Art. 60.)




SEGUNDA PARTE

ESPIRITUALIDAD DE NUESTRO FUNDADOR


INTRODUCCIÓN


Estudiar la espiritualidad de un santo es participar de las luces que Dios le concedió para vivir el misterio de Cristo. Por lo tanto, este capítulo será muy provechoso para todos.

Por supuesto que la espiritualidad del padre Félix no es otra que la espiritualidad de la Cruz, es decir, el seguimiento de Cristo como sacerdote del Padre, cuya ofrenda es él mismo, por la salvación de todos. De manera que no se trata de estudiar otra espiritualidad distinta de la de las Obras de la Cruz, se trata de imitarla a través del ejemplo concreto de alguien que supo vivirla en una existencia simple y ordinaria, como la nuestra.


CAPÍTULO XVI

EL PADRE


La esencia de la espiritualidad del padre Félix es el amor y la devoción a cada una de las tres Personas de la Santísima Trinidad.

Esto es muy lógico, puesto que el término de la Espiritualidad de la Cruz es Dios Padre, a quien ofrecemos constantemente dos ofrendas: la principal, que es Cristo; y con él nosotros mismos, movidos por el Espíritu Santo por el cual Jesús se ofreció constantemente al Eterno Padre.

En el presente capítulo, presentamos una selección de los escritos del padre Félix referente a la devoción a la Santísima Trinidad y al Divino Padre en especial.

"La característica principal del Misionero del Espíritu Santo es una gran devoción a la Santísima Trinidad: a cada una de las Divinas Personas." (1)

“Acabo de pasar dos meses en el noviciado y les di la meditación cada mañana. He insistido mucho sobre la devoción más nuestra: La Santísima Trinidad, cada una de las tres Divinas Personas.” (2)

"Quiero amar con toda mi alma al Padre, al Verbo, al Espíritu Santo y hacer que todos amen a esas Divinas Personas. Que mi amor a ti, Oh Trinidad Santísima, crezca a cada momento y que mi única recompensa sea amarte más." (3)

"Es verdad que las tres Personas Divinas son inseparables, pero son realmente PERSONAS DISTINTAS, infinitamente distintas, porque en Dios todo es infinito. El Padre es el principio, el que engendra eternamente al Hijo. El Hijo es aquel que recibe la vida del Padre desde toda la eternidad y lo ama con amor infinito y recibe del Padre el mismo amor Infinito. El Espíritu Santo es ese amor, que procede desde siempre del Padre y del Hijo y que es persona, como el Padre y como el Hijo. Si Dios fuera UNO pero no TRINO, sería un eterno solitario, porque nunca podría dar ni recibir el amor divino en toda su capacidad. Las creaturas no remediarían su soledad, porque todo ser que no sea Dios, está infinitamente lejano de Dios." (4)

"LA ATENCIÓN AMOROSA A DIOS, es un enamoramiento de Dios, es una pasión fuerte, es no poderse olvidar ni del Padre, ni de Jesús, ni del Espíritu Santo." (5)

"La vida de un Misionero consiste en copiar la de nuestro amado Jesús, viviendo con Él en el Padre: "Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí". Jn. 14.10. (6)

"La unión con Jesús para ir al Padre bajo la moción de su Espíritu, es el centro de toda nuestra vida espiritual. Pero no perdamos de vista que es el Padre quien primero nos lleva a Jesús: "Nadie viene a mí si mi Padre no lo trae". Jn. 6.44. (7)

De ahí que nuestra devoción al Padre nos une más y más con Jesús por el don de su Espíritu. Como Jesús, repitamos constantemente: Yo amo a mi Padre (Jn. 5,30 y 12.50). Los contemporáneos de Jesús no vieron sino su exterior: al obrero que trabaja entre ellos, que sufría como todos el cansancio, el hambre y la sed. Pero Jesús estaba siempre con el Padre, siempre tranquilo, indeciblemente feliz en su amor.

Pues aquí tenemos la perfecta imagen de lo que debe ser un Misionero del Espíritu Santo. (8)

"El gran secreto para hacernos santos está todo entero en estas palabras de nuestro amadísimo Maestro: 'Si alguno me ama, mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra habitación permanente' (Jn. 14.23).

Así que nosotros somos templo del Dios vivo (2 Cor 6.16) y yo estoy convencido que la habitación real en nosotros de las tres Divinas Personas es el dogma central, fundamental, del cual debemos alimentarnos en todos los instantes. Por eso decía con toda razón Sor Isabel de la Trinidad: 'Desde que encontré EL GRAN SECRETO, desde que me di cuenta que las palabras de Cristo y de San Pablo sobre DIOS EN NOSOTROS debían tomarse a la letra, porque son una realidad, desde entonces yo hice de esta realidad el centro de mi vida'.

Hagamos todos de esta realidad el centro de nuestras vidas. Esto es lo que les he predicado en el noviciado mil y mil veces, en esto consiste la ATENCIÓN AMOROSA A DIOS, esta es la sustancia de la vida contemplativa, de la cual no debemos separarnos ni aún en medio de una intensa actividad apostólica.

Trabaje por hacerse consciente de ésta presencia activa de las tres Divinas Personas en nosotros." (9)

"Hija mía, nunca está sola. Cuando tiene esta tentación, piense que es sólo su imaginación, porque esto es falso. Es una verdad de fe que las tres Personas Divinas habitan en todas las almas que están en gracia de Dios. Así lo asegura Jesús: 'Si alguno me ama, mi Padre lo amará, iremos a él y moraremos en él' (Jn.14.23). Son palabras del Señor. Son palabras de las más consoladoras que él nos dijo, y están consignadas en los Evangelios." (10)

"Den las gracias al Padre amadísimo por tantos favores. El nos envió a Jesús, y El nos envió al Espíritu Santo (Jn. 14.24 y 16). Todo lo debemos al Padre. Que nunca amaremos en este mundo como debemos. El nos dio también a María como Madre nuestra. Y nos dio el don de nuestra vocación, y con ella tantos favores.

¡Oh Padre, Padre bueno, Padre Santo, Padre misericordioso, Padre Eterno, Padre Celestial, Padre de quien procede todo bien, Padre de quien viene toda paternidad, Padre de Jesucristo, Padre amadísimo, Padre nuestro: has que nosotros, tus hijos, te amemos apasionadamente." (11)

"Quiero y suplico a Jesús lo que voy a pedirle, para mis hijos y para mí: Que de veras amemos al Divino Padre como él lo amó, sin medida y hasta la muerte de Cruz." (12)

"Únicamente Jesús puede enseñarnos lo que el Padre es para nosotros y lo que nosotros somos para él. Pero la revelación cristiana sobre nuestra relación con el Padre está resumida en ese nombre que Jesús le da: 'Es mi Padre y el Padre de ustedes' (Jn. 20.17). El que engendra al Verbo desde toda la eternidad, el Padre de Jesucristo, es también NUESTRO PADRE." (13)

"Después de comer fui a ver a la Sra. Cabrera, muy enferma. Está padeciendo dolores de veras muy fuertes y constantes. Iba a escribir "Crueles", pero no, nada es cruel, porque todo viene de nuestro Padre y más en la vida de los que sirven a Dios. El es el Padre infinitamente atento a cada uno de sus hijos y procura en todo nuestro bien, aunque a veces no lo comprendemos. Pero lo sabemos con toda certeza y este es el más grande consuelo en nuestras penas." (14)

"Yo me siento cada día más y más atraído hacia el Padre y esto hace ya mucho tiempo. Creo que así es como estoy imitando a Jesús.

No dudo que el Espíritu Santo es quien me orienta más y más hacia el Divino Padre, porque el Espíritu Santo es quien va haciendo de cada uno de nosotros una copia de Jesús." (15)

"Hace un siglo no existíamos y dentro de un siglo no existiremos. El tiempo nos está empujando siempre. Venimos a este mundo, vivimos y nos vamos. ¡Y cuántos millones de hombres no saben ni de dónde vienen ni a dónde van!

Pero nosotros sí lo sabemos: Nuestro viaje es semejante al de Jesús. Como fue hombre, también fue viajero en este mundo. Vino del Padre, estuvo aquí 33 años y después volvió al Padre para siempre. Y nosotros también: venimos del Padre, caminamos muy unidos a Jesús atraídos por el Padre, impulsados por el Espíritu Santo. ¿Qué os falta pues, para que nuestro viaje sea feliz? Nada. Llegaremos al Padre y estaremos en su casa para siempre. Esa es nuestra meta y nuestro fin. ¡Felices viajeros! venimos del amor del Padre y vamos hacia el amor del Padre." (16)

En una libreta del padre Félix y sin fecha, encontraremos esta página, con el titulo de PUNTOS PARA MI EXAMEN DE CONCIENCIA:

-"Ser una ofrenda para el Padre, en unión con Jesús, dejando que el Espíritu Santo actúe en mi, sin estorbar su acción.
-Vivir en presencia del Divino Padre, procurando agradarlo en todo.
-Mirar al Padre con la mirada de Jesús, con obediencia perfecta.
-Honrar a mi Padre. Amarlo. Rezar bien el "Padre Nuestro".
-Imitar a mi Padre en la dulzura y la bondad interior y exterior.
-Ser fiel en lo que le prometo a mi Padre.
-Sacrificarme un poco más en la comida, para ofrecer esto al Padre.
-Amar al Padre por todos los que no lo aman, como un hijo que quisiera compensar a su Padre a quien ve poco amado. Le diré con frecuencia: Padre, te amo por todos los que no te aman.
-Buscar al Padre en el silencio.
-Vivir continuamente con el Padre, dentro de mi corazón.
-Evitar que mis ojos se distraigan, para estar más unido a mi Padre.
-Tener más confianza en mi Padre y más gratitud
-Refugiarme siempre en el corazón de mi Padre.
-Más presencia del Padre en cada Misa. En la Comunión. En la acción de gracias.
-Abandonarme en manos del Padre, con amor, muy unido a Él.
-EI Padre siempre en mi meditación, en mis intenciones, en la observancia religiosa, en mi conciencia.” (17)
"Toda nuestra vida espiritual consiste en vivir unidos a Jesús para ir con él al Padre, movidos por el amor filial que el Espíritu Santo derrama en nuestros corazones". (Plática, 13 de junio, 1932).
"Procure enamorarse del Padre, ámelo más y más imitando a Jesús, uniéndose a Jesús. El Espíritu Santo le ayudará." (18)
"La Iglesia nos enseña a dirigirnos de manera especial al Padre. Miren ustedes su Misal y verán que por lo menos el noventa por ciento de las oraciones son al Padre. Y es que el Padre es el principio y el primero en todo, pues el Hijo es engendrado por el Padre y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. El Padre envió a su Hijo a redimir al mundo, y el Espíritu Santo recibió la misión de santificarnos. El Padre, pues, da misiones; pero El de nadie las recibe.
El centro del culto cristiano es la Eucaristía, y siempre se ofrece al Padre, a nadie más.
Por eso me puse muy triste un día que prediqué sobre el Padre en un convento de religiosas y una de ellas me dijo: Es la primera vez que oigo hablar sobre la primera persona de la Santísima Trinidad.
¿Cómo se puede vivir la Santa Misa si uno no tiene una gran devoción y un gran amor a Dios Padre?
No dejen de adelantar en la devoción al Padre de Jesús y Padre nuestro; para imitar a Jesús, para seguir a la Iglesia, para adelantar en el camino de la verdadera unión con Dios, para gozar siempre de sus consuelos, para beber en el manantial de toda gracia". (Plática a los novicios. Sin fecha).
"El Padre es vida. Sin duda también el Hijo y el Espíritu Santo son vida; pero primero el Padre es vida, porque es principio. El nos da al Hijo y al Espíritu Santo, del Padre procede todo. 1 Cor 6.27.
El Padre es vida y es ternura y es misericordia y es perdón y es promesa. Su paternidad todo lo abarca. ¡Vamos al Padre! Al Padre de Jesús y Padre nuestro. Es imposible acudir al Padre sin recibir una abundancia especial de dones espirituales, porque él es el principio y la fuente de todo don, en el cielo y en la tierra." (19)
Un día, un novicio le preguntó al padre Félix:
-¿Por qué no nos escribe un libro sobre la devoción al Padre? Así conservaríamos por escrito todo lo que Ud. nos ha predicado sobre esto, que Ud. considera lo más importante...
El P. Félix respondió:
-No es necesario hijo, ese libro ya está escrito: se llama EL EVANGELIO.
Y qué cierto es eso. La primera palabra que se conserva de Jesús se refiere al Padre: ¿Por qué me andaban buscando? ¿No sabían que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?". Luc. 2.49. A sus discípulos les dice: "Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo la obra que me ha encomendado" Jn. 4.34. Y en otra ocasión resume así toda su vida: "Yo hago siempre lo que le agrada a mi Padre". Jn. 8.28. Siempre que oraba se dirigía al Padre y la única oración que nos enseñó fue el Padre Nuestro. Mt. 6.9. En la Ultima Cena con sus discípulos hace una larga oración al Padre y luego les dice: "Para que el mundo vea cuánto amo a mi Padre, levántense y vamos" y se dirige al lugar en donde había de ser apresado y llevado a la muerte. Ya en el Huerto de los Olivos vuelve a orar al Padre: "Padre tú todo lo puedes. Si es posible aparta de mí este destino, pero que no suceda lo que yo quiero, sino lo que quieras tú". Mc. 14.36. Y sus últimas palabras en la tierra, su último pensamiento, su último acto de amor, fue para el Padre: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Luc. 23.46.

Realmente ¿Podemos llamarnos discípulos de Jesús si nuestro amor no es para el Padre? Y realmente, ¿necesitamos otro libro además del Evangelio para aprender esta verdad?

"Con gran gusto me puse hoy en oración y en seguida la presencia del Padre me envolvió como en una atmósfera de alegría. Y comprendí que su mirada es amor y mi oración fue mirada por mirada y amor por amor. ¡Oh Padre amadísimo! Te prometí fijar en ti sólo mis ojos para siempre y que seas Tú mi única posesión... Te prometí consultártelo todo y con todo mi amor hacer siempre tu voluntad" (20).

"La atención amorosa es estar mirando a Dios nuestro Padre. Pero al mirarlo nosotros El también nos mira; y hoy quisiera escribirles algo sobre esa mirada del Padre:

Esa mirada ha estado sobre mí desde siempre, porque es la mirada de Dios y estará sobre mí durante los siglos eternos. Esa mirada me infunde alegría, fortaleza y confianza, me da valor y me sostiene. Me dice: ¡Ama! ¡Ven! ¡Sube hasta mí y háblame, porque eres mi hijo amado! Otras veces me dice: ¡Silencio! ¡Calla! ¡Escúchame! Otras veces me dice: Sé humilde, sé pequeñito ante mí. Y me convida y me acompaña y jamás me deja solo. Esa mirada es mi cielo en la tierra: me calienta, me refresca, me da vida, me mata y me resucita a la vez. Es la mirada de todo un Dios, que me arrebata de este mundo y se lleva mi alma en pos de sí. Y si caigo en pequeñas faltas, esa mirada me punza como una espina y me purifica y me limpia, porque es AMOR. Y mi alma queda más cerca que antes del corazón de Dios, que la quiere toda suya. ¡Oh mirada del Padre, mirada de amor, no te apartes de mí y de mis hermanos! ¡Haznos puros, amantes, felices y santos!" (21).

En una libreta el padre Félix escribió estos pensamientos con los que damos fin a este capítulo:

"Me puse en tu presencia, Padre amadísimo, y vi ese RÍO ETERNO. ¿Lo vi? ¿O fue imaginación? ¿Eras Tú? ¿El manantial de la divinidad? ... Yo quiero ser todo tuyo y amarte apasionadamente, en el tiempo y en la eternidad; porque soy una gotita de ese Río... ¿Verdad Padre que soy realmente tu hijo?" (22)

"Empecé como siempre mi oración: Padre amadísimo, te adoro, te adoro y te amo... Pero luego me sentí como rodeado por todos lados, y sólo pude decir: TU, TU, TU... Y me sentía feliz, con esa plenitud, y el TU se cambió por TUYO... fue mi donación total una vez más..." (23)

"Empecé mi hora con buena voluntad. Dedicada al Padre de mi alma, al Amor de mi vida, a mi amadísimo Padre. Pero me vinieron muchas distracciones. Le supliqué a mi amado Padre que me tomara por suyo y le dije que yo tenía con El un mismo querer y no querer... Con distracciones y todo, acabé mi hora completa. ¡Bendito sea Dios! (24)

"Estaba ansioso de irme con mi Amado Padre, pero no quedé libre hasta las 10 a.m. La caridad para con mis hermanos me obligó a retardar mi "hora de amor". Dejé regada toda la correspondencia aunque es urgente. Primero está mi Padre. El después me lo arregla todo.

Ante mi Padre, me uní espiritualmente con todos los hombres del mundo y en nombre de todos sus hijos le dije: Amadísimo Padre, te adoro, te amo, te pido perdón... Sálvame, ilumíname, llévame a Jesús, porque sólo Tú puedes hacerlo." (25)

"Duro fue el trabajo del día. Dormí algo y luego, a las 11 p.m. empecé mi oración al amado Padre, con toda mi buena voluntad... Luego me dormí hasta después de media noche. Tuve mucha pena por mi pereza... Me hubiera quedado de pie para no dormirme, siquiera eso hubiera sido un acto de amor a mi amantísimo Padre. Así lo haré otra vez." (26)

"¡Padre, perdóname! Tú conoces mi pobre vida... mucho más que pobre. ¡Perdóname! Tengo tantas fallas... desde las más pequeñas hasta las más grandes. Perdona tantos pecados, tantas omisiones, y el abuso de tu gracia. Perdona tanto olvido y tanta frialdad. ¡Ya no quiero ser así, ya no! Quiero vivir en la intimidad contigo. Pero primero tu perdón. ¡Oh Padre, perdóname y purifícame!

Tu Félix. (27)


CITAS
1- Carta a la casa de Roma 15 de agosto 1936.
2- Ibíd. 11 febrero 1934.
3- A las Hijas del Espíritu Sto. 12 enero 1924.
4- Revista La Cruz. Nov. 1927.
5- A las Hijas del Espíritu Sto. 14 de junio 1924.
6- Jn. 14. 10.
7- Jn. 6.44.
8- A la casa de Roma. 23 enero 1932.
9- Carta al P. Alvarez. 19 dic. 1920.
10- Carta a una Hija del Espíritu Sto. Sin fecha.
11- Escritos T. 1. Pág. 123.
12- Plática a los estudiantes. 18 abril 1924.
13- Revista La Cruz. dic. 1927.
14- Apuntes. 31 marzo 1935.
15- Apuntes. 16 de junio 1925.
16- Plática a los novicios. 25 abril 1932.
17- Apuntes. Sin fecha.
18- Carta al P. Treviño. 14 oct. 1924.
19- Plática a los novicios. 24 junio 1932.
20- Apuntes. Sin fecha.
21- A las Hijas del Espíritu Sto. oct. 1924.
22- Apuntes. Sin fecha.
23- Ibíd.
24- Ibíd.
25- Ibíd.
26- Ibíd.
27- Ibíd.

CAPÍTULO XVIII

EL HIJO


Hemos estudiado en el capítulo anterior como Dios Padre, la primera persona de la Santísima Trinidad, ocupa el lugar central en la espiritualidad del padre Félix, que no es otra sino la espiritualidad de Cristo, Sacerdote del Padre y ofrenda para el Padre.

Veamos ahora como el Verbo hecho carne, el hijo eterno del Padre nacido de María, se integra con perfecta unidad en la espiritualidad del padre Félix.
Jesús nos dice: "Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo" (Mt. 11.27). "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie puede llegar al Padre sino es por mí" Jn. 14,6. "Nadie ha visto jamás al Padre; el Hijo único, que es Dios, y que vive en íntima comunión con el Padre, es quien nos lo da a conocer" (Jn. 1.18). "Ninguno ha vista al Padre; el único que lo ha visto es el que ha venido de Dios" (Jn. 6.46).
Así pues, no podemos hablar de amor y de devoción al Padre desligados del único camino hacia él, del único que conoce al Padre, del único que nos lo puede revelar.
Por otra parte, si Jesús es quien conoce al Padre, ¿quién otro puede ser el modelo de amor y devoción a ese Padre? Si él es el Hijo único por naturaleza, ¿de quién más podemos aprender a ser verdaderos hijos?
Y por último, si somos hijos del Padre, es porque participamos de la misma vida divina del Hijo: "Yo soy la vid verdadera y mi Padre es quien la cultiva. Yo soy la planta y ustedes las ramas. El que permanece unido a mí, y yo a él, da mucho fruto, pero sin mí, ustedes no pueden hacer nada. El que no permanece unido a mí será echado fuera, y se secará, como esas ramas que se recogen y se queman en el fuego" (Jn. 15.1,6). Nuestra unión espiritual con Jesús, por haber creído en El y porque lo hemos acogido con todo nuestro ser, es lo que nos da derecho a ser hijos de Dios con El y como El: "A quienes lo recibieron y creyeron en él, les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios. Y son hijos de Dios, no por el nacimiento natural que tiene como origen el deseo de un hombre, sino porque Dios nos ha engendrado" (Jn. 1.12).

De los textos bíblicos que he citado, se desprende con toda claridad la unidad que existe entre nuestra relación con el Padre y nuestra relación con el Hijo. Es la unidad que tienen el camino y la meta, el río y el manantial, la promesa y la condición. Es la unidad sustancial que tienen el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo.
Veamos ahora algunos textos selectos de las cartas y escritos del Padre Félix, sobre el tema que ahora nos ocupa.

JESÚS NUESTRO REDENTOR

“¡Alegrémonos en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual está nuestra salvación, nuestra vida, nuestra resurrección!
Cuando decimos LA CRUZ, debemos entender JESUCRISTO CRUCIFICADO. Nos alegramos porque con su crucifixión nos rescató, nos redimió, nos mereció todas las gracias, y la vida eterna. Todo eso lo tenemos gracias a Jesús, crucificado por nosotros. Y nos alegramos hoy con la gratitud y el amor, al contemplar lo que Jesús ha hecho por nosotros. Me amó y dio su vida por mí" (Gál. 2.20) (1)

"Que la preciosa sangre de nuestro Señor Jesucristo purifique y riegue sin cesar sus almas, porque es un río divino que corre incesantemente en la Iglesia para lavar nuestras culpas y llevar la vida divina a todos y cada uno. Yo deseo mucho que le tengan devoción a la Preciosa Sangre de Cristo. Decimos "Preciosa" porque su PRECIO es infinito.
Creo que nunca he tenido ocasión de hablarles de este tema, pero pronto lo haré". (2)
"Yo le pido todo al Padre, y con entera confianza, EN NOMBRE DE JESÚS, como nos enseña la Iglesia: "Por Cristo nuestro Señor". Porque yo no tengo nada propio que me haga merecedor de que el Padre me escuche, pero tengo a Jesús, tengo sus méritos. ¡Ah, ese Cristo... Nuestro Jesús! ¡Cómo lo debemos amar, a El que tanto nos ama!". (3)

"Si vieran cuanto me ha costado no poder comunicarme con ustedes y no poder contestar sus cartas, como me hubiera gustado... Pero he pedido mi curación al Divino Padre EN EL NOMBRE DE JESÚS, y por eso estoy segura que me la concederá". (4)

Jesús quiere que me abandone en sus manos, con toda confianza. Y yo creo firmemente que El me ha perdonado como solo Él sabe hacerlo; y que me ama con misericordia infinita. ¿Cómo no confiar sin límites?" (5).
"¡Oh Jesús, no has podido defenderte del amor!... Y me has amado hasta morir por mí en una cruz... ¡Oh Jesús, yo quiero darte sangre por sangre, y vida por vida! ". (6)

LA UNIÓN CON JESÚS

"La unión con Jesús, para ir al Padre, bajo la moción del Espíritu Santo, es el centro de toda nuestra vida espiritual". (7)
"Sobre todo y ante todo, la unión con Jesús. Es el único camino para llegar al Padre. Él lo dijo: YO SOY EL CAMINO, NADIE LLEGA AL PADRE SI NO ES POR MI. (Aquí interrumpe esta carta, solo añade); Ya no puedo escribir más, a causa de mi mala salud... Pero voy mejorando". (8)
"Si no llegamos a la unión intima con Cristo, no realizaremos la voluntad de Dios. Nuestra vida, amados hijos, hasta nuestro último suspiro, no debe ser otra cosa que continuar la acción de Jesús, la obra de Jesús, bajo su amoroso impulso". (9)

"Vamos a esforzarnos para que en nuestras vidas haya más oración para estar más unidos con Jesús, porque ese es el único medio para ganar miles de almas para Dios. Tenemos que ser otros JESÚS, y es eso lo que más deseamos". (10)
"Ver por los ojos de Jesús y que Jesús vea por los nuestros. Hablar como hablaba Jesús, y que sea Jesús el que hable por nuestros labios. Amar como amaba Jesús, y que Jesús ame con nuestro corazón. Vivir como Jesús, y que sea Jesús nuestra vida.
¡Qué hermoso programa! Pero esto supone una gran intimidad con Jesús, una unión especial de corazones, una confianza total, una fe viva en que todo está perdonado y olvidado, y que vivimos con Jesús en una franca atmósfera de amor.
Profundicen cada uno de estos pensamientos, porque son un manantial de santidad. Solo este programa bastaría para destruir todas nuestras imperfecciones". (11)

"En todos sus actos mire solo a Jesús, y desprecie el qué dirán. Vea todo a través de los ojos de Jesús. Esto es lo mismo que decía San Pablo: "Ya no vivo yo, ya es Cristo quien vive en mi" (Gal. 2.19). (12)



LA TRANSFORMACIÓN EN CRISTO


"Copiar a Jesús, transformarnos en Él, es el ideal de los ideales; lo demás no tiene importancia". (Carta a Roma 3 de julio 1927).
"Tengan presente, todos y cada uno, que vinieron a la Congregación para transformarse en Jesucristo, y ser hasta donde sea posible, cada uno, otro Jesús: "A los que eligió, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo". Rom. 8.29. (13)

"Cada uno en el ministerio tendrá que ser OTRO JESÚS. Esa es la condición para que puedan salvar a las almas; transformarse en el único Salvador. Así que la vida espiritual es sencilla, se trata únicamente de nuestra transformación progresiva en Jesús, y de conocer los medios que nos ayudarán para irlo logrando". (14)

"Le he pedido mucho al Verbo encarnado que nos bendiga a todos juntos, y que nos conceda a cada uno no solo vivir unidos a Él, sino irnos transformando de veras en Él. ¡Ah, si comprendiéramos que allí está el todo de nuestra pobre y preciosísima vida!...". (15)

"La gran tarea que Jesús nos ha confiado a cada uno, es nuestra transformación en Él.
Y no digamos, amados hijos, que es difícil, que es imposible. No, Jesús no nos exige cosas que no estén a nuestro alcance.
Esa transformación, tan deseada por Jesús, y tan preciosa para nosotros, está ya empezada. Jesús mismo nos lo explica en la parábola de la levadura que una mujer pone en tres medidas de harina. Esa harina somos nosotros. La Iglesia, que nos da a Jesús en el Bautismo, es la mujer. Jesús es la levadura que nos ha de transformar. Y con el tiempo fermentará todo, y llegará a ser un pan digno de la mesa del Padre Celestial. Solo nos falta corresponder a esa gracia, para irnos asemejando más y más a ese Jesús, que es todo nuestro ideal, toda nuestra esperanza, y todo nuestro amor". (16)

“Yo quisiera que el Padre Celestial encontrara sus complacencias en cada uno de ustedes, por verlos cada día más parecidos al Hijo muy amado en quien siempre se complace. Esto es lo que nos dice el Espíritu Santo por boca de San Pablo: "Revístanse de nuestro Señor Jesucristo" Rom. 13.14. (17)

A cuatro jóvenes que tomaron el hábito de Misioneros del Espíritu Santo, les dice:
"Nuestro hábito dice mucho, porque lleva la inscripción: JHS, que significa JESÚS SALVADOR DE LOS HOMBRES. Eso indica su misión y su ideal. Están destinados por Dios a salvar miles y miles de almas. Y ya les han contado, no diré lo que son, sino lo que desean ser los Misioneros del Espíritu Santo. Están llamados a ser lo que fue Jesús, para la gloria del Padre. Cuando uno es otro Jesús, es de verdad Salvador... Así que ustedes deben decir con frecuencia: Quiero ser otro Jesús, cueste lo que cueste. A eso han venido aquí a trabajar para ser otro Jesús". (18)

QUÉ ES TRANSFORMARSE EN JESÚS

"Tengan la preocupación de hacer la voluntad santísima de Dios, de tal manera que esta divina voluntad sea su alimento, como fue el alimento de Jesús.
¡Cuánta perfección encierra la práctica de este propósito! El fin de toda vida espiritual es la unión con Dios, pero la unión con Dios no es sino la unión de nuestra voluntad con la voluntad divina. Ese fue el ejemplo esencial de Jesús; "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado". (Jn. 4.34). "Yo he venido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado" (Jn. 6.38). "El que me ha enviado está conmigo, y no me deja solo, porque yo hago siempre lo que le agrada" (Jn. 7.29).
Así es como nos transformaremos en Jesús, haciendo cada día toda la voluntad del Padre, que creó nuestras voluntades para unirlas a su voluntad.
¡Oh Jesús amado, tu alimento será nuestro alimento, tu vida será nuestra vida; te prometemos que con el auxilio de tu gracia te seguiremos desde el pesebre de Belén hasta la Cruz del Calvario!" (19)
“Jesús quería que todo el mundo supiera que el amor a su divino Padre era lo que lo hacía tan fiel a su voluntad: "Para que el mundo sepa que Yo amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha mandado, levántense y vamos" (Jn. 14.31).
¿Y cuáles son las características del amor de Jesús para con su Padre? Son estas nueve:
1.- Su amor fue radical: "Yo vine del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de mi Padre" (Jn. 6.38).
2.- Fue obediente: "He guardado los mandatos que me dio mi Padre" (Jn. 15.10).
3.- Renunció a sí mismo: "Yo no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. (Jn. 6.38).
4.- Fue un amor delicado: "Yo hago siempre lo que le gusta a mi Padre" (Jn. 8.23).
5.- Fue un amor de ternura: "Yo permanezco en su amor" (Jn. 15.10).
6.- Un amor de unión: "Mi Padre está en mí, y yo en Él". (Jn. 10.38).
7.- Fue un amor fidelísimo: "Padre, yo le he glorificado en la tierra, y he cumplido la obra que quisiste que hiciera" (Jn. 7.14).
8.- Un amor capaz de cualquier sacrificio: "El Padre me ama porque yo doy mi vida" (Jn. 10.17).
9.- Un amor filial y de abandono: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Luc. 23.46).
La unión de infinito amor que unen desde siempre, en la eternidad, al Padre y al Hijo, sigue siendo la misma después de la Encarnación, cuando el Hijo vino a la tierra a cumplir la misión recibida del Padre. Imagínense que grande y que perfecto debe ser nuestro amor y nuestra entrega al Padre, para poder decir que somos una copia de Jesús. Pero es el mismo Padre el que nos envía a nosotros también, así que ¡adelante y arriba! ¡Hasta el monte Santo, hasta el Tabor, hasta el Calvario, hasta la eterna gloria!...
¡Qué hermoso programa de vida! ¡Dar gloria al divino Padre imitando siempre a Jesús, haciendo como Él su voluntad! (20)

"Que sea usted una copia viva de Jesús: obediente, manso, humilde, amante de la vida oculta de Nazareth; y luego un verdadero apóstol como Jesús: en el monte, en el mar, en la ciudad, entre multitudes, entre los enfermos, con los niños, con los pobres, con todos... Y con Jesús al Tabor, y con Jesús al Calvario, para de allí subir con Él a la eterna gloria". (21)
A los novicios, en un día de retiro les explicaba así en qué consiste la transformación en Cristo: “El novicio que quiere ser como Jesús, se esfuerza por ser obediente y dócil, humilde y modesto, pobre y desprendido de todo, puro y sin mancha de pecado, compasivo y generoso, recogido y silencioso; así era Jesús. Y era además penitente y mortificado, prudente y circunspecto, ordenado, abnegado, hombre interior, todo en Dios. Y amó a todos hasta dar su vida en la cruz para salvarnos.
Si un novicio pone toda su buena voluntad para ser como Jesús, entonces el mismo Jesús lo recibirá como su discípulo y lo hará santo, lo hará feliz, lo hará su apóstol, lo abrigará en su corazón, lo amará como muy suyo, lo bendecirá al despertar y lo guiará en todo el día, lo custodiará siempre, lo guardará toda su vida, y estará con él en su muerte. (22)
"Entre nosotros no hay más que un maestro: JESÚS. Y todos trabajamos con entusiasmo por seguir sus pasos: Pensando como Jesús, hablando como Jesús, viendo las cosas y las personas como Jesús... ¡Oh Jesús amadísimo, esto es lo que te prometemos con toda el alma: seremos como tú, rectos, sencillos y buenos con todos! buenos con los sacerdotes a quienes amas con predilección. Buenos con los que nos aman y buenos con los que nos persiguen, como te persiguieron a ti. Buenos con las almas buenas, y más buenos con los pobres pecadores... Sí, con tu gracia, sabremos sacrificarnos por todos y ver a cada hermano con entrañable amor... Como tú". (23)
"Nuestro camino es Jesús crucificado. Sea usted como una hostia consagrada: llena de Jesús, nuestro Maestro y modelo. Un Misionero del Espíritu Santo debe ser mártir voluntario, aceptar cualquier cruz por amor a Jesús, mártir de su deber hasta la muerte, mártir de su apostolado hasta recibir la corona. Eso es ser una copia de Jesús". (24)

EL AMOR A JESÚS

"Pídanle a Jesús que lo amemos apasionadamente. Esa es mi oración constante. Eso es lo que pido para mí y para cada uno de ustedes". (25)
"Ame a Jesús con todo su entusiasmo, ámelo sin medida. Él es su Sostén, su Luz, su Vida, su Esposo, su Todo". (26)
"Jesús la ama, hija, como Él solo sabe amar. ¿Cómo lo ama usted? ¿Verdad que sin límites? haga mucha oración cuantas veces pueda durante el día, vaya a saludar a Jesús, y dele las gracias mil y mil veces por todo lo que ha hecho por nosotros; devuélvale amor por amor. Sea fiel a Jesús y sea feliz en su amor". (27)

"¡Dios, Dios, Dios!... les he repetido miles de veces y ahora digo también con mucha frecuencia: ¡Jesús, Jesús, Jesús, Jesús!... Y al decir JESÚS, veo todo lo que Él ha hecho por nosotros... Por amor a cada uno Él lo dio todo... ¿No es Justo darnos a Él y amarlo sin medida?

Cada día lo vivimos en el amor de Jesús. La mirada de Jesús resucitado es de amor infinito e incomparable sobre cada uno de nosotros. "Vive siempre para interceder por nosotros ante el Padre", y nos obtiene más y más favores, más y más perdones, más y más misericordias.

En medio de las sequedades luminosas de la fe, muy amados hijos, tengan presente siempre, y a todas horas, que Jesús los está mirando, y que esa mirada es de puro amor, y envuelve cada una de nuestras almas en su misma Alma.

Que el mismo Jesús, que es toda nuestra esperanza, nos conceda lo único que deseamos: Ser suyos, hasta la más pequeña vibración de nuestro espíritu.

Que Jesús nos guarde a todos en su amor, y en el de su divino Padre, y en el del Espíritu Santo, los tres un solo Dios". (28)

“Apenas entré a mi retiro hace dos días, y ya me veo como un leproso. Tengo la visión muy clara de un alma llena de miserias: ¡es la mía! Esto es muy doloroso y muy bueno. Pida junto conmigo un cambio radical de mi vida, una conversión completa.

La bondad de Jesús para conmigo es tan grande, tan incompresible... Y mi ingratitud tan negra, en todos los campos...

Pero tengo plena confianza, porque su misericordia es infinita para con los que lo aman, y a pesar de todo, yo lo amo de verdad". (29)


JESÚS EN LA EUCARISTÍA


Sería interminable este capítulo si quisiera escribir aquí todo lo que hay en las cartas y pláticas del Padre Félix sobre el amor a Cristo.

Solo quiero añadir un aspecto muy marcado del amor a Jesús en la espiritualidad de nuestro fundador, y es su devoción a Jesucristo presente en la Eucaristía. Es verdad que Cristo, como Dios, está en todas partes, pero el hombre, el hijo de María, el que se llamó Jesús, el Que vivió en la tierra y murió por nosotros, está solo en los esplendores de su gloria y en las hostias consagradas. Pues bien, siempre impresionó al padre Félix esa presencia física de la humanidad de Cristo en nuestros sagrarios. Y concretizó su amor y gratitud hacia Jesús dedicando muchas horas de su vida, del día y de la noche, a la adoración de Cristo oculto en el pan de la Eucaristía.

Con mucha frecuencia hablaba a los novicios de "estar con Jesús ante el Sagrario", de "adorar a Jesús presente en la hostia consagrada", de "acompañar a Jesús que se queda solo en las iglesias", de "visitar a Jesús muchas veces al día" de "consolar a Jesús, y compensarlo, por tanto olvido, por tanta indiferencia, por tantos pecados..."

Terminemos, pues, este capítulo, con algunos párrafos en los que el padre Félix nos habla del amor a Jesús Sacramentado:

"La Eucaristía es la manifestación suprema del amor de Jesús, no solo para su Iglesia, sino para cada uno de nosotros. Así lo dice el Concilio de Trento: "Nuestro Salvador, antes de dejar este mundo, para volver a su Padre, instituyó el Sacramento de la Eucaristía en el cual derramó las riquezas de su divino amor hacia los hombres" (S.13. C.2).

Si consideramos en la Eucaristía las tres dimensiones del amor que San Pablo admira en la Encarnación (Ef. 3.18), veremos que están también en este Sacramento admirable: en la profundidad no hay límites, porque es el infinito quien se nos da. En la anchura tampoco, porque se da a todos sin excepción. Ni en la longitud, porque se da a cada instante hasta el fin de los siglos.

Aunque el Señor nos confié numerosos ministerios, el centro de nuestra vida es la Eucaristía. Nuestra alma no se aparta de ese centro, y allí encuentra nuevas fuerzas para su apostolado.
¡Más Sagrario, hijos míos, mas Sagrario en cada uno de nuestros días!" (30)
"Nuestra espiritualidad es de amor a Jesús Sacramentado. Guardamos nuestro corazón en el Sagrario, junto al Corazón de fuego de Jesús, para que nos enciende en su fuego y en su amor". (31)
"Cristo se queda presente en cada hostia consagrada, y allí actualiza su oblación sacerdotal, y nos invita a la unión intima y personal con Él. Por eso la oración ante el Santísimo Sacramento es nuestro modo característico de orar, y exige de nosotros particular fidelidad. Es así como nos unimos a Cristo en su continua glorificación al Padre y en su intercesión en favor de los hombres". (32)
"Dedicaremos cada día al Señor, una hora de oración ante Jesús presente, en el Sacramento de la Eucaristía.
Como una práctica muy conforme con nuestro espíritu y misión, recomendamos dedicar además un tiempo durante la noche a la adoración de Jesús Sacramentado, aún a costa de un especial esfuerzo". (33)
"Yo vivo una vida algo distinta ahora, con estos dolores que me han clavado a los pies de Nuestro Señor. No hago nada más que decirle que se haga su voluntad. Comprendo que estos días de dolor son días de gracias. ¡Y qué consuelo, aunque tan enfermo, poder pasar largas horas a los pies de Jesús en nuestra capilla!". (34)

CITAS
1.- Platica a los novicios. 14 sep. 1932.
2.- A las Hijas del Espíritu Santo. 3 marzo, 1929.
3.- Apuntes. 22 sep. 1929.
4.- Carta a la casa de Roma. 1 agosto 1930.
5.- Apuntes. 17 abril, 1924.
6.- Apuntes. 14 nov. 1921.
7.- A la casa de Roma. 13 enero 1932.
8.- Ibíd. 25 de oct. 1931.
9.- Plática a los estudiantes 7 enero 1929.
10.- A Roma. 20 jun. 1931.
11.- Ibíd. 13 abr. 1929.
12.- A un religioso. 20 sep. 1928.
13.- Borrador para la Const. de 1929.
14.- Plática a los novicios. 9 feb. 1930.
15.- Ibíd. –
16.- A Roma.
17.- Plática a los estudiantes. 17 enero, 1932.
18.- 25 de dic. 1932.
19.- Comentario a las Constituciones. 15 abr. 1934.
20.- Carta a un sacerdote. 20 marzo, 1934.
21.- Carta al P. José M. González. 19 marzo, 1919.
22.- Plática a los novicios. 6 sept. 1918.
23.- Carta a Roma. Sin fecha.
24.- A un misionero. 3 dic. 1923.
25.- AI P. V. Mendez. 17 dic. 1923.
26.- A una religiosa. 22 de junio 1924.
27.- A una religiosa. 6 dic. 1928.
28.- A la casa de Roma. 5 mayo 1930.
29.- Retiro. 4 Nov. 1925.
30.- Retiro. 22 de abril, 1934.
31.- Carta a Roma. Sin fecha.
32.- Constituciones No. 48.
33.- Ibíd. No. 96.
34.- A la casa de Roma. 29 abr. 1934.

CAPÍTULO XIX

EL ESPÍRITU SANTO


El Espíritu Santo es también esencial en la espiritualidad del Padre Félix, no solo porque es la tercera Persona de la Santísima Trinidad, inseparable del Padre y del Hijo, sino porque su acción en nosotros es indispensable para seguir a Jesús como Hijo del Padre, como Sacerdote-Víctima, y como el Ungido por el Espíritu de Dios.

Hemos visto cuanto insistía el Padre Félix en imitar o copiar en todo a Jesús, pero más que nada en su amor filial al Padre. Ahora bien, según la Revelación, el que pone en nuestros corazones este sentimiento filial es el Espíritu Santo: "Para mostrar que ya somos sus hijos, Dios envió el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones, y es ese Espíritu el que nos hace gritarle: ¡Padre mío!" Gal. 4.6.

Y en cuanto a nuestro amor a Jesús y nuestra unión con El, no tendríamos la menor posibilidad si el Espíritu Santo no obra en nosotros: "Nadie puede decir: ¡Jesús es el Señor! si no está hablando por el poder del Espíritu Santo. Y nadie puede maldecir a Jesús si el Espíritu Santo está obrando en él" (Cor. 12.13). Esto quiere decir que no podemos ni siquiera tener fe en Cristo ni reconocerlo como Señor, sin la acción del Espíritu Santo en nosotros. Mucho menos podríamos comprender el misterio de su sacerdocio, de su sacrificio, de su dolor, de su Cruz... Por eso al despedirse Jesús de sus discípulos, pocas horas antes de que comenzara su Pasión, les dice estas palabras: "Quisiera decirles muchas cosas, pero ahora no podrían ustedes comprenderlas. Hasta que venga el Espíritu de la verdad, El los guiará a toda verdad" Jn. 16.12.

El padre Félix explicaba muchas veces porqué el símbolo del Espíritu Santo (La Paloma), está sobre la Cruz y sobre el corazón de Cristo en el emblema de las Obras de la Cruz, y al hacerlo se refería siempre al texto de la Carta a los Hebreos: "Por medio del Espíritu Eterno, Cristo se ofreció a sí mismo a Dios como sacrificio sin mancha" Heb. 9.14.

Si la Escritura nos muestra a Jesús movido siempre por el Espíritu Santo, cuanto más lo estuvo en aquel momento cumbre de su misión redentora, de su obediencia al Padre, de su sacrificio Sacerdotal.

Y así también nosotros, solo bajo el impulso del Espíritu Santo tendremos el amor y la luz que son necesarios para vivir como ofrendas de holocausto en unión de Jesús, Sacerdote y Víctima.

Y por último, tengamos en cuenta que estaríamos muy lejos de ser una reproducción de Cristo, si no somos hombres llenos del Espíritu Santo; porque Jesús era eso, el Ungido por el Espíritu:


"He visto al Espíritu Santo bajar del cielo como una paloma y quedarse sobre El. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: 'Aquel sobre quien veas que el Espíritu baja y se queda con El, es el que bautiza con Espíritu Santo' ". Jn. 1.32 y 33.

"Jesús lleno del Espíritu Santo, salió del río Jordán, y el Espíritu lo llevó al desierto. Allí estuvo cuarenta días". Luc. 4.1

"Y Jesús volvió a Galilea, lleno del poder del Espíritu Santo. Y llegó a Nazaret, y entró en la sinagoga como era su costumbre; y se puso de pie para leer las Escrituras. Le dieron a leer el libro del profeta Isaías, y al abrirlo, encontró el lugar donde estaba escrito: 'El Espíritu del Señor esta sobre mí, porque me ha ungido, para que yo lleve a los pobres la buena noticia'... Jesús dijo entonces: 'Hoy mismo se ha cumplido esta Escritura delante de ustedes". Luc. 4.14.

"En ese momento, el Espíritu Santo llenó de alegría a Jesús, y exclamó: ¡Yo te alabo, padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste a los sabios y entendidos. Si, Padre te alabo porque así lo has querido!" "Movido por el Espíritu Santo, dio instrucciones a los apóstoles que había escogido, sobre lo que debían hacer." Hech. 1.2.

"El que ha sido enviado por Dios, (Jesús) habla las palabras de Dios, porque Dios le da su Espíritu sin medida". Jn. 3.34.

Recordemos que Jesús afirmaba que El realizaba las curaciones y milagros con el poder del Espíritu Santo, de tal manera que los que decían que obraba con el poder de Satanás, estaban blasfemando contra el Espíritu Santo. (Mat. 12.31).

Ante la lectura de estos textos tenemos una visión clara de que Jesús era un hombre lleno del Espíritu Santo, ungido por el Espíritu Santo, movido por el Espíritu Santo, y destinado a "bautizarnos con Espíritu Santo", es decir, a compartir con todos su UNCIÓN. Hasta los nombres que le damos nos recuerda este hecho tan fundamental y tan olvidado: CRISTO, quiere decir 'El Ungido'. Y cuando decimos: JESUCRISTO, estamos diciendo 'JESÚS EL UNGIDO'. Y Jesús no recibió del Padre otra unción sino la del Espíritu Eterno.

La misión esencial de Jesús ahora y por siempre es darnos su Espíritu según nos lo dice la Revelación. El día de Pentecostés, Pedro explica al pueblo asombrado que es lo que acaba de suceder:

"Dios ha resucitado a ese mismo Jesús, y de ello todos nosotros somos testigos. El fue levantado para ir a sentarse a la derecha de Dios, y recibió del Padre el Espíritu Santo que había sido prometido y ahora lo está repartiendo. Eso es lo que ustedes han vista y oído". Hech. 2. 32.

Ahora bien, si nosotros no somos hombres llenos del Espíritu de Dios, movidos por el Espíritu de Dios, y capaces de comunicar al Espíritu Santo como instrumentos de Cristo, entonces "Qué tenemos que ver con el Ungido, o en que nos parecemos a Él?.. Con cuánta razón decía San Pablo: "El que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo". Rom. 8.9.

Claramente se desprende de lo dicho porqué el Espíritu Santo no es algo sobrepuesto en la espiritualidad del padre Félix, sino es alguien cuya presencia es absolutamente esencial.

Veamos ahora algunos textos de los escritos de nuestro fundador, tomados entre muchos, en los que nos habla del Espíritu Santo:

"La expresión de San Pablo: 'El Espíritu Santo nos hace gritarle a Dios: ¡Padre mío! '(Gal. 4.6) quiere decir que el Espíritu Santo es quien nos lleva al Padre así como el amor precipita al niño en los brazos de su madre con gritos de alegría. En otros términos, el Espíritu del Hijo nos enseña a tratar a Dios como Padre nuestro. Solo Él puede inflamarnos en el amor al Divino Padre". (1)

"San Pablo nos dice que: 'Los que son movidos por el Espíritu Santo, esos son hijos de Dios' (Rom. 8.14). Estamos llamados a ser hijos de Dios. Pero ¿Quiénes son realmente hijos de Dios? Los que el Espíritu Santo fortalece para que sigan el camino de Dios, después de haberles dado luz para conocerlo. ¡Qué más podemos desear en este mundo que ser dirigidos por el Espíritu Santo para ser más y más hijos de Dios! Pues bien, todo aquel que busca al Espíritu Santo, obtiene la gracia de ser fortalecido y guiado por El". (2)

“¿Qué fue lo más esencial en la vida de Jesús? Ser dócil al Espíritu Santo para cumplir en todo la voluntad del Divino Padre.

Pues esto es también lo esencial en nuestra vida. Ustedes serán verdaderos religiosos si el día de su muerte pueden decir con verdad: Padre, desde que entré al noviciado, nunca quise hacer mi voluntad, sino siempre la tuya, con la luz y la fuerza del Espíritu Santo". (3)

"Espíritu Santo, hoy quiero renovar mi total consagración a Ti, porque tú eres Aquel que el Padre y el Hijo me han enviado, tu eres el otro Paráclito que Jesús nos prometió. Te consagro, pues, todo mi ser para que me poseas plenamente y tengas sobre mí un dominio absoluto, sin límites ni restricciones de ninguna clase. Quiero que seas Tú mi Guía, mi Luz, mi Fuerza, y todo el amor de mi alma. Me abandono sin reservas a tu divina voluntad, y te pido la gracia incomparable de ser siempre dócil a tus inspiraciones".

Te consagro mi alma para que sea siempre tu templo. Mi memoria, para que me recuerdes las palabras y acciones de Jesús. Mi corazón con todos sus afectos, para que cautivado por las delicias del amor divino, encuentre en Ti la Paz interior, tus consuelos, tus dones y tus frutos.

En fin, te consagro mi cuerpo, y cuanto tengo y soy, para que plenamente poseído por ti, Espíritu de amor, sea tu apóstol, y logre que miles de almas te amen.

"Ámame Tu, más y más, y que tu amor me santifique, a mí y a todos los que yo amo. Amén" (4)

El padre Félix quería multiplicar por todas partes a los apóstoles del Espíritu Santo y para esto fundó una asociación llamada "Familia del Espíritu Santo" (el 20 de agosto de 1917). Su lema era AMAR AL ESPÍRITU SANTO Y HACERLO AMAR. Llegó a contar con más de 80,000 miembros en toda la República Mexicana.

En el manual que el Padre Félix escribió para ellos dice: "Queremos amar con entusiasmo al Espíritu santo. Queremos ser sus apóstoles incansables. No dejaremos pasar un solo día de nuestra vida sin extender esa devoción, que trae a las almas vida, luz, fortaleza y amor. Busquemos para el Espíritu Santo nuevos amigos ardientes. Hagamos amar al Espíritu de amor, al que es Amor, y esperemos con toda confianza, por este apostolado santo, las gracias mas preciosas y una especial gloria".

"¡El Espíritu Santo es Dios!" Lo sabemos y lo creemos. Pero hay que VIVIR NUESTRA FE con entusiasmo y con amor ardiente. Tenemos entre manos una obra grande entre todas: llenar del Espíritu Santo los corazones de todos los mexicanos. ¡Y entonces qué cambios habrá en esta amada nación! Familia del Espíritu Santo, ¡manos a la obra! (5)

"¡Sí, sí! Que todo el mundo sea consagrado al Espíritu Santo, at Espíritu dulcísimo del Padre y del Hijo, y que no exista un solo corazón donde no viva y reine el que es Amor, Unión y Paz.

Creemos firmemente que el reinado del Espíritu Santo en la tierra apagará los odios, sembrará el amor fraterno en los corazones, y uniendo a todos los hombres como verdaderos hermanos, realizará en el mundo la única paz verdadera" (6)

"¡Cuántas almas deseosas de perfección están estancadas porque no invocan al Espíritu Santo, lo tienen olvidado en todo el transcurso de su vida espiritual! ¡Desean ser santos sin el santificador"!

Pero no podemos pedirle al Espíritu Santo que venga a poseernos si hay en nosotros cosas que impiden la íntima unión con El. Por eso los antiguos monjes hacían esta pregunta a los que querían ingresar a sus conventos: 'Hermano, ¿traes tu corazón vacío para que pueda llenarlo el Espíritu Santo?'.

Y no está todo en recibir al Espíritu Santo, es necesario hacer fructificar sus tesoros ¡Cuantos reciben al Espíritu Santo en el Bautismo y en la Confirmación, y que pocos son los que cultivan sus dones y su trato!

Y nosotros ¿lo amamos de veras, lo consultamos, le hablamos, y estamos muy atentos a sus inspiraciones?" (Plática. 9 dic. 1932).

"Cuando se examinan uno por uno los pasajes de la Escritura relativos al Espíritu Santo, se ve luego que la misma idea vuelve sin cesar bajo formas distintas: la idea de vida.

La plática de hoy será sobre la intimidad con Aquel que llamamos Señor y dador de vida. Aquel que es el Alma de nuestra alma" (Retiro a los novicios. 1929). (7).

"San Pablo dice que 'fuimos bautizados para formar un solo cuerpo, cuya alma es un mismo Espíritu, del cual se nos dio a beber a todos' (1 Cor. 12.13). Quiere decir que así como el cuerpo se sumergía en el agua del bautismo, así nuestra alma se sumerge en el Espíritu Santo, y que en virtud de esta inmersión en el Espíritu de Dios, quedamos todos unidos, purificados, santificados y justificados, porque al ser sumergidos en el Espíritu Santo, quedamos completamente impregnados de Él. Y un símbolo de esta abundancia, en el lenguaje de Jesús mismo, son aquellos ríos de agua viva que manarán eternamente del corazón de cuantos creen en Él'. Jn. 7.38 (8)

"Dios nos ha dado a todos como Director Espiritual al Espíritu Santo. ¡Qué precioso es sentir en nuestra vida espiritual que no estamos solos! Los hombres de oración lo sienten. Pero muchas veces, aunque el Espíritu Santo está siempre con nosotros (1 Cor. 3.15 y 6.19) y habita en nosotros como en su templo, nosotros no lo tenemos en cuenta, no lo consultamos, no platicamos con Él. En la oración es donde se le habla, y en donde Él responde. No es una cosa extraordinaria. Es lo que debe ser" (9)

"Aunque el Espíritu Santo es omnipotente, jamás anula nuestra libertad, de manera que podemos oponernos a su acción divina, luchar contra el Espíritu Santo, y expulsarlo de nuestro corazón. Por eso San Pablo dice a los Efesios que no le causen tristeza al Espíritu Santo y que no extingan su llama.

Pero nuestra libre voluntad puede elegir también entregarse al Espíritu Santo y la fidelidad con la cual le obedecemos aumenta la medida de su acción y de su eficacia en nosotros.

Utilicemos todos los tesoros que Dios nos ha dado ya en el estado actual en el que vivimos, y no perdamos tiempo con planes y deseos inútiles. Estemos bien concientes de que en los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación hemos recibido ya las gracias suficientes para hacernos santos, por eso, en lugar de pedir más, seamos mas fieles y apliquémonos a utilizar las riquezas que ya poseemos.

Somos ricos con la riqueza misma de Dios, y no podemos imaginar siquiera cuan grandes son los tesoros que Dios ha puesto en nuestras manos para que los multipliquemos, por medio de una perfecta correspondencia a las mociones de su Espíritu" (10)

"Querida hija, ame mucho al Espíritu Santo, y esté muy atenta a sus inspiraciones, que son muy frecuentes. El Espíritu Santo nos habla interiormente, y muchas veces, si no lo escuchamos es porque hay mucho ruido en nuestra alma, nosotros mismos lo hacemos con la memoria y la imaginación. Otras veces si escuchamos la voz del Espíritu Santo, pero nos hacemos sordos, porque nos pide superación, esfuerzo y sacrificio. Y hay algo que nos debe causar mucha tristeza: cuando decimos que no al Espíritu Santo, esa gracia pasa, y no vuelve jamás..." (11)

"Todos los dones del Espíritu Santo son valiosos y deseables, todos son necesarios; pero tal vez el que más necesitamos en la práctica, es el don de fortaleza. Porque somos débiles, y tendemos a estar subiendo y bajando en nuestra vida espiritual. Esa es la realidad de muchos cristianos y aun de muchos religiosos: subir y bajar. Pero la vida de los santos es subir sin cesar y mantenerse en las alturas conquistadas, y para eso necesitamos el don de fortaleza, para seguir siempre, sin cansarnos, el único camino que va hacia arriba, y que es Jesús crucificado. Pero ¿podemos acaso seguirlo con nuestras propias fuerzas? Dios nos libre de pensarlo. Lo lograremos solamente si dejamos que el Espíritu Santo obre en nosotros. Pero eso de 'dejar actuar al Espíritu Santo' no es una actitud pasiva, sino un amor activo que abre bien los ojos para seguir los caminos que señala el Divino Espíritu.

¡Vamos adelante! Con esa confianza que produce el amor apasionado a Dios. Esta pobre vida no es más que un esfuerzo que Dios nos pide para secundarlo Él con su gracia: 'No yo, sino la gracia de Dios que está conmigo' (1 Cor. 15.10) ¡Qué palabra tan consoladora!

Que cada uno pida al Espíritu Santo, para sí mismo y para todos, el don de fortaleza, que supla nuestra innata debilidad". (12)

"Queridos hijos, consideren su vocación tan sublime, y préstense de veras para que el Espíritu Santo habite en sus almas y las posea plenamente" (13)

"Estudien más y más, amados hijos, la teología del Espíritu Santo para dar a su piedad bases sólidas, y poder amar de veras a la Tercera Divina Persona". (14)

“Como deben ser directores espirituales, recuerden con frecuencia que son instrumentos del Espíritu Santo en la obra de la santificación de las almas. Por lo tanto, sean devotísimos del Divino Espíritu, y pídanle constantemente la gracia de ser hombres de oración". (15)

"Bajo el impulso del Espíritu Santo imitaremos a Jesús, en su amor obediente al Padre y en su amor humilde a los hombres".

"Conscientes de que sólo puede transformamos en Cristo el Espíritu Santo, nos consagraremos a Él y seremos dóciles a sus inspiraciones". (16)

"Predestinados a reproducir la imagen del Hijo, nos dejaremos guiar por el Espíritu Santo hasta ser transformados en Jesús crucificado. Sólo este Espíritu Divino que habita en nuestros corazones nos transformará en ofrenda permanente junto con Jesús, y nos llevará al conocimiento pleno del misterio de Dios y de la Cruz. Por eso nuestra vocación nos consagra de manera especial al Espíritu Santo y nos pide que seamos devotísimos de este Divino Espíritu". (17)

"Recibe, Espíritu Santo, la entrega absoluta de todo mi ser, dígnate ser mi luz, mi Guía y mi Fuerza en cada una de mis acciones. Te pido ser fiel a todas tus inspiraciones, y que hagas de mi una imagen verdadera de Cristo Jesús". (18)

Podríamos sintetizar en esta formula la espiritualidad del Padre Félix: Transformarnos en Jesús haciendo perfectamente la voluntad del Padre, bajo la dirección, la luz y la fuerza del Espíritu Santo.

En otros escritos, el padre Félix insiste en que nuestro seguimiento de Jesús debe ser principalmente como Sacerdote del Padre, movidos por el Espíritu Santo.







CITAS:

1-Plática a los novicios. 14 oct. 1924.
2-Revista La Cruz. Enero 1927.
3-Plática a los estudiantes. 12 oct. 1932.
4-En una libreta. Sin fecha.
5-Revista Pentecostés. Abril 1924.
6-Manual de la devoción al Espíritu Santo.
7-Retiro a los novicios. 1929.
8-La Cruz. Nov. 1927.
9-Plática a un grupo de sacerdotes. Oct. 1931.
10- Apuntes para una plática. Sin fecha.
11-A una religiosa. 6 de feb. 1931.
12-A la casa de Roma. 1 jul. 1930.
13-Ibíd. 24 enero 1931.
14-Ibíd. 8 abr. 1934.
15-Constituciones. No. 202.
16-Ibíd. Art. 2.
17-Ibíd. Art. 8.
18-Manual para la Familia del Espíritu Santo.


CAPÍTULO XX

MARÍA


Ya hemos hablado de la profunda devoción del padre Félix a la Madre de Jesús. Pero no pensemos que este elemento de nuestra espiritualidad es simplemente una piadosa importación desde la Sociedad de María a los Misioneros del Espíritu Santo; no es algo María entra de suyo en la espiritualidad de la Cruz por su intima relación con Jesús, Sacerdote y Victima.

María es el modelo de todo aquel que quiera seguir a Jesús como Sacerdote y Ofrenda perfecta al Padre.

La vemos en el templo de Jerusalén, ofreciéndole al Padre a su Jesús, con mayor realismo y con mayor derecho que ningún sacerdote en la Misa. Dios mismo quiere iluminar a María sobre la trascendencia de aquel ofrecimiento, y le envía a Simeón como profeta: "Mira, este niño está destinado a hacer que muchos en Israel caigan o se levanten. Será como una bandera por la cual se combate, y quedarán al descubierto las intenciones de muchos corazones. Pero todo esto, va a ser para ti como una espada que atraviesa tu alma". Luc. 2.34. "Y María guardaba todo esto en su corazón y lo tenía muy presente". Luc. 2.19.

Y cuando llega "la hora" de Jesús, llega también "la hora" de María. Es la hora de la Pasión, la hora de las burlas, de los golpes, de los salivazos, de la crucifixión, de la asfixia, de la agonía, de la muerte...

"Y junto a la cruz de Jesús, estaba de pie su madre". Jn. 19.25. No estaba allí como una hoja arrastrada por la tempestad que se desató contra Jesús. Ella, libremente, había ido siguiendo los pasos de su Hijo, hasta llegar al monte, y ahora estaba allí de pie, como los sacerdotes que inmolan a Dios una víctima. Y la víctima era el Hijo de todos sus amores; y también su propia alma, atravesada por la espada de un dolor más grande que el mar... Pero María no hace más que repetir las palabras que fueron el resumen de su vida: "He aquí Señor a tu esclava. Que se haga todo según tu palabra...". Luc. 1.38

Vivir la espiritualidad de la Cruz es exactamente vivir la vida de María: Ofrecer al Padre, como única ofrenda salvadora al Hijo "en quien el Padre tiene puestas todas sus complacencias"; y ofrecernos con Jesús para lo que el Padre disponga, sin límites, sin condiciones, sin reservas. Todo por la gloria de Dios, todo por la salvación de los hermanos, todo por amor.

Pero María no vivió, sino que VIVE ACTUALMENTE, haciendo ese ofrecimiento sacerdotal de Jesús y de sí misma al Padre, en aquel "santuario eterno, que no es de esta creación, donde Cristo actúa como Sumo Sacerdote, donde ofrece su sangre por siempre para obtenernos la salvación eterna". Heb. 9.11.

El sacerdocio de María es mucho más perfecto ahora que participa plenamente de la ciencia divina y del eterno amor de Dios mismo. Por eso se nos recomienda tanto hacer nuestro ofrecimiento del Verbo Encarnado y de nosotros mismos: POR MANOS DE MARIA. Es decir uniéndonos a sus intenciones, que son mucho más sabias que las nuestras; y uniéndonos a su amor que es mucho más perfecto que el nuestro. A esto se refieren las Constituciones de los Misioneros del Espíritu Santo en el número 10:

"La espiritualidad de la Congregación se actualiza ofreciendo al Verbo Encarnado y ofreciéndonos con El al Padre, por manos de María para la salvación del mundo".

Los años que vivió María en la tierra después de la ascensión de su Hijo a los cielos, son de especial interés para nosotros. Porque durante ese período de su vida María fue más cercana que nunca a todos nosotros: Vivió de fe y vivió de esperanza. Como nosotros, camino en la oscuridad, aguardando la luz. Caminó en el ansia de ver a Dios, y en el dolor de no verlo. Camino en la espera de las promesas, sin poseerlas. Caminó en el amor que anhela estar con el amado que aún está lejos. Caminó en la oración que se alimenta de pura fe. Vivió como nosotros... Sufrió como nosotros... Aguardo muchos años... Como nosotros... Y entre tanto su ocupación principal era la Iglesia naciente. Esa otra parte de su Jesús. Ese nuevo "Cuerpo de Cristo" que había que cuidar, y alimentar, y amar con la misma ternura que el Jesús de Belén... Y María se ofrecía al Padre por los discípulos de entonces, y los de ahora, y los de siempre y ejercía así su sacerdocio con su paciente espera. Nos obtenía gracias de salvación, con Cristo por El y en El.

Todo lo dicho hasta aquí queda perfectamente resumido en los números 56 y 57 de nuestras Constituciones, que aclaran porqué María es parte integrante de nuestra espiritualidad:

"Desde la Encarnación del Verbo, María ha quedado inseparablemente unida a la obra redentora y santificadora de Cristo. En la presentación al Templo, hizo la ofrenda de Jesús al Padre, y después estuvo al pie de la Cruz, aceptando con amor la muerte del Hijo, y uniendo sus propios dolores a la inmolación sacerdotal de Cristo. María fue dada como Madre por el mismo Jesús a todos los creyentes, representados en la persona del discípulo amado. María imploro con su intersección poderosa el Don del Espíritu Santo que fue derramado el día de Pentecostés.

Después de la Ascensión de su Hijo, María llevó a plenitud su misión maternal y, con el dolor de su soledad, alcanzó gracias para la Iglesia de todos los tiempos".

Naturalmente, del Padre Félix no se limita la piedad mariana al aspecto sacerdotal de la vida de María, ni a los años de su soledad, sino que abarca todo el panorama espléndido de la mariología católica.

Vamos ahora a seleccionar algunos textos escritos por el Padre Félix sobre la devoción a la Madre de Cristo. Todos están tomados de su libro titulado "María", a menos que se indique otra cosa:

"Estoy escribiendo un libro titulado "María" (Su vida, sus virtudes y su culto). Quiero ofrecerle este pequeño obsequio, aunque pobrísimo, a nuestra amadísima Madre, y espero que sirva para que todos podamos contribuir a que muchos la amen un poco más" (A Roma, 6 de oct. 1934).

"Al terminar esta obrita, viendo en María tantos privilegios únicos, tantas glorias, tanta maternal bondad, y sobre todo tanta intimidad con las tres Personas Divinas he comprendido más que nunca esta definición genial de María: 'María liber incomprehensus' dice San Epifanio. María es un libro no comprendido, impenetrable, porque personifica acercamientos inauditos entre lo divino y lo humano".

"María, en los designios eternos de Dios, fue predestinada, como ninguna otra creatura, a colaborar muy de cerca en el misterio de la Redención humana realizada por Jesucristo, sobre todo por la participación que tuvo en la Encarnación y en la Pasión y muerte de Jesús".

"La predestinación de María a la maternidad divina, establece entre el Verbo Encarnado y la Virgen Madre una conexión tan íntima, que crea entre esas dos almas una comunión de prerrogativas y de gracias. En virtud de esa asociación establecida por Dios, la humilde Virgen de Nazaret tiene un lugar señalado en todos los misterios del Salvador, desde Belén hasta el Calvario, y desde la perfecta obediencia al Padre hasta la glorificación, en cuerpo y alma, en los esplendores de la vida eterna".

"Vean ustedes con que magnificencia ejercita María su sacerdocio: en Nazaret acepta, en la plenitud de su libertad, dar al cielo y a la tierra la primera Hostia pura que va a substituir los holocaustos que Dios ya no quiere... María es como el primer altar en el que Jesús se ofrece por nosotros, en ella empieza la celebración de esa Misa que se consumará de manera sangrienta en la Cruz.

Oh Virgen Madre, tu vida ha sido plenamente sacerdotal. Tu engendraste la Victima del culto nuevo, y con tu poder especial de Madre la ofreciste al Altísimo por los pecados del mundo, y al darnos a tu Jesús desde Belén hasta el Calvario, nos diste en Ella vida, y eres por eso la Madre de todos. ¿O no es acaso verdadera Madre aquella que nos da la vida?"

"María, siendo la creatura mas amada de Dios, fue sin duda la mujer que más ha sufrido en este mundo. Sólo podríamos comprender la magnitud de su dolor si pudiéramos conocer la inmensidad de su amor a Jesús. ¿Y por qué quiso Dios que sufriera tanto? Porque su providencia amorosa quería que María fuera la que más íntimamente estuviera asociada en todo a su Hijo, y mereciera con Ella recompensa mas grande, por su obediencia y su fidelidad heroica; y para que en ella tuviéramos un constante ejemplo".

"En el sacrificio del Calvario, Jesús es a la vez Sacerdote y Víctima. Es Víctima porque es inmolado; pero es también el Sacerdote que inmola y que ofrece: "Nadie me quita la vida. Yo la doy voluntariamente". Jn 10.18. Y María tiene también ese papel de sacerdote y víctima: Es sacerdote porque libremente acepta la muerte de alguien que puede llamar ofrenda SUYA, por la salvación de los hombres; y es víctima con Cristo porque su alma queda traspasada y su corazón crucificado al contemplar el martirio de aquel que amaba más que a su propia vida.

No preguntemos porque Jesús no evitó a su santísima Madre el espectáculo, tan terrible y tan doloroso para ella, de su muerte en Cruz. Es evidente que quería asociarla a su vida y a su obra más que nunca en ese momento, en el que se consumaba la redención de los hombres. Y María aceptaba todo con tan perfecta caridad, que San Alfonso de Ligorio le aplica aquellas mismas palabras que San Juan nos dice refiriéndose a Dios Padre: "Tanto amó María al mundo que nos dio a su Hijo, para que tengamos vida eterna".

La Redención obrada por Jesucristo es la única causa verdadera, total y sobreabundante de toda nuestra salvación, sin que sea necesario que ningún otro elemento venga a unirse al Sacrificio de Jesús para que seamos justificados y santificados. Pero es Dios mismo quien bondadosamente ha querido asociarnos con Cristo en la obra redentora. Es el mismo Jesús quien nos dice: "La mies es mucha y pocos los campesinos; rueguen ustedes al Dueño de la mies para que envíe mas trabajadores a sus campos" (Mt. 9.37)

Así pues, en distintas medidas, todos somos los trabajadores de Dios; los colaboradores de Cristo en la redención humana. Unos aportan su oración, otros sus sacrificios, otros su predicación, otros la educación cristiana de sus hijos; así el esfuerzo y los merecimientos de cada uno benefician a todo el pueblo de Dios. Esto es el dogma de la Comunión de los Santos, que recitamos en el Credo, casi siempre sin entenderlo. Significa la comunicación de bienes espirituales que existe entre todos creyentes.

Es en esta línea, en la que la Madre de Jesús ha colaborado como nadie, y de una forma única y excepcional en nuestra salvación por lo cual ha merecido más que nadie el título de Corredentora".

"Para María es una misma cosa ser Madre de Jesús y ser Madre nuestra, porque Jesús ha querido hacernos UNO con El: Una sola planta con sus ramas (Jn. 15.5). Un solo cuerpo unido a su cabeza (1. Cor. 12.27).

Es lo mismo para su corazón maternal amar a Jesús y amarnos a nosotros, porque Jesús es nuestro Hermano Mayor, y nosotros somos los demás hijos del Padre. Esta seguridad de estar tan unidos con Jesús, es lo que fundamenta nuestro amor filial a María: la llamamos con toda confianza nuestra Madre del Cielo, nuestra Madre amorosísima, nuestra tierna Madre".

Este título que damos a María de "Madre nuestra" está plenamente apoyado por el concilio Vaticano II:

"María es Madre en cuanto a la vida de la gracia, porque cooperó en forma del todo singular a la restauración de nuestra vida sobrenatural, concibiendo a Cristo, dándolo a luz, alimentándolo, ofreciéndolo al Padre, y padeciendo juntamente con su Hijo mientras El moría en la Cruz.

Y con toda razón los Santos Padres consideran a María no como un mero instrumento pasivo en el misterio de la Redención, sino como una cooperadora activa en la salvación de los hombres, por su fe y por su obediencia a Dios" (LG. 56).

"Sin duda debemos mucho a nuestra madre de la tierra; pero elevemos los ojos más alto, a nuestra Madre del cielo, quien nos quiere más aún que nuestra madre de la tierra. La Santísima Virgen, la Madre de todos los Santos, la misma Madre de Jesús, es la Madre de cada uno de nosotros".

"Una vez recibida en los cielos, la Madre de Jesús y Madre nuestra no deja de colaborar con Cristo en la Salvación de los creyentes. Por el contrario, su amor, su interés y su intercesión en favor nuestro se han hecho más universales y más eficaces, de manera que con justa razón es llamada: Abogada nuestra, Auxiliadora, Socorro de los cristianos, Refugio de los pecadores, y nuestra Mediadora ante su Hijo, el Señor".

"Hay una frasecita en su carta que me ha llegado al alma, y es un grito de amor y de gratitud a la Santísima Virgen. Yo la amo mucho más ahora, después de haber escrito el libro de "María", pues tuve que leer muchas cosas muy interesantes de nuestra amada Madre del cielo. Desde entonces, además de mi meditación ordinaria, dedico cada día un tiempo especial para meditar en la vida de María. Esta mañana estuve pensando en su vida de intimidad con Jesús en su casita de Nazaret" (Carta a un estudiante. 23 de agosto, 1936).

"Buscamos la voluntad de Dios, y en primer lugar hay que buscarla en la línea del amor. ¿Y qué nos pide en esta línea? Que lo amemos a Él con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas; pero también a las creaturas, sobre todo a las que Él más amó. Aquí entra en primer lugar la Madre Santísima de Jesús" (Plática a los novicios, 8 de mayo de 1932).

"En el amor a María, nuestro modelo es Jesús" (frase que repetía mucho).

"Doy gracias a Dios porque he visto que ustedes lo buscan con ansias en todos los actos de su vida religiosa como Misioneros del Espíritu Santo. Pero nuestra vida es difícil, y necesitamos quien nos ayude. Busque apoyo constante en el corazón maternal de María. Ella lo quiere más que nadie, y le ayudará en todo lo que está haciendo y en todo lo que piensa hacer.

Cuando participe en la Eucaristía, ocupe un lugar bien cerca de la Madre de Jesús, allí al pie de la Cruz, donde estaba San Juan. Ella le enseñará cómo debe ofrecer ese santo sacrificio.

Gánese desde esta vida, en el corazón de María, el puesto que quiere ocupar en él durante toda la eternidad" (Carta a un hermano coadjutor. 12 de abril 1936).

"Oh María, mi amadísima Madre, me consagro a ti con todas las energías de mi alma. Hoy, mañana, y todos los días de mi vida quiero ser tuyo, quiero unir íntimamente mi vida a la tuya, y tratar de imitarte en tu amor, en tu pureza, y en tu humildad". (Plática a los Apostólicos de 4º. año).

En una libreta, encontramos esta pequeña "carta" que el padre Félix dirige a la Santísima Virgen. Está fechada el 29 de marzo de 1937. Ya sólo le quedaban unos meses de vida:

"Madre mía amadísima: Te saludo con todo el cariño de mi alma, y te vengo a participar una grande alegría".

Yo siento muy claro, muy fuerte, que Jesús, en su infinita misericordia, ha aceptado que yo corra de su cuenta, de una manera especial, para que me convierta en estos últimos días, y sea muy fiel a las gracias de Dios.

Te escribo Madre para pedirte humildemente que me ayudes a corresponder totalmente al amor de Jesús. ¡Contigo, todo puedo!

Tu hijo Félix, que tanto te ama y pide tu bendición".

He aquí otra de las fórmulas en la que el Padre Félix resume de manera muy concisa toda su espiritualidad:

"Ser hostias en honor del Padre, en unión con Jesús y María, bajo la moción del Espíritu Santo, para la salvación de todos".

Vamos a terminar este capítulo con esta cita luminosa de Pablo VI.

"Debido al puesto singular que María ocupa en el plan redentor de Dios, le corresponde un culto también singular.

Este culto íntimo a María, no nos aparta para nada de la única fuente de verdad, de vida y de gracia, que es Cristo; por el contrario nos conduce a Él, nos une a Él y nos asemeja a Él. Porque la devoción a María, lejos de ser un fin en sí misma, es un medio esencialmente ordenado a orientarnos hacia Cristo, y de esta forma unirnos al Padre en el amor del Espíritu" (Discurso. 21 de noviembre, 1964).