domingo, 21 de julio de 2013

Santiago 2,18 LA FE SIN OBRAS



Tal como lo he prometido, trabajaré en la segunda parte del estudio sobre la fe de los demonios y en cómo Santiago 2, 19 no apoya la noción de que la fe necesita de obras para ser considerada una fe salvadora o aquella noción de que la fe intelectual, entendida como el simple asentir intelectualmente a una proposición, no es suficiente para ser salvos, más por ahora, a fin de crear un contexto general sobre el cual trabajar ese punto en particular, comentaré brevemente Santiago 2, 14-26.
Antes de comenzar, les llamaré la atención a dos versículos claves a la hora de entender a que se refiere Santiago cuando habla de “la fe”: versiculos 14 y 18. Tener claridad sobre lo que estos dos versículos dicen nos iluminará toda la sección así como también despejaran toda noción de contradicción y pondrán en armonía las palabras de Santiago con el resto del testimonio Bíblico.
Vamos con el comentario:
Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?
Santiago 2, 14
Vemos expuesto aquí el pecado que Santiago quiere enfrentar en las siguientes palabras: “¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras?”, es decir, el pecado de una profesión de fe carente de evidencias que demuestren su realidad. Que el problema es la profesión de fe y no la fe en sí misma es evidente, pues Santiago nos habla de alguien que “dice que tiene fe”, es decir, que profesa creer, pero cuyo problema es que “no tiene obras” que demuestren la veracidad de tal afirmación.
Santiago pregunta: “¿De qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras?”, es decir, ¿Qué provecho le trae a alguien que carece de evidencias de tener fe el hecho de decir que cree? Y luego pregunta “¿Podrá la fe salvarle?”. Aquí no debemos confundirnos. Cuando Santiago habla de “la fe” no se refiere a la facultad de creer, sino, como nos lo ha informado anteriormente, a una profesión de fe carente de evidencias que demuestren su realidad. Tal persona no debiese confiarse en que por el simple hecho de decir que cree entonces su fe es verdadera, pues su carencia de obras demuestra lo contrario, es decir, que lo que afirma es falso. En consecuencia, aquella “fe”, entendida como una profesión carente de sustancia o realidad, no le salvará.
Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.
Santiago 2,15-17
Para establecer su punto, Santiago nos pone un ejemplo. Nos dice que “si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?”, es decir, la meras palabras de misericordia hacia un hermano en necesidad no le aprovechan en nada al hermano y, al contrario, demuestran lo vacío y carente de realidad de aquellas palabras. La misericordia se expresa no solo en las palabras, sino en los hechos y, en este caso, una misericordia verdadera se expresará en el hecho de suplir las necesidades del hermano en necesidad, y no solo lanzar unas cuantas palabras huecas al viento que aparentan piedad, pero no la demuestran. Juan nos exhorta a lo mismo en 1 Juan 3,16-18, donde vemos que el tema es la piedad de la boca para afuera, pero carente de obras que demuestren su realidad.
A partir de este ejemplo, Santiago concluye “así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma”, es decir, que una profesión de fe que no se manifieste a sí misma en buenas obras da evidencias de la inexistencia de aquello que se dice tener y, en consecuencia, de la falsedad de aquella profesión. La fe que aquella persona dice tener “es muerta en sí misma”, es decir, es irreal, inexistente, solo de palabra pero carente de sustancia (Isaías 29,13; Tito 1,16).
Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan.
Santiago 2,18-19
Tenemos aquí otro versículo clave a la hora de entender el mensaje de Santiago, quién, en un reto irónico antes de entrar a reprender al “hombre vano”, dice: “Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras”. Santiago enfrenta al “hombre vano”, aquel que cree que por el simple hecho de decir que “tiene fe” entonces se ha de creer su profesión a pesar de que “no tiene obras” que manifiesten la realidad de tal profesión, con un reto imaginario, en donde se le exige que pruebe la existencia de su fe “sin (sus) obras”, algo evidentemente imposible, mientras su retador le mostrará su fe “por (sus) obras”. El tema sigue siendo la justificación de una profesión de fe, y no la fe en sí misma, tal como el reto nos lo evidencia. La palabra clave es “mostrar”. La fe es una facultad intelectual, y como tal es invisible al ojo humano; solo Dios sabe donde Él mismo ha obrado fe, pues la fe es don Suyo y, además, Dios mira el corazón. Sin embargo, la fe se muestra a sí misma hacia otros en los efectos que produce en aquel que la posee, específicamente por medio de las buenas obras. De aquí se concluye que una profesión de fe carente de buenas obras no solo no puede justificarse ante otros, sino que da evidencia clara de que no existe fe salvadora en aquella persona. Tal persona se engaña a sí misma y pretende engañar al resto.
La ironía continúa cuando Santiago contrasta al “hombre vano” con “los demonios”: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan”. Que Santiago está siendo irónico es evidente por el hecho de supuestamente felicitarle por su fe en un artículo básico de la fe Cristiana, “que Dios es uno”, para luego compararle con quizás los seres más impíos de la Creación, “los demonios”. Incidentalmente, Santiago concuerda en que la fe consiste en asentir intelectualmente a una proposición que, en este caso, sería la proposición “Dios es uno”, y, a su vez, si bien de manera irónica, concuerda que aquella fe es algo bueno cuando dice “bien haces”. Pero la ironía no va dirigida al concepto mismo de fe, sino a la profesión de fe del “hombre vano”.
Ahora bien, contrario a lo que se nos dice generalmente, este versículo no enseña que la fe intelectual es insuficiente. Se nos dice esto de acuerdo al siguiente razonamiento: Si los demonios tienen esta fe intelectual, pero no son salvos, entonces la fe intelectual no es suficiente para salvar al hombre, de manera que para salvar aquella fe necesita de obras. El razonamiento falla básicamente en dos puntos: primero, ignora el contexto y trasfiere los defectos de una profesión falsa de fe a la fe en sí misma o al acto de creer en sí; segundo, en ningún lugar de las Escrituras se nos enseña que “los demonios” pueden ser salvos, incluso si creyesen en el Evangelio, puesto que Cristo murió para salvar hombres, no ángeles (Hebreos 2, 16).
Entonces ¿Cómo interpretar este versículo? Como hemos dicho anteriormente, Santiago está siendo irónico, negándole a su oponente aquello que afirma mediante la afirmación de lo mismo. Primero, irónicamente le felicita por la supuesta fe que tiene, pero poniendo como ejemplo a “los demonios” le niega que tenga fe. Santiago le niega a su oponente que tenga siquiera la fe de un demonio, puesto que un demonio también cree que “Dios es uno”, pero a diferencia de aquel “hombre vano” que profesa creer pero carece de obras, la fe del demonio produce un efecto específico en él, es decir, “tiembla” ante esa realidad. Un demonio por lo menos tiene evidencia de la realidad de su fe; al contrario, aquel que profesa creer pero carece de obras que den evidencia de aquello no tiene nada que pruebe lo que dice. Entonces, Santiago le está insinuando a su oponente que hasta un demonio tiene evidencias de que cree, mientras que a su oponente, por su carencia de obras que den evidencia de la realidad de su profesión de fe, no le alcanza ni para tener la fe de un demonio.
¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios.
Santiago 2, 20-23
¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?” Ahora Santiago se propone a establecer su punto mediante la Escritura por medio de dos ejemplos algo extremos: “Abraham”, el patriarca de los judíos, y “Rahab”, una gentil que se dedicaba a la prostitución. Con respecto a Abraham, Santiago nos dice: “¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar?” Se nos dice que Abraham “fue justificado por las obras”, lo que no debiera provocarnos problema alguno si hemos puesto atención al contexto. Santiago se refiere a la “justificación” de una profesión de fe y no a la justificación del creyente en Cristo. La pregunta que Santiago quiere responder no es ¿Cómo puede el hombre llegar a ser justo frente a Dios? sino ¿Cómo puede alguien que profesa creer demostrar la veracidad de su profesión? Por lo tanto, si hemos respetado el contexto, será evidente que no hay conflicto alguno entre Pablo y Santiago. Aquellos que ven una contradicción, una paradoja o ven aquí evidencia para defender la salvación por obras no respetan el contexto en el cual se desenvuelve este versículo, transgrediendo y malinterpretando la Escritura.
Santiago dice que por medio de la obediencia a Dios al ofrecer a su hijo Isaac, en Abraham “se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios”. La palabra “cumplió” ha de entenderse en el sentido de verificación y no de ejecución. Por medio de su obediencia, Abraham demostró que su fe en Dios era verdadera, y por eso fue reconocido por otros como “amigo de Dios”. A esto Santiago agrega: “¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras?”, es decir, por medio de su obediencia, la profesión de fe de Abraham “actuó juntamente con sus obras” al demostrarse no solo en las palabras sino también en los hechos, y su profesión de fe “se perfeccionó por las obras” dando evidencias de su realidad frente a otros.
Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe.
Santiago 2,24
Con todo lo anterior, el punto de Santiago ya debiese estar totalmente establecido, de manera que bastaría con esta conclusión para terminar su discurso. Profesar creer en Dios pero no dar evidencias de aquella profesión es algo totalmente vano. Decir ‘yo creo en Dios’ mientras mi vida demuestra que no le tomo en cuenta ni a Él ni a Su Palabra es mentirse a sí mismo, mentirle a otros y mentirle a Dios. Con esto no hago referencias a las caídas del verdadero creyente, pues si el creyente cae o tiene luchas con su carne pecaminosa, estas caídas no son la regla sino la excepción, y el hecho de que existe lucha y el deseo de ser libre del pecado y de conocer más a Jesucristo y a Dios da evidencia de la realidad de la fe del creyente. Aquí se nos habla de alguien que “no tiene obras”, es decir, alguien cuya vida es una constante negación de sus palabras.
Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe”, es decir, la profesión de fe de una persona no es verificada solamente por sus palabras, sino también por sus hechos. Demostrar la fe por medio de las obras es un tema constante en Santiago (Santiago 1, 22-25; 2, 12; 3,13).
Asimismo también Rahab la ramera, ¿no fue justificada por obras, cuando recibió a los mensajeros y los envió por otro camino?
Santiago 2, 25
Por medio de sus obras, específicamente por la obra de cuidar de los espías de Josué, esconderles del rey de Jericó y enviarles “por otro camino”, Rahab demostró que realmente creyó en Dios, tal como sus palabras en Josué 2, 8-13 dan testimonio. Sus obras dieron evidencia de la realidad de su fe.
Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.
Santiago 2, 26
Tal como un “cuerpo (muerto) sin espíritu” solo es una cáscara sin vida, así también una profesión de fe “sin obras” es vana, falsa, irreal, sin provecho, carente de realidad, en otras palabras, “está muerta”.

T5 IFAP CRISTOLOGIA "EL PROGRAMA DEL REINO: LAS BIENAVENTURANZAS"

TEMA 5.- EL PROGRAMA DEL REINO: LAS BIENAVENTURANZAS.

Las Bienaventuranzas.
El significado original de las bienaventuranzas es el anuncio de que los oprimidos son bienaventurados, porque ya ha llegado el nuevo Rey que establecerá la justicia y el derecho. Anuncian la llegada del Reino de Dios, como una buena noticia para los que actualmente son los más desgraciados.

Nos manifiestan quién es Dios: no es neutral; está del lado de los pobres. Son los predilectos de Dios, no por méritos propios o porque sean mejores que los demás, sino porque así es Dios: ama gratuitamente a quien lo necesita y quiere velar por los que se encuentran desamparados de toda ayuda humana.

Pero de esta forma, se nos manifiesta también que el Reino de Dios que inaugura Jesús, es la construcción de una nueva sociedad y de unas nuevas relaciones humanas. El mensaje de las bienaventuranzas es la proclamación de un don (el amor, gratuito e incondicional, de Dios por los más desvalidos, que se hace presente y real en Jesús) y se convierte en tarea para los seguidores de Jesús, enviados a continuar la construcción del Reino. Por eso, la bienaventuranzas se convierten también para el cristiano en programa de vida, en el programa del Reino.

El primer paso para la creación de la nueva humanidad es el cambio de vida, la conversión que pide Jesús en conexión con el anuncio del Reino. Sin un cambio profundo de actitud por parte del hombre, que lo lleve a romper con el pecado y la injusticia, no hay posibilidad de comenzar algo nuevo. Pero la opción del hombre por el Reino de Dios supone además un compromiso personal, como el que hizo Jesús en su Bautismo, de entregarse por amor, para construir una humanidad diferente, de acuerdo al proyecto de Dios. Y, como en el caso de Jesús, el compromiso de entrega a los demás pone al hombre en sintonía con Dios, y la respuesta de Dios es la comunicación de su Espíritu, la infusión al hombre de su fuerza de vida y amor, que lo capacita para esta tarea”[1].

El programa del Reino.
Veamos, pues, siguiendo el Evangelio de Mateo (5,3-10), en qué consiste este programa para la construcción del Reino, para la realización de la nueva sociedad donde reine Dios.

Las condiciones para que se realice la nueva sociedad son dos: la renuncia a toda ambición, expresada en la opción por la pobreza (Mt 5,3: Dichosos los que eligen ser pobres), y la fidelidad a esa renuncia a pesar de la oposición que suscita (Mt 5,10: Dichosos los que viven perseguidos por su fidelidad).

La opción por la pobreza, es la puerta de entrada al reino de Dios, es decir, abre la posibilidad de una sociedad nueva, porque extirpa la raíz de la injusticia, la ambición humana, que lleva a la acumulación de la riqueza, a la búsqueda del prestigio social y al dominio sobre otros (1Tim 6,10). Optar por la pobreza significa tomar partido por Dios y, con él, por el bien del hombre y la propia plenitud (Mt 6,24; Col 3,5).

La comunidad de personas que ha realizado esta opción y se mantiene fiel a ella, irá suscitando un movimiento liberador. Los oprimidos encontrarán en el nuevo tipo de relación humana una esperanza y una alternativa a su situación. La liberación se expresa de tres maneras: los que sufren por la opresión encontrarán el consuelo (Mt 5,4); los sometidos gozarán de plena libertad e independencia (Mt 5,5); los que ansían justicia verán colmada su aspiración (Mt 5,6).

Después a abrir el horizonte de la liberación, las bienaventuranzas describen las relaciones humanas propias de la nueva sociedad, que crean a su vez la nueva relación con Dios. Esta comunidad se caracteriza por la solidaridad activa (y experimentarán la solidaridad de Dios - Mt 5,7), por la sinceridad de conducta que nace de la ausencia de ambiciones (y experimentarán la presencia continua de Dios en su vida - 5,8) y por la tarea de procurar la felicidad de los hombres ( y tendrán la experiencia de Dios como Padre - 5,9).

La sociedad injusta centra la felicidad en el egoísmo y el triunfo personal; la alternativa de Jesús, en el amor y la entrega. Mientras la primera, a costa de la infelicidad de muchos va creando la "felicidad" de unos pocos, cerrados en sí mismos e indiferentes al sufrimiento de los demás, en la sociedad nueva el esfuerzo se concentra en eliminar toda opresión, marginación e injusticia, procurando la solidaridad, la fraternidad y la libertad de todos. De este modo, Jesús invita a romper con el sistema injusto y a esforzarse por crear la nueva relación humana, sin la cual es imposible la relación auténtica con Dios. Jesús proclama "hijos de Dios" a los que procuran la felicidad de los hombres, mostrando así que Dios es incompatible con la opresión, el sometimiento y la injusticia.

Conclusión.
Las bienaventuranzas no son un discurso bonito de Jesús. Tampoco expresan solamente la bienaventuranza que Dios nos promete para el más allá. Y desde luego no pueden ser un motivo para la resignación, la pasividad y la indiferencia, dejando todo para el futuro mejor que Dios ha prometido. “El Reino de Dios está ya aquí en medio de vosotros” (Lc 17,21). Dios quiere “que tengamos vida y vida en abundancia” (Jn 10,10).

Las bienaventuranzas son la proclamación del programa del Reino, del proyecto de Dios para nosotros. Son un don y una tarea. En Jesús y el Espíritu, Dios se hace don para nosotros, nos entrega su vida y su amor gratuito e incondicional. Y enriquecidos por su Don, nos confía, a los seguidores de Jesús, la tarea de continuar la construcción del Reino; la tarea de construir una sociedad nueva, la familia de Dios, donde todos seamos y vivamos como hijos y hermanos, con la dignidad y plenitud de vida que Dios quiere para todos sus hijos, y por la que nos entregó a su propio Hijo. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).

Textos para la reflexión.

·         Mt 5, 3-10;
·         Lc 6, 20-26;
·         Lc 10, 23-24;
·         Lc 11, 27-28;
·         Jn 20,29.

Ejercicio para la vida personal. (Material a trabajar y REENVIAR).

1.    ¿Por qué las bienaventuranzas son un don y una tarea?
2.    ¿Cuáles son las condiciones para que se vaya realizando el Reino, la nueva
sociedad?

v Las Bienaventuranzas son el centro del programa de Jesús.

3.    ¿Crees que son también el centro del programa de los cristianos?
4.    ¿Y de manera concreta en tu vida?


Oración.

Bienaventuranzas para mi vida.
Dichosos los que eligen ser pobres para poder dedicarse a construir un mundo donde no haya pobres, porque esos tendrán a Dios por Rey.

Dichosos a los que se les revuelven las entrañas de dolor ante el sufrimiento humano, especialmente el de los más pobres, porque esos serán consolados.

Dichosos los que se rebelan contra todo sistema injusto que condena al sufrimiento y a la muerte a la mayoría de los hombres, porque esos van a heredar la tierra.

Dichosos los que tienen hambre de dar su vida ahí donde reina la muerte, porque esos serán saciados.

Dichosos los que acogen con un corazón entrañable las miserias de sus hermanos sin juzgarlos ni condenarlos, porque esos alcanzarán misericordia.

Dichosos los que no ocultan su miseria y fragilidad siguiendo los deseos de su corazón -riquezas, prestigio y poder- que son los que manchan el corazón del hombre, porque esos verán a Dios.

Dichosos los que trabajan por construir la Civilización del Amor a cualquier precio, porque a esos los va a llamar Dios hijos suyos.

Dichosos los que viven perseguidos por su fidelidad en vivir el Evangelio y no entrar en el juego del consumismo, la competencia y la comodidad, porque esos tienen a Dios por Rey.

Dichosos los que viven en relación profunda con Dios su Padre dejándose engendrar por El, porque serán vida de Dios para los hombres y alcanzarán la plenitud.




[1] J. Mateos y F. Camacho, El horizonte humano, 67-68.