miércoles, 4 de septiembre de 2013

IFAP CRISTO LOGIA TEMA 8.- LA RESURRECCIÓN DE JESÚS.

TEMA 8.- LA RESURRECCIÓN DE JESÚS.

Introducción.

La resurrección de Jesús es la piedra angular de la fe cristiana. Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe (1Cor 15,17). Este acontecimiento experimentado por los apóstoles, transforma radicalmente su vida. Por eso, como ya vimos, todos los escritos del Nuevo Testamento están hechos a la luz de la fe que nace de la Pascua. ¡Jesús sigue vivo! Dios lo ha resucitado y lo ha constituido Señor. Jesús es el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios, nuestro Salvador.

Con la luz de la fe en el Resucitado se relee toda la vida de Jesús, sus palabras y sus hechos, para ser anunciados como la Buena Noticia de la Salvación, que es llamada a la conversión y a la adhesión personal a Jesús (la fe), para vivir en su seguimiento.

Por eso también nosotros empezamos por la resurrección de Jesús, antes de ver su vida y mensaje en la Palabra de Dios.

Los acontecimientos.

Después del tremendo y doloroso acontecimiento de la muerte de Jesús en la cruz, los apóstoles viven la asombrosa experiencia del encuentro con Jesús ¡que vive! ¡Cristo ha resucitado! Pero su resurrección no es la reanimación de un cadáver; Jesús vive una existencia nueva junto a Dios.

La resurrección de Jesús fue un acontecimiento real, pero no fue un acontecimiento puramente histórico, sino "meta-histórico" porque supera y transciende las leyes comunes de lo histórico. Los evangelistas nos presentan este acontecimiento a través de dos realidades o signos que se complementan mutuamente.

En primer lugar nos hablan del sepulcro vacío, como un signo "negativo": Jesús no está en el sepulcro (Mt 28,1-8.11-15; Mc 16,1-8; Lc 24,1-12; Jn 20,1-10). Y en segundo lugar, la experiencia "positiva" de las apariciones de Jesús a distintas personas: a María Magdalena (Jn 20,11-18); a las mujeres (Mt 28,9-10); a los dos caminantes de Emaús (Lc 24,13-35); a los "once" (Lc 24,36-43; Jn 20,19-20.24-29). Nosotros podríamos añadir, además, la transformación que se produce en la vida de estas personas cuando son invadidos por la fuerza del Resucitado, como otro signo positivo de la resurrección de Jesús.

Los relatos de las apariciones son la forma como los primeros testigos de la resurrección nos cuentan su experiencia del encuentro con el Señor resucitado; y se trata de una experiencia inefable, mística, pues es un encuentro directo con Dios. Así pues, tratan de transmitirnos algo de esta experiencia «inexpresable» a través de las categorías que tienen a su alcance. Hay cinco elementos presentes en todos los relatos: a) Una situación concreta: están los apóstoles o las mujeres; b) Jesús les sale al encuentro inesperadamente; c) Jesús les saluda; d) hay un reconocimiento, a veces costoso; e) el Resucitado les da una misión (cf. Mt 28,8-10).

Los relatos nos van mostrando, también, dónde nos podemos encontrar con el Señor resucitado: en el partir el pan, en la Palabra, en el camino de la vida, en la comunidad - iglesia (cf. los discípulos de Emaús y el encuentro con María Magdalena).

Después los evangelistas nos muestran, de diversas formas, la ascensión de Jesús y la donación del Espíritu Santo (Mc 16,119-20; Lc 24,50-53; Hch 1,4-12; 2,1-13; Jn 20,21-23), para anunciarnos la plena glorificación de Cristo, su no presencia visible entre nosotros y la nueva presencia en el Espíritu.

El significado de estos acontecimientos.

Estos acontecimientos nos hacen ver que la muerte de Jesús no ha sido un fracaso, sino un paso a la VIDA. La Nueva y Verdadera Pascua: el paso de la muerte a la Vida (Lc 24,18-27). Son la glorificación plena que el Padre da a su Hijo (Jn 17,5.24; Flp 2,6-11). Son el SI de Dios al estilo de vida de Jesús, a su opción fundamental.

Jesús ha sido fiel a Dios y Dios ha sido fiel a Jesús. Dios no ha abandonado a Jesús y lo ha resucitado de entre los muertos. ¡Jesús vive!, no ha acabado, no está muerto. Y vive en todo lo que es y en lo que fue. No sólo en el sentido que pervive un líder en sus ideas y en sus seguidores. Jesús está vivo para nunca más morir; está vivo en el ser de Dios.

“Decir que Jesús ha resucitado significa que Jesús tenía razón. Es decir, Dios es como Jesús dijo que era, como Jesús lo reveló. Y los hombres nos hemos de relacionar con Dios como Jesús dijo, y nos debemos relacionar entre nosotros como Jesús se relacionó con nosotros, entregando su vida por los que amaba... El sentido de la historia de la humanidad y de la vida está en ser como Jesús... Jesús es el hombre como Dios quiere que sea el hombre. Ser hombre es ser como Jesús.”[1] El sentido de la vida es ser y vivir como Jesús.

Estos acontecimientos son la señal de que Jesús está vivo, pero ya no es visible en el mundo. Se ha ido a la derecha del Padre y desde allí nos ha enviado al Espíritu para que empiece el tiempo de la Iglesia, el tiempo del testimonio hasta que El vuelva de nuevo al final de los tiempos (Ap 22,20; 1Cor 16,22).

Este acontecimiento transforma la vida de los discípulos, e invadidos por la presencia y acción del Espíritu se convierten en hombres nuevos: en su manera de ser y de pensar, en sus actitudes, en sus valores y horizontes. Se sienten perdonados y convertidos y aceptan los valores del Reino predicado por Jesús, comprometiéndose a quitar de su existencia todo lo que sonara a muerte (egoísmo, envidia, celos, avaricia, violencia...) y a desarrollar sólo los valores que fluyen de la vida y que engendran vida (entrega, generosidad, servicio, ayuda, amor...).

En la resurrección de Jesús tenemos ante nuestros ojos, hecho realidad, el acontecimiento del fin. En el Resucitado contemplamos el término hacia el que caminamos, todo el sentido de nuestra existencia. Por su resurrección Jesús es constituido Señor sobre el mundo entero. Mediante su Espíritu, el Señor prolonga en el presente de la Iglesia el hecho histórico del pasado, su muerte-resurrección, reviviendo constantemente su eficacia salvadora.


Textos para la reflexión.

·         Glorificación de Cristo: Mt 28; Mc 16; Lc 24; Jn 20-21; Hch 1,6-14; 2,1-13; 1Cor 15.

·         El Misterio Pascual en nosotros: Rom 6,1-11; Col 1,24-29; 3,1-4; Ap



·         Creer en el Resucitado (J.A. Pagola)

Vivir la experiencia pascual ha de ser para nosotros acoger el Espíritu vivificador del Resucitado, escuchar sus palabras, que son "espíritu y vida" (Jn 6,63), y experimentar en nosotros la fuerza que Cristo posee de "resucitar lo muerto".

Entramos en la dinámica de la resurrección cuando, enraizados en Cristo, vamos liberando en nosotros las fuerzas de la vida, luchando contra todo lo que nos deshumaniza, nos bloquea y nos mata como hombres y como creyentes.

Vivir la dinámica de la resurrección es vivir creciendo. Acrecentando nuestra capacidad creativa, intensificando nuestro amor, generando vida, estimulando todas nuestras posibilidades, abriéndonos con confianza al futuro, orientando nuestra existencia por los caminos de la entrega generosa, el amor fecundo, la solidaridad generadora de justicia.

Se trata de entender y vivir la existencia cristiana como un "proceso de resurrección", superando cobardías, perezas, desgastes y cansancios que nos podrían encerrar en la muerte, instalándonos en un egoísmo estéril y decadente, una utilización parasitaria de los otros o una indiferencia y apatía total ante la vida.





Ejercicio para la vida personal. (Material a trabajar y REENVIAR).

1.    ¿Cómo nos es transmitido el acontecimiento de la resurrección?

2.    ¿Cuál es su significado?

3.    ¿Qué significó para los apóstoles?

4.    ¿Qué significa para nosotros la resurrección de Jesús?




A manera de evaluación global de todo el curso:

Principales aprendizajes:












Principales experiencias para la vida:


Valoración global:











[1] J.R. Busto, op.cit, 108-109.

IFAP CRISTOLOGIA TEMA 7.- LA PASIÓN Y MUERTE DE JESÚS.

TEMA 7.- LA PASIÓN Y MUERTE DE JESÚS.

Introducción.

Los relatos evangélicos de la pasión y muerte de Jesús son historia hecha por creyentes, interpretada a la luz de la fe pascual. A la luz de la Resurrección, la comunidad primitiva llega a reconocer plenamente la identidad de Jesús, el sentido de su vida, de su sufrimiento y de su muerte. Son recuerdos y testimonios transfigurados por la fe pascual, más interesados en el profundo sentido de los hechos que en su exacto desarrollo.

La pasión y muerte de Jesús en los Evangelios.

Jesús llega a intuir su muerte violenta (Mt 8,31-32; 9,30-32; 10,32-34). La causa de la muerte de Jesús hay que buscarla en su misma vida. "Su muerte es incomprensible sin su vida, y ésta lo es sin aquél para quien él vivó: su Dios y Padre" (J. Moltmann).

Jesús anunció el Reino de Dios, la liberación total y definitiva; llamó a la conversión no sólo exterior sino en profundidad; actuó con libertad; increpó a los externamente "piadosos" y "buenos"; mostró predilección por los pobres y pecadores; antepuso el servicio al poder, la justicia al culto; fue poco formalista en la observancia de la ley, amigo de los que no la observaban, abierto a los que no la conocían... Por todo ello, por su radical libertad y su enfrentamiento con los poderes, sobre todo religiosos, Jesús molestaba y decidieron quitárselo de en medio. La muerte fue la consecuencia lógica y prevista de su estilo de vida.

Jesús no buscó la muerte. En la angustia de Getsemaní ("Pase de mi este cáliz") vivió la profundidad del fracaso humano, la angustia de la soledad y el abandono de quienes le habían acompañado. Jesús, confortado por el Padre, supera el peso de su muerte y se levanta respirando una serenidad que no le abandonará hasta el final. Esta serenidad, hecha de entrega y confianza en su Padre, hará exclamar al Centurión: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios" (Mc 15,39).

Su significado.

La muerte de Jesús ha sido un asesinato (Hch 2,23; 3,15; 4,10), no fue algo casual, sino que se debió a la oposición que fue creando la persona, la actividad y la doctrina de Jesús. Fue condenado por la autoridad religiosa por blasfemo (Mt 26,57ss). Fue condenado por el poder civil por sedicioso y agitador de masas que pone en peligro la seguridad del imperio (Jn 19,12; Lc 23,8-12). Los poderosos llevaron a la muerte a aquél que era un reproche vivo de su modo de vivir y actuar (ITs 2,15).

Pero también podemos decir que Jesús murió voluntariamente por nuestra salvación, para liberarnos del pecado y de todas sus consecuencias (ITs 5,9-10). Jesús, libre y voluntariamente optó por un género de vida, y aceptó los riesgos que comportaba (Jn 10,17-18; 12,27; 13,1-3; 18,5-6) y por lo mismo aceptó "libremente" -no pasivamente- la muerte que otros le causaban.

Jesús asume la muerte que implica vivir fielmente el proyecto del Padre en un mundo de pecado. “Dios no quiere la muerte de Jesús, como tampoco quiere nuestro sufrimiento”. Pero lo que sí quiere Dios es “la fidelidad, la respuesta amorosa a la entrega amorosa del Padre”. “Dios quiere el amor fiel de Jesús; y el amor fiel de Jesús, en un mundo de pecado, lleva aparejada la muerte en cruz”[1].

“En Jesucristo la humanidad entera y la creación en su conjunto han alcanzado su realización” plena, porque ha realizado plenamente el proyecto de Dios para el hombre, respondiendo libre y fielmente al amor incondicionado de Dios con su amor y entrega total. “Jesús muere para salvarnos, precisamente porque el pecado ataca, y a veces mata, a quienes aman a Dios con todas sus consecuencias”[2].

Jesús, muriendo en la cruz, expía los pecados de la humanidad (Rm 3,25); resucitando, venció a la muerte (secuela del pecado) y restauró la vida. Cuantos creyentes compartan la muerte de Jesús se integrarán también en su vida plena (= Resurrección).

La actitud de Jesús ante el sufrimiento ilumina y transforma el sufrimiento del hombre. Jesús sufrió y murió por alguien, no por algo: por obedecer la voluntad de Dios y por solidaridad con los más necesitados. Jesús fue un ser-para-los-demás; totalmente para Dios y para los hombres. Por eso es el UNICO Y VERDADERO SACERDOTE; porque sólo El consigue la comunión entre Dios y el hombre, y lo realiza siendo totalmente de Dios y radicalmente solidario con el hombre.

Teniendo como referencia la actitud de Jesús, podemos decir, también, que la actitud del cristiano ante el sufrimiento y la muerte, excluyen el masoquismo, el dolorismo, la resignación, la evasión, pero también la explicación. Jesús no responde al porqué del sufrimiento, sino que sufre con nosotros. Jesús dio sentido a su sufrimiento viviéndolo por los demás en el servicio a Dios y en la solidaridad con los hombres que sufren. Y creemos que esa manera de vivir el sufrimiento recibió de Dios el sí de la Resurrección.

Dios nos ha regalado la salvación en Cristo Jesús; “ya estamos salvados en Cristo; ya estamos sentados en los cielos con Cristo (Ef 2,6). Sin embargo estamos sentados todavía en esperanza. El haber recibido el Espíritu de Jesús es tener las primicias de esa salvación. El sentido de la vida humana es ser hombres como Jesús, reproducir la imagen del Hijo, corresponder al amor incondicionado del Padre hasta la entrega de la propia vida, como hizo Jesús. Eso es lo que ahora ha de ser realizado en mi propia existencia; ésa es la tarea que tengo por delante”.


Textos para la reflexión.

·         Anuncios de la Pasión: Mt 12,15-21.38-42; 16,21-23; 17,22-23; 20,17-19.

·         Última Cena: Mt 26,1-46

·         Pasión y muerte de Jesús: Jn 18-19

Ejercicio para la vida personal. (Material a trabajar y REENVIAR).

1.    ¿Cómo se sucedieron los acontecimientos durante la pasión y muerte de Jesús?

2.    ¿En qué sentido la muerte de Jesús es un asesinato, y en qué sentido es una   muerte libre y voluntaria?

3.    ¿Qué te dice la imagen del Crucificado?


Oración.

Himno de la Liturgia de las Horas

En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.




[1] J. R. Busto,139-140.
[2] Ibid.,141.